Han pasado casi 20 años desde aquel loco viaje a Jaén para la carrera de San Antón. Hicimos 800 kilómetros en coche para correr 6 ó 7 en la fría noche del 16 de Enero. Por la parte más vieja de la ciudad y escoltados a lo largo de todo el trayecto por gentes que nos animaban y daban calor con sus antorchas. De vez en cuando una gran hoguera. Era la noche de San Antón. Con frío y sin ducha nos cambiamos de ropa en el coche y regresamos al barrio viejo a tomar unas tapas y unos vinos hasta llegar a aquel viejo bar donde abrían en canal un pequeño pan lleno de manjares que devoramos. Al regresar, ya de madrugada, paramos a tomar un café y un paisano se nos montó en el coche hasta su pueblo cercano donde estaba decidido a llevarnos a un puticlub. Cuando conocimos sus intenciones, aprovechamos un descuido de los muchos que nos proporcionaba su borrachera, y lo dejamos en tierra.
Era el año 1992. A partir de entonces comenzamos a salir por la mañana, a las 7, hasta la playa. Con algunos veteranos ya lo hacías antes.
En invierno aún es de noche cuando salimos. Nos guía el blanquecino color de la tierra por las sendas cada vez más escasas, tapadas por el asfalto. Conocemos los baches del camino, las piedras que alguna vez nos han hecho caer.
Algunos días, el frío y el cansancio estimulan el deseo de que no aparezcas para volver al cálido lecho. Rara vez complacido. Hasta que el cuerpo entra en calor el silencio vocea el malhumor del esfuerzo que lo va mejorando según avanzamos hasta llegar ya desbocados hasta el mar que nos engulle por momentos y nos despide como una lámina helada. A las 7.30 en punto, ya pisando la arena, se cruzan los tranvías frente al Popeye. Subiendo encontramos todos los días a las mismas emigrantes que van a limpiar la suciedad de los otros.
Por el camino de Versalles, antes de llegar a Casa Marco, comenzaban a remontar el vuelo decenas de pavos reales hasta los más altos pinos de donde, asustadas, las garzas salían en desbandada. Luego ya los pavos fueron desapareciendo y para escucharlos tú imitabas su graznido encontrando el eco de los pocos que quedaban escondidos entre los arbustos.
A veces, en la semioscuridad o a plena luz, sobresaltos con los perros. Alguno, como el gran Can, un mastín, saltaba la valla y nos precedía o seguía por la vereda sin conocer sus intenciones. Ya me había mordido un negro y feo pastor aquella mañana, junto a la casa Ballenilla, justo cuando nos encontrábamos con Rodolfo, el para todos médico excepto para sí.
Fue uno de esos días, mientras bajábamos a la playa, cuando me dijiste que ya que formábamos un grupo informal (Pepe, Vicente, Rodolfo, Rafa) podríamos ponerle nombre, “a to trapo” por ejemplo, dijiste, que viene a ser lo mismo que “a pijo sacao”, dije yo, y así, de esta manera tan espontánea y mientras corríamos, no sentados en una oficina diseñando el nombre de un club, fijamos el nombre del grupo, inicialmente reducido, que desde entonces ha ido creciendo hasta el punto de que, como en una gran familia, algunos parientes ni se conocen.
Tú eres el eslabón que ha ido poniendo en contacto a gente de distintas generaciones.
Mercader, habituado a transportar zapatos, persianas o mármol, te has convertido en traficante de personas que transportas no ya por la comarca, carreras en Alemania, Londres, El Sahara, El Nilo, proyectos de París….
Eres como un viejo buhonero del Oeste, recorriendo poblados y sacando de tus cofres baratijas, hierbas, ungüentos, panacea de todas las dolencias.
Vas cogiendo a la gente del brazo en el baile, y te los llevas, a unos por el llano, a otros a la montaña, a pocos por el desierto, pero a todos al huerto.
Siempre con gente.
Sabes muy bien, como decían los libros antiguos, que si el hombre está solo y cae ¿quién le ayudará a levantarse?
Por todas estas cosas hoy tus amigos y compañeros de carreras levantamos la copa ¡qué pena que seas abstemio! (nadie es perfecto), y te deseamos y nos deseamos larga y saludable vida.
Un abrazo.
José Luis.
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