El miércoles, 12 de Septiembre nos reunimos a comer un grupo de amigos para celebrar el cumpleaños de Manolo. Paco, uno de los invitados, me dijo que por la mañana del jueves salía de viaje a los Arribes del Duero. Era la primera vez que oía nombrar aquel lugar. Me pasó por la cabeza la posibilidad de ir pero pensé madurar la idea y no dije nada aunque es cierto que no es la primera vez que Paco me ha invitado a alguno de sus viajes. A lo largo de la tarde fui pensando en los pros y los contras. Hacía tiempo que no salía solo con los amigos, como hice algunos años, primero con Santi por distintos puntos de Europa y después con otros amigos para hacer el camino de Santiago. Por una parte Inma aún no ha comenzado las clases y puede dedicar más atención a Marina y los niños. Después ya será más difícil por esa razón. Si estoy en casa es evidente que mi tiempo está dedicado inevitablemente a los peques porque pasan aquí el día. Ésas son buenas razones pero había aún otra. La conveniencia de descansar algunos días una del otro y otro de una. No, no, nada de egoísmo, al contrario, puro respeto. La presencia permanente, sin descanso, de una pareja puede llegar a hacerse agobiante, puede resultar insoportable y convertir la convivencia en un infierno. No en vano decía Sartre “l´enfer c´est les autres”.
Hacia las 11 de la noche se lo digo a Inma. Le parece bien. Poco después llamo a Paco que me envía un correo con la lista de cosas que cree necesarias.
Jueves, 13 de Septiembre.
A las 9 de la mañana pasa Paco por casa a recogerme e iniciamos el viaje.
Hacia las 7 de la tarde llegamos a Zamora y buscamos el hotel donde Paco había reservado habitación para él. No hubo problema en ampliarla porque era doble. Nos aseamos y comenzamos a dar un paseo por la calle principal, Sta Clara que nos llevó hasta el castillo y las murallas y la catedral con todos los pináculos llenos de cigüeñas. El largo paseo nos ayudó a digerir el abundante cocido madrileño que nos habíamos tomado en San Rafael, poco después de pasar el túnel de Guadarrama. Luego regresamos por un paseo junto al cauce del Tormes que se ensancha cruzado por puentes de muchísimos ojos y recalamos en la plaza mayor para tomar ya algo equivalente a la cena. Paco una tostada y yo un gintonic para disolver el cocido. Entre los paseantes que había a esa hora reconocimos a Gavino Diego, el protagonista de “El rey pasmado”, que iba acompañado de dos o tres personas y un perrito. Eso nos hizo pensar que quizá fuera de allí o que allí, en aquella ciudad tan tranquila, tenía una casa para alejarse del bullicio madrileño.
Viernes, 14 de Septiembre.
Desayunamos en un bar y tomamos rumbo al corazón de los Arribes, Fermoselle, aunque hicimos algunas paradas, la primera en Pereruela, lugar famoso por la calidad de su cerámica, donde Paco quería comprar algunas vasijas. Yo también compré algunas. La amabilísima dueña de la tienda nos dio pelos y señales de muchas de las vasijas que hacían ella y su hijo. Nos dio la impresión de que se trataba de una viuda, tenía 49 años,(la edad nos la dijo) alta y activa, por algún comentario a propósito del aprovechamiento del día a día en esta vida pasajera. Y nos sugirió que fuéramos a un restaurant en Fermoselle, aunque no le hicimos caso.
En Fermoselle nos dimos un paseo y entramos a la Casa del Parque Arribes del Duero donde nos dieron explicaciones sobre planos y murales de toda la zona; hay además un huerto que recrea algunas de las especies de la flora del parque. Es interesante. Después entramos en los 4 bares-restaurantes que hay en la plaza y proximidades y acabamos comiendo en uno de ellos. Hacia las 3.50 fuimos a una tienda que estaba cerrada pero nos vio la anciana que debía estar detrás de los visillos y nos abrió la puerta. Había de todo: alubias, garbanzos, libros, pan, tomates, recarga de móviles, tabaco, alfileres…( si no tienes de todo, decía la señora, es como si no tuvieras de nada ).
Después nos sentamos en la terraza de un bar a la sombra de la Iglesia y nos tomamos lo que nos dijeron era típico de allí, un licor-café. No, no era café licor, como el de Alcoy, pero algo similar elaborado también de forma artesanal, de modo que cada bar elabora el suyo.
