Esa iglesia tan espiritual.
Tan alejada de los asuntos mundanos.
Esa iglesia que jamás se ha manifestado por la calle a menos que haya sido en las procesiones.
Esa iglesia que sólo se encuentra cómoda en salones o templos
ha bajado finalmente a la calle.
Pero no penséis, ilusos, que ha salido en defensa de los pobres.
O en defensa de la libertad a cuyo aherrojamiento casi siempre ha contribuido.
Pero no penséis, ilusos, que ha salido a la calle para manifestarse contra la pena de muerte.
No penséis que ha salido a la calle en defensa de un planeta más justo.
No penséis que ha salido a la calle para protestar contra los curas y obispos pederastas.
No penséis que ha salido a la calle para protestar contra la guerra.
Para todo eso bastan las encíclicas.
Realmente ha salido a la calle
para protestar contra el derecho de las personas a organizar su vida afectiva libremente.
Para eso han salido a la calle.
Como cuando la Inquisición, la santa iglesia, condenaba a los sodomitas (modernos homosexuales) a la hoguera sin quemarlos ellos,- tan santos-, directamente, sino que los entregaban al brazo secular.
Como cuando a Galileo los instrumentos de tormento con que lo amenazaba la santa iglesia romana le hicieron desdecirse de su certeza en el sistema heliocéntrico.
Las fuerzas más retrógradas de la sociedad civil y religiosa se han dado ostensiblemente la mano en temas que ojalá una hipotética llegada al gobierno no exijan contrapartidas.
La iglesia oficial y sus meapilas se han cubierto de gloria.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 20 de Junio de 2005