Aunque la faringitis me impide, por el momento, hablar al, a veces, no siempre, reducido pero siempre ruidoso grupo de alumnos que me ha tocado en suerte, sí puedo hacerlo suavemente en casa, incluso en catalán, pero lo que sigue, por el momento, incólume es la capacidad de pensar y trasladar al papel algunas reflexiones sobre la actualidad más rabiosa, y así, siguiendo la costumbre de clavar en las paredes, como hizo Lutero y tantos otros, entre los que humildemente me encuentro, os clavo estas letras junto con abrazos.
Las creencias
Esto de las creencias es algo muy delicado,
ahora, sin ir más lejos, está la cosa que arde.
Porque imaginaos que alguien cree que la pena de muerte es algo sagrado y no sólo la aplica contra los asesinos sino contra los que no creen en la pena de muerte.
Imaginaos que alguien cree que la pena de muerte es algo sagrado y también cree que si alguien enseña una teta debe ser condenado a la pena de muerte.
Imaginaos que alguien cree que trabajar el sábado atenta contra sus creencias y también cree que se le debe aplicar la pena de muerte.
Imaginaos que alguien cree que su dios debe castigar con la pena de muerte al que no sea capaz de echar dos polvos seguidos.
Imaginaos que alguien cree que tomar alcohol debe ser castigado con la pena de muerte.
Imaginaos que alguien cree (¡qué poca imaginación hace falta!) que el homosexual debe ir a la hoguera.
Imaginaos que alguien cree que una mujer sorprendida en adulterio debe ser lapidada.
Imaginaos que alguien cree que el que no cree nada debe ser condenado a la pena de muerte.
Imaginaos que alguien cree que el que pinta a Mahoma o a Yhavé o a Buda o a Príapo haciéndose una paja debe ser condenado a la pena de muerte.
En fin, que yo creo que lo mejor es no creerse nada ni siquiera creer que lo que uno cree es creíble.
No creéis y no seréis como dioses.
Como cualquiera de ellos.
“Todas las religiones son símbolos distintos de la misma realidad, son como la misma frase, expresada en distintas lenguas”. Pessoa dixit.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 5 de febrero de 2006.