Cuando se nos pasó la pesadez de las alubias aligeradas con el licor café seguimos la ruta hasta Pinilla, pueblo minúsculo donde apenas vimos a dos o tres ancianos por la calle que nos llevó hasta el final del mismo. Allí, en una planicie de tierra aparcamos y seguimos caminando hacia lo que creíamos que sería el mirador de la Peña del Cura. Desde lo alto se veía un gran meandro del río allá abajo. El sol nos quemaba el cogote, el ambiente era limpio y puro, sin una nube que suavizara los rayos.
Desde allí seguimos a Fornillos, donde vimos 4 pilotes de granito de un metro y medio de altura con unas hendiduras a la altura de la cabeza donde sujetaban a las vacas para herrarlas y también donde moldeaban los arados. Luego pasamos por Formariz y paramos en Mámoles donde volvimos a ver el potro de los arados. Allí hablamos con un señor bastante mayor de aspecto, aunque tenía 78 años, con un perro con cadena. Él nos explicó lo del potro de los Arados y nos dijo que más adelante estaban los Lagares Rupestres. A unos 200 metros del pueblo, rodeado por una empalizada de piedra de unos 8 metros de perímetro por 1.20 de altura, hay una gran roca con dos huecos, unidos por un pequeño canal. El primer hueco, excavado en la roca es más grande y allí echaban la uva y la pisaban, discurriendo el hilillo de mosto hasta el hueco más pequeño excavado más abajo en la misma roca. Según reza en un panel, ésta era la forma en que se hacía en vino hace 6.000 años en Armenia y Georgia. Desde allí importaron la costumbre los romanos hace unos 2.000 años.
Desde allí, pasando por Fariza y Badillam, cruzamos el Duero y entramos en Portugal por Miranda do Duoro, donde Paco había reservado habitación para él pero no sabíamos si habría para mí. No hubo ningún problema. Una habitación doble con vistas al Duero y al cielo. Ya instalados en el hotel Santa Catarina nos acercamos al embarcadero para cerciorarnos de la hora de salida. A las 10 de la mañana. Luego regresamos al hotel y dimos un paseo por la ciudad vieja, muy bien conservada y parecía que abandonada. Nos llamó la atención el uso en todas las casas de granito en los dinteles de puertas y ventanas. Buscamos un bar en la dispersa ciudad nueva y allí tomamos un bocadillo con cerveza. Ya en el hotel pedimos un orujo branco seco y nos sentamos en la terraza frente al Duero al fondo y un cielo lleno de estrellas. La poca contaminación lumínica proporcionaba una visión nítida del cielo.
Sábado, 15 de Septiembre.
Después de un abundante desayuno nos presentamos en el embarcadero donde había ya 35 ó 40 viajeros más de distintas edades, con predominio de adultos y jubilados. La guía nos advirtió del silencio que debíamos guardar a lo largo del viaje y comenzó a explicarnos las características del río, cuya profundidad alcanzaba los 180 mts. y la anchura de 150 a 200. Fuimos río arriba viendo desde paredes lisas y altísimas de granito con algunos árboles, como el enebro, incrustados en sus grietas hasta zonas de la ribera totalmente cubiertas de vegetación: encinas, fresnos, almeces, y otros arbustos. Vimos nidos de águilas perdiceras situados en los sitios más inaccesibles y protegidos de la peña, de cigüeña negra y lo más común era encontrarnos con el vuelo rasante de los cormoranes que se han adaptado al agua dulce. Mucho más arriba de los peñascos de la ribera sobrevolaban águilas reales o buitres leonados, ajenos a la minúscula embarcación que nos trasladaba. A mitad de camino nos acercamos a la orilla derecha del río y subimos por unas escaleras de madera a la ladera donde había como la recreación de una terraza en la que vivieron en otros tiempos gentes humildes de la zona. Allí cultivaban incluso cítricos, naranjos, pues la altitud media es de unos 250 ó 300 mts sobre el nivel del mar, muy por debajo de los 700 u 800 que hay en lo alto de los arribes. Por cierto, la palabra es de origen latíno “ad ripam” que evoluciona a “arribes”, junto a la ribera. Vivían en una cabaña circular de piedra, cubierta con las ramas de un arbusto impermeable, y al lado tenían otra cabaña más pequeña con una puerta muy estrecha donde alimentaban con leche a los chivitos de las cabras para impedir que se movieran y comieran hierba de modo que cuando les abrían las entrañas todo era como requesón finísimo. Los sistemas para proveerse de agua, los pasos de los contrabandistas que comerciaban con el café y el tabaco o alimentos, los puestos de control de carabineros y guardia civil, el pozo de las nutrias,etc. En la última parte del viaje pudimos salir a una zona del barco sin cristaleras y ver mejor todo.
Llegados nuevamente al embarcadero nos ofrecieron una degustación de Oporto blanco y tinto y hubo una exhibición de cetrería con búhos, buitres y águilas amