Aunque ningún día ha hecho propiamente calor, al menos no insoportable, la verdad es que estamos a 600 metros de altitud en la ladera de una montaña, y nos movemos por callejas tan estrechas que guardan el frescor de la noche, pero a media mañana y después de caminar entre la gente ansiábamos una cerveza fresca imposible de encontrar en cualquier bar o restaurante. Sólo té, agua o refrescos.
Indagando nos dijeron que había un bar en el hotel Parador a unos 150 metros de la plaza Uta al Hamman.
Allí nos encaminamos y pudimos saborear la única marca existente por allí, Flag, en botella o en lata. Con unas patatas finas en rodajas. Lo más parecido que podíamos encontrar a una caña y una tapa a las que estamos acostumbrados. Como dice Lázaro de Tormes “Yo, como estaba hecho al vino, moría por él”.
Volvimos en varias ocasiones, por la mañana en la barra y por la tarde, sentados junto a la piscina en la terraza, balcón natural sobre el pequeño valle por donde discurre un riachuelo.
Desde allí se ve la montaña, uno de los picos que da nombre a la ciudad, y en su falda el alto minarete de una mezquita blanca que incluso al anochecer destaca entre la vegetación que la rodea. Más abajo un moderno barrio extramuros. A algunas horas, para nosotros indefinidas, pero fijas, se oía la voz del mujaidín a través de los altavoces convocando a la oración mientras algún águila cerca de los cielos paseaba majestuosamente ajena a los versos del Corán.
Inma prefiere el vino a la cerveza y supusimos que habría porque detrás de la barra una repisa rebosaba de botellas de güisqui, ron, ginebra y otras bebidas de alta graduación.
Pero ¿vino? ¿Cómo se nos ocurría pedirlo? Aquí no se encuentra vino.
Pero sabemos que Marruecos es productor de vino.
Sí, para la exportación. Aquí nadie consume vino. La religión lo prohibe.
¿Cómo se pueden tomar bebidas con mucho alcohol y no se puede tomar vino?
¿Una concesión no escrita para los extranjeros, para los turistas, para los infieles, que desconocen los preceptos de Mahoma?
¿Quizá el vino es la bebida que desde antiguo representa el alcohol?
Pero ni esto ni nuestros ropajes se traducía en incomprensión o intolerancia.
Máximo respeto y amabilidad por doquier. En la calle, en los bares, en las interminables puertas abiertas con objetos para vender: cuero, telas, chilabas, babuchas, faroles, ceniceros, colgantes, piedras, …
Te invitan amablemente, insistentemente, obstinadamente, casi se ponen pesados hasta que o sucumbes o aligeras el paso con agradecimientos y reverencias que en algún caso desatan su disgusto.
La primera noche, desorientados, preguntamos a un chico que se dirigió a nosotros en castellano por la dirección de la gran plaza y él, mientras nos lo indicaba nos acompañaba. Mostramos cierto recelo porque los guías y comerciantes se hacen demasiado insistentes y él nos dijo enseguida: “Amigos, yo no guía, yo aquí tienda, pueden pasar, pero voy para allá y acompaño”.
Cuantas veces pasamos por la puerta de su tienda nos veíamos obligados a decirle que ya entraríamos porque íbamos a estar allí varios días. E, inevitablemente, la última noche que paseamos por la Medina, no pudimos eludirlo y nos vimos obligados a comprarle unos ceniceros por salir del paso y también como muestra de agradecimiento por su amabilidad.
“Adiós, amigos, aquí amigo siempre.”
Fue su despedida.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 23 de septiembre de 2007.