Paseo por Londres.
El 13 de noviembre hacia el mediodía, desde la estación de los repletos autobuses voladores, tomamos rumbo a la “pérfida Albión”. Salimos con sol y llegamos con sombra. La lluvia reciente reflejaba las luces del aeropuerto en las pistas de aterrizaje. Viento, no frío.
En Liverpool Street, esa hermosa y luminosa estación de nervios metálicos y cristal, nos espera mi hijo Luis, ya veterano hollador de aquellas tierras. Desde allí, caminando, llegamos a la confluencia de Commercial Street y Brike Lane, frontera de la City financiera, donde entre los singulares edificios destaca ahora el huevo de Foster, y lo que llaman The Bangla, aglomeración de residentes de aquella zona oriental, antigua colonia británica.
Allí se ubica Toynbee Hall, antigua residencia de estudiantes, abierta ahora a otros públicos, donde vive Luis. Dejamos las maletas de mano y deambulamos sedientos hasta llegar a un restaurante japonés frente a un frondoso jardín, Hoxton Square junto a Old Street. Vamos a tomarnos una pinta después del largo viaje. Ante su insistencia y después de elogiarnos la comida japonesa a la que se ha aficionado hace algún tiempo, pide una tapa de sushi.
La chica del bar limpia la mesa y las sillas aún húmedas o mojadas por la reciente lluvia y nos sentamos en la terraza bajo unos toldos. Nos trae las cervezas y probamos el sushi con el rito de las salsas y los palillos. A pesar de la estúpida prevención a todo lo que no se conoce, probamos y, yo con cierta sorpresa, saboreamos el exquisito salmón y atún crudos, pasados por una salsa servida en una cazuelita rectangular de cerámica que Paco creía cenicero. He de decir que mi amigo Paco desde hace mucho tiempo confunde berenjenas con orejas.
La lluvia y el viento arreciaron y pasamos al interior para, después del éxito, pedir cuatro tablas de sushi en sus diversas variantes. Las tablas quedaron limpias y nosotros saciados.
Esto de los hábitos culinarios me recuerda aquella conocida reflexión de Pardo Bazán sobre el chovinismo. “Si tuviera que establecer cinco mandamientos del civismo como están los de la Iglesia, el primero sería salir del país al menos una vez al año bajo pena mortal”.
Luego un paseo por la zona cada vez más poblada y oliendo a cada paso las variadas especias que desde el interior de los establecimientos inundaban las calles, llenas de rostros pálidos, aceitunados y negros.
No lejos de allí vimos a dos grupos de personas, unos parados ante un guía y otros haciendo el recorrido que se atribuye a Jack el destripador, el sombrío personaje del que se sospecha pudo ser un servidor o mayordomo de la reina de Inglaterra, según decían los guías de estas piadosas peregrinaciones. Sentado en el portal de una puerta contigua a la del bar por el sombrío callejón había un paisano de mala pinta y peores pulgas que me increpó por no atender sus demandas y mostró su malhumor golpeando una caja de cartón hacia nosotros. Desgreñado y borracho.
Entramos al bar ¡cómo no! Y, rodeados de cuadros que evocan a Jack the Ripper, nos tomamos unas cervezas.
14 de Noviembre. Sábado.
Temprano nos sorprende la lluvia al salir de la residencia y tenemos que pertrecharnos.
Rumbo a Candem Town, ese famoso mercado de las pulgas en Londres donde se encuentra la mayor acumulación de orejas, narices y labios agujereados envueltos en cueros hasta las botas al margen de la edad.
Todo se vende y todo se compra. Un canal con distintos niveles abre y cierra sus compuertas para hacer pasar embarcaciones de recreo. Mercados dentro del mercado, pasillos por los que apenas se puede pasar de tanta gente y de tanta ropa colgada. De lo más antiguo a camisetas con pila incorporada para emitir destellos, ojos cibernéticos aplicados en la cara, arco iris de colores, sabores y olores de todas las cocinas del mundo.
