¿Perdonaríamos a un filósofo negro la teoría platónica de que los hombres están hechos de distintos materiales, cañas y barro, burdo metal u oro, según sea su posición social?
¿Aceptaríamos a un Schopenhauer o Nietzsche negros, si para ellos no es mucha ofensa, sus teorías del superhombre y de la superioridad de la raza negra habida cuenta su cantidad de medallas en los modernos juegos de Olimpia?
¿Qué tal si ahora Obama se rodeara de una corte de esclavos blancos para, durante un tiempo al menos, contrarrestar tantos años de esclavitud negra en los campos de algodón- del que hay ver, no se les ha pegado nada- o con las cofias en las grandes mansiones?
La estupidez humana, la barbarie humana, la irracionalidad humana ha sido tal a lo largo de la historia, y sigue siéndolo en muchos lugares, incluidos los que lo han llevado de las cadenas al imperio, véase si no las últimas escaramuzas con los gays en California, véase si no las penas de muerte aún ejecutadas, véase si no los continuos bombardeos que siguen matando a tirios y troyanos, ha sido tanta la inmundicia a lo largo de la historia que ya era hora de que un pueblo lavara tantos trapos sucios, ya era hora de que el dinero -ese obsceno y ateo dios devorador- no estuviera en el primer plano del discurso y aparecieran los niños desnutridos, los niños sin escuela, los indios- ¿cómo llamarán por cierto ahora al gran jefe blanco?- los inmigrantes, los parados, los soldados heridos por la guerra y abandonados, los explotados, los pastores rabiosos aún por tantas heridas no cicatrizadas, los países pisoteados por las botas de sus marines, los países que fueron engullidos por la gran Anaconda, los países humillados y saqueados por el petróleo, ya era hora de que en los discursos se hablara de justicia, de igualdad, de libertad, del derecho a ser felices, ¿os podéis imaginar a un consejo de ministros de cualquier gobierno del mundo hablando de la felicidad de sus ciudadanos?
Como en aquella Arcadia evocada por Don Quijote en la que las espadas se convertían en arados y los aviones transportaban alimentos en vez de metralla, y los barcos socorrían a los náufragos de vez de hundirlos, y los tanques llevaban a los niños a la escuela, y los fusiles servían de bisturís para eliminar enfermedades.
En este mundo aún del hombre lobo para el hombre era necesario este discurso, era necesario un humanista, como decía Platón para el gobierno, era necesario un filósofo, o, como quizá dijera Don Quijote, era necesario un poeta.
José Luís Simón Cámara.
San Juan, 7 de noviembre de 2008