Con una hora menos de sueño nos citábamos en el punto de encuentro. Hoy nos acompaña nuestro amigo y embajador en Madrid, Eduardo.
Martina, Rafa G., José Ginés, Pepe, Jesús, Jose, Eduardo y Juanma bajamos a la playa dando un pequeño rodeo pasando antes por Salesianos de Campello. Ya en la playa nos encontramos a Vicente, Mark, Jorge y Antonio. Llevamos un cargamento especial: Josele, que no ha podido acudir a la cita, nos ha preparado unas palabras de su puño y letra para hacer nuestro pequeño homenaje a Miguel Hernández. En el año que se celebra el centenario de su nacimiento, hoy se cumplían 68 años de su muerte en la prisión de Alicante.
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Palabras en recuerdo de Miguel Hernández
Un día como hoy, 28 de Marzo, a las 5.30 de la mañana aquel indómito potro de la vega, que había sobrevivido a tantas inclemencias, que había pasturado las cabras por la falda de la sierra, que había ordeñado y mamado su leche de las ubres, que se había bañado en el río Segura, cuando todavía era un río, que insatisfecho de sus escasas posibilidades poéticas en una ciudad como Orihuela, “sotánica y satánica” diría Neruda, dio el salto a Madrid donde nada fue fácil al principio, pero donde podía besar a una amiga por la calle sin que, como en su pueblo, le llovieran insultos e hisopazos, que escribió “El silbo de afirmación en la aldea” tras regresar de Madrid.
Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento!
vacilando en la cera de los pisos,
con un temor continuo, un sobresalto,
que aumentaban los timbres, los avisos,
las alarmas, los hombres y el asfalto.
Árboles, como locos, enjaulados.
Rascacielos ¡qué risa! ¡rascaleches!
¡Metro! ¡que noche oscura
para el suicidio del que desespera!
Y luego su pueblo, donde estaban su familia, sus amigos, sus cabras y su río.
Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena.Aquí está la basura
en las calles, y no en los corazones.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno.Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Y Dios dirá que está siempre callado.
Después murió su amigo Ramón Sijé, con quien tanto quería, y como despedida le dedicó aquellos versos hijos de la indignación y del cariño.
No perdono a la muerte enamorada
no perdono a la vida desatenta
no perdono a la tierra ni a la nada.En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero
que tenemos que hablar de muchas cosas
compañero del alma, compañero.
Era un poco la despedida de su amigo y de todo lo que Orihuela había significado para él hasta ahora, porque comenzaba otra etapa anunciada en el poema “Sonreídme”.
Vengo muy satisfecho de librarme
de la serpiente de las múltiples cúpulas,
la serpiente escamada de casullas y cálices.
Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos,
de aquella boba gloria: sonreídme.Me libré de los templos: sonreídme,
donde me consumía con tristeza de lámpara
encerrado en el poco aire de los sagrarios.
Y luego la vorágine de la guerra, arengando en el frente a los que empuñaban las armas en defensa de la libertad.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza
que os pisoteó la frente
que os redujo la cabeza.
O estas otras palabras contra los cobardes.
Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.Estos hombres, estas liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.
Su ilusión y su esperanza no ofrecen fisuras.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
A pesar de tantos versos como balas, vencieron los que gritaban ¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!
Después de aquella innecesaria guerra fratricida en que la libertad y sus defensores quedaron presos de la barbarie obscena y egoísta, bendecida por los crucifijos de los violadores de menores, Miguel, como tantos miles, dio con sus huesos en un rosario de cárceles donde aún siguió escribiendo.
No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola
que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo
en tus brazos mi prisión:
en tus brazos donde late
la libertad de los dos.Libre soy. Siénteme libre.
Solo por amor.
En su última cárcel, la de Alicante, emisarios de su otrora mentor, el obispo Luis Almarcha, le ofrecieron la salida de la cárcel, piso y pensión si renegaba de sus escritos y de su lucha. Miguel aún tuvo energía para escupirles en la cara que mil veces que naciera haría lo mismo. ¿Acaso creen que soy una puta que se vende por dinero?
El 28 de marzo de 1942, a las 5.30 de la mañana, con 31 años y unos meses, dejaron morir a aquel joven con “cara de patata recién sacada del surco”.
Se le atribuyen como despedida, escrita en un trozo de papel, estas palabras:
Adiós camaradas, compañeros, amigos
Despedidme del sol y de los trigos.
Aunque no sintáis hoy mi sudor y mi jadeo a vuestro lado, podéis sentir estas palabras más de Miguel que mías en su recuerdo.
Un abrazo.
José Luis Simón Cámara.