Leoncito es nieto del tío León, nacido en un caserío donde vivían tres familias, los Nemesios, los Leones y los Verdaderos. Se encuentra a 200 metros del Siscar en línea recta y a 400 por veredas.
Tiene 60 años. Ahora la cuadra más bien parece un almacén de altos muros, techado solo en parte con uralita, para que las ovejas puedan protegerse de la escasa lluvia y del abundante sol.
No lejos de allí hay una acequia de riego de dos metros de anchura por dos de profundidad. Hasta que se hizo de cemento, sus orillas o costones se veían desde lejos porque estaban llenos de cañaverales.
En la margen sur de la acequia, que da al mediodía, bajo el alto costón lleno de cañas había una pequeña cueva gótica con la cúpula y paredes de tierra sujeta por los nervios rizados de las raíces de las cañas.
Allí, algunos vecinos, todos agricultores se sentaban en las frías mañanas y tardes de invierno, cobijados del viento y del frío.
Allí conversaban, se fumaban un cigarrillo liado, “caldo de gallina”, descansaban de las tareas agrícolas como la poda, el riego, la cava, mientras se escuchaba el carnoso canto de las merlas o el alboroto de los gorriones saltando de naranjo en limonero.
Era intrigante observar cómo la legión de insectos ocultos entre tormos y hierbas, ante la llegada del agua de riego que inundaba el bancal, iban precediendo el paso tranquilo pero imparable del agua que inundaba sus escondrijos. Incluso cerrando los ojos podía escucharse el suave discurrir del agua y el polifónico rumor de los insectos rozando sus patas y alas las hierbas, los tormos, las hojas caídas,..
El embeleso acababa mojándome el calzado.
Por allí, entre árboles, pájaros, insectos y la cueva de la acequia con sus moradores, jugueteábamos Leoncito, Patricia, Lupe,..yo. A los nidos nos acercábamos sigilosamente porque si los padres notaban que habíamos manoseado a las crías, aborrecían a los pajaritos, los abandonaban. Eso nos decían. Y por eso, si alguna vez los tocábamos, después les soplábamos para que se les fuera el olor de nuestras manos.
Leoncito pronto se dedicó al pastoreo y yo sólo iba ya al Siscar de vacaciones.
¡Cómo añoraba volver a aquel entorno!
Cogíamos naranjas, comíamos hasta hacer guiños agrillo, saltábamos una semirrota valla para coger limas, ese tipo de limón tan exageradamente dulce, jugábamos con el barro de las azarbes, hacíamos con él aviones y animales, buscábamos nidos con cuidado…
Mucha gente joven del pueblo – recordad a Toni- se iba a Europa, emigraba y volvía por las fiestas trajeado y con dinero.
Él seguía con las ovejas. Siempre con las ovejas.
Un día cambió de oficio. Con el carnet de primera comenzó sus largos viajes de camionero. Hasta que se perjudicó su espalda de tanto traqueteo. “Y volvió a su huerto y a su higuera”. Otra vez su antiguo oficio. Pasó del estruendo estrepitoso de las carreteras a su sereno y plácido pastoreo.
Cuando paso a verlo en su establo siempre me recibe un perro pastor que lo acompaña.
¡Cómo acude veloz si una oveja se mete en un cultivo prohibido y sin morderle la empuja y la lleva con las otras! Describe círculos sucesivos alrededor del ganado hasta concentrarlo en un espacio reducido.
Estos últimos años han asaltado varias veces la cuadra y se han llevado algunos corderos pero no es eso los peor sino que el ganado, cuando entra un intruso, se asusta y corre enloquecido alterándose hasta el punto de que casi todas las ovejas preñadas malparen, perdiéndose la cría.
Y desde hace ya tiempo se queda a dormir allí en un catre junto a las ovejas, conocedoras de su ritmo respiratorio y ronquidos.
Hasta el establo de pajas, madera y estiércol llegan las oscilaciones del mercado aunque no tenga móvil ni lea las páginas de bolsa en los diarios.
Sabe que los precios, como la lluvia, escapan a su control y lo acepta.
Aún así algún amago de inquietud ensombrece a días su rostro sereno y sonriente.
¿Su familia?
Diría que son las ovejas. La otra, mujer y dos hijas, viven en Santomera, a dos kilómetros del Siscar y en el verano se van a un apartamento en el Mar Menor.
Él se queda con el ganado y alguna vez y sólo durante el día se acerca no por el mar sino por sus nietecillas aunque le salten jugando por encima mientras intenta inútilmente dormir la siesta.
De noche siempre el establo.
José Luis Simón Cámara
San Juan, 7 de Junio de 2005