Tomamos “fish and chips” con cerveza mientras nos resguardamos de la lluvia y regresamos a Leicester Square, el centro de Londres, en metro.
El viento y la lluvia que ya han roto el paraguas nos obligan a cobijarnos en la cultura y aprovechamos para entrar a la Nacional Gallery en Trafalgar Square y ver obras maestras de la pintura europea desde el siglo XVI hasta el XX.
Leonardo, Caravaggio, Rubens, Velázquez, Murillo, Zurbarán , los impresionistas Monet, Manet, Sisley, Van Gogh, Picasso, Miró,..
Habíamos quedado con Luis a las 5 delante del Parlamento junto a la estatua de Churchill.
Estos ingleses tienen las estatuas de sus políticos y militares en los lugares más emblemáticos y en el más alto pedestal sitúan a Nelson, el almirante que venció muriendo en Trafalgar.
Allí, enfrente de aquellas hermosas piedras góticas del Parlamento y cerca de la Abadía de Wensmister, donde están enterrados los prohombres del imperio, se pueden ver dos o tres desharrapadas tiendas de campaña donde viven desde hace tiempo algunas personas con pancartas contra la guerra de Afganistán.
Desde allí caminamos hacia Chinatown y el Soho, donde el polonio acabó con Litvinenko, aquel espía ruso escapado a sus dueños.
Por allí deambulamos entre la multitud y no conseguimos encontrar dónde tomar una caña porque todo estaba repleto. Después de un largo rato y de entrar a esa vieja bodega donde se pueden encontrar botellas de Mcalan de 1926 por 30.000 libras seguimos el paseo sintiéndonos observados por miradas masculinas que se amontonaban por parejas en esta zona gay del permisivo Londres.
Finalmente tomamos un rollito en un libanés donde era imposible sentarse de lo pequeño y lleno y acabamos en un italiano de mejor pinta que hechos.
Después de 12 horas de patear la ciudad volvemos a casa.
15 de Noviembre. Domingo.
Aunque había previsión de lluvia amaneció soleado e iniciamos un paseo hacia el río tropezando con la Torre de Londres, esa fortaleza medieval rodeada de fosos, ahora llenos de césped, donde eran encerrados y ajusticiados en épocas pasadas los rebeldes de todo tipo. Una exposición titulada “Enrique VIII se viste de asesino” documenta la historia sangrienta de este rey contemporáneo y enemigo del emperador Carlos V.
Caminamos por la orilla del río hasta llegar al puente del Milenio, un ligero puente peatonal diseñado por el omnipresente Foster e inaugurado en 2002 por Isabel II.
A un lado del puente Saint Paul, la sólida catedral de Londres, y al otro lado la Tate Gallery, ese monumental espacio cultural donde se puede seguir la evolución del arte en los siglos XIX y XX. Antigua central hidroeléctrica, conserva su aspecto primigenio evocador de la era industrial.
También se pueden ver “chorradas”, como una furgoneta, de las que abundan en los desguaces de coches, expuesta con unos trazos del artista. El tiempo y la sensatez pondrán las cosas en su sitio y aquellos que pretendieron vendernos su bellaquería como arte serán barridos por el viento de la historia. Como artistas, me refiero.
¿Dónde íbamos a comer?
Una sugerencia del hijo de Paco, que había pasado allí una temporada, nos llevó al bar Jasmine, local argelino en un barrio periférico de la zona 3. Por la calle negros y más negros. Al entrar al bar, argelinos: blancos de pelo negro y liso. Varias mesas vociferando mientras golpean las fichas de dominó. Gente desgreñada, lengua árabe, comida casera, la que había hecha. No, cerveza no tenemos. Zumo de melocotón y potaje de patatas y cordero con verduras. Tres platos distintos que apenas cabían en la mesa donde hubimos de superponer las paneras. Té moruno. Total 19 libras. El sushi había sido 67 libras.
Regresamos al centro por Oxford Circus y paseamos por Argyl, Carnaby, Regent, ya con las luces y colores de navidad, Leicester y en metro nos dirigimos hacia Barbican Center, un edificio inmenso donde tienen lugar actuaciones del festival de Jazz de Londres 2009.
Tenemos entrada para ver a dos grupos: Bela Fleco and the Flecktones y Chick Corea, Stanley Clarke y Jenny White.
A las 7.30 comienza la actuación.
Bela Fleck es un virtuoso del Banjo. A su grupo se ha reincorporado Howard Levy, un antiguo miembro del mismo que, aparte de sus habilidades al piano, tiene armónica en vez de labios. Ambos nos trasportaban a un saloon del Oeste donde la música invitaba a bailar a las damas de vida ligera con los cow-boys que dejaban la pistola brillar sobre la mesa.
El Banjo es un pequeño instrumento de grandes recursos en sus manos, aunque la timidez del líder quizá nos privara del empuje salvaje del que se entrega apasionado.
Una hora de silencio en los más de 2.000 espectadores que ocupábamos el espacio del teatro, sólo roto para aplaudir las actuaciones.
Jazz, country, blues, iban incorporando melodías de los Beatles quizá porque estábamos en su tierra.
Al final Bela Fleck gritó: ¡Chick, Chick! Y allá que salió Chick Corea y se amarró al piano para servir de despedida y anticipo de su grupo.
Media hora de descanso y….. Chick Corea.
Sus andares de plantígrado no presagian la habilidad de sus dedos en el teclado. Camina como si llevara zapatillas de andar por casa, un pantalón arrugado y un jersey que le llega a la rodilla, algo cargado de espaldas. Toda esa aparente torpeza se transforma en agilidad y destreza cuando sus manos acarician el piano. Parece como si sus dedos lo electrizaran y llenaran de vitalidad ese cuerpo desmadejado.
Stanley Clark hacía hablar al silencioso Bajo y sus manos parecían amasar la música que brotaba como escarbada bajo las cuerdas.
El reloj del tiempo por las esquinas se olvidaba de marcar las horas que iban pasando hasta la explosión final cuando, tras una larga ovación ya tras el telón el trío de Chick Corea, volvieron a salir las dos bandas y los dobles de piano y banjo, bajo y contrabajo y baterías real y virtual, estallaron con una vieja y conocida composición de Chick Corea.
El agudo y acatarrado sonido de la harmónica pasaba de la ternura al vendaval abriendo en el corazón recuerdos de músicas de otros tiempos.
Acabado el concierto ya después de las once vamos caminando hasta Brike Lane donde se encuentran pegados dos locales rivales abiertos las 24 horas y dedicados a vender comida, Bagels shops, uno desde 1846, London´s oldest bagel shop,y el otro más reciente. Allí nos tomamos 3 bocadillos en los que la ternera, rojas láminas cortadas delante del cliente, parecen envolver al pan.
Comiéndonoslos vamos caminando de regreso a la residencia con los sonidos del Jazz mezclándose con los olores de la noche llena ya de contenedores de basura aún sin recoger.
Os ahorro comentarios sin fin que a lo largo de todos estos recorridos a pie o en metro nos evocaban los lugares tan cargados de historia por los que pasábamos y que recordaban épocas en que el poderío naval de la armada británica imponía los designios del monarca por todos los mares de la tierra. Aquellos tiempos han pasado pero quedan reflejados en estatuas, avenidas, edificios, libros,..aunque ¡qué curioso! desde hace varias semanas hay un atunero español retenido por piratas somalíes y es justamente en Londres donde aún se ubican los despachos de abogados que negocian los millonarios rescates pedidos por los piratas.
El lunes, 16, por la mañana tomamos el “Stanted Express” que nos lleva al aeropuerto de regreso a casa y desde el aire vemos el canal de la Mancha y un poco más tarde los Pirineos ya con las primeras nieves blanqueando su potente musculatura.
Horas después de llegar a España tenemos noticia de la liberación del atunero previo pago del rescate negociado por uno de estos despachos de la capital del antiguo imperio británico.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 18 de noviembre de 2009.