Rodrigo el de Atapuerca
Se llamaba Rodrigo, como el mercenario de Vivar que fue desterrado por hacer jurar su inocencia al futuro rey Alfonso, sospechoso de fratricidio; también llamado Cidi, señor, por los sarracenos con los que sucesivamente luchaba o se aliaba según venían los vientos.
Bien, hablaba del pastor Rodrigo, pero esto es como empezar la casa por el tejado porque así no comienza la historia.
Bajábamos de San Juan de Ortega, antiguo y costroso monasterio enclavado en los Montes de Oca, donde la frondosidad y bruma matinal parecen sumirte en parajes de ficción y babosas gigantes se deslizan a tu lado por y bajo los helechos.
Es San Juan de Ortega amigo de Santo Domingo de la Calzada y como él ingeniero de caminos, y ambos artífices de la mayoría de puentes y caminos existentes para facilitar el paso de peregrinos del mundo conocido a Santiago de Compostela.
Pero me adentro en terrenos tentadores que ya me están distrayendo del principio de la historia, aunque como de lo que se trata es de distraerse justamente,¿ por qué Cervantes puede introducir en su novela de Don Quijote y Sancho la apasionante aventura de la bella Camila del Curioso impertinente y no yo?
A nadie en su sano juicio puede ni siquiera pasarle por la cabeza que trato de compararme a él ni a la suela de su zapato que beso, me tomo la licencia en que él me ha precedido y, pues la puerta está abierta, voy a cruzar el umbral.
Si la historia se alarga y divierte, bienvenida sea, y si aburre, servirá de crisol donde el espíritu podrá purificarse.
No me resisto a contar aquella mañana de julio, subiendo a los montes de Oca, envueltos en la niebla, caminando casi a ciegas por una senda entre helechos, carrascas, pájaros despertando la mañana, cuatro amigos peregrinos del camino de Santiago, hasta llegar a un gran llano de densos robledales aunque con una gran herida abierta ancha y larga que me temo ya sea autovía.
Llegamos al monasterio donde aquellos concienzudos arquitectos medievales levantaron un templo a través de cuyas vidrieras dos veces al año, el 21 de Marzo y el 22 de Septiembre, los rayos del sol penetran e iluminan a las 5 de la tarde el triple capitel de la Anunciación y se produce el portento. Mala suerte si está ese día nublado.
Justo al lado se encuentra el albergue o refugio u hospicio, donde a veces la abundancia de peregrinos de un mismo país que por allí pasaban o incluso se quedaban enfermos, tullidos, cojos,..llegaba a dar su nombre a la localidad, como es el caso de Villafranca Montes de Oca, por la cantidad de francos que allí había.
El albergue u hospicio para peregrinos de San Juan de Ortega es de los más entrañables y añejos. Aún dan allí “la sopa boba”, aquella costumbre de algunos conventos de repartir sus sobras entre los mendigos que a sus puertas acudían.
Pues allí, por la noche, en una ceremonia ya ritual, cada uno con su cazuela pasa por delante de la olla donde el prior y hospedero mayor del monasterio va distribuyendo la caliente sopa de ajo que reanima en aquellas frías tardes del monte que obliga a ponerse todos los pares de pantalones que llevas en la mochila.
Antes de lanzarse a devorar la sopa hay que esperar la retahíla de atentas bienvenidas en las varias lenguas de la rica variedad humana que suele pernoctar allí.
Y luego los dormitorios. Es el caso más sorprendente de todos los albergues del camino. Quizás el único. Allí hay salas o dormitorios con camastros para chicos, para chicas, para parejas y para roncadores. Como suena.
Aunque dice el hospedero que casi nadie se reconoce a sí mismo como roncador, todos huyen del calificativo, incluso aquellos roncadores tan estruendosos que se despiertan a sí mismos sobresaltados por sus propios ronquidos.
En algunas de las libretas de notas que hay en los albergues, donde algunos peregrinos escriben sus impresiones, se puede leer: “¡Atención, el roncador de la Rioja, Manolo, circula a 20 por día y ayer pasó por Frómista!”.
Son avisos para no coincidir con quien puede hacerte pasar la noche en blanco.
Porque habéis de saber que hay una variadísima gama de roncadores, de nariz, de garganta, susurrantes, estrepitosos, pausados, a sobresaltos, y basta que en una sala-dormitorio haya sólo uno para que el sueño de los demás se vea dificultado, aunque alguna vez he tenido la suerte de yacer, no de dormir a pesar de mi facilidad, con un grupo de roncadores que, si coinciden pueden dar un concierto en mi bemol menor, con instrumentos de viento, de cuerda y hasta de percusión en el caso de los de la apnea que respiran tan entrecortadamente que cuando lo hacen son como olla a presión que rompe a borbotones.
¡Cuántas veces he visto tumbado en un banco de piedra al raso al desafortunado compañero de habitación de un roncador!
Conocí a un chico entrado en carnes que no sólo se despertaba a sí mismo sino que hasta se asustaba sobresaltado por sus propios ronquidos.
Pues bien, y retomo la historia, cuando bajábamos de San Juan de Ortega hacia Burgos, sorteando sendas y pedregales, llegamos a zonas más bajas donde vimos la indicación de Atapuerca.
Atraídos por lo que habíamos oído y leído sobre las excavaciones de Atapuerca, donde se han encontrado fósiles que parecen datar de 800.000 años atrás, torcimos ligeramente el curso del camino y vimos a lo lejos un ganado de ovejas del que volando subían y bajaban sucesivamente una bandada de pájaros negros.
Cuando fuimos acercándonos observamos que sobre cada oveja había dos o tres pájaros que picoteaban y escarbaban entre la lana.
No, no les molesta, nos dijo el pastor, los pájaros se alimentan y desparasitan a las ovejas.
Poco más que su nombre conseguimos averiguar del silencioso pastor apoyado en su cayado.
Sí, dicen que por ahí encontraron restos humanos cuando las obras de la nueva carretera y ahora no se puede pasar.
Posiblemente por las venas de Rodrigo corra sangre de la misma que dio vida a esos huesos amontonados objeto de estudio antropológico.
Posiblemente algunos de ellos sientan la nostalgia del pastoreo cuando Rodrigo se acerca por aquellos parajes.
Posiblemente otras ovejas y otros pájaros hicieran lo mismo que estos pájaros y estas ovejas de Rodrigo.
Sólo que hace 800.000 años.
José Luis Simón Cámara
San Juan de Alicante, 12 de Julio de 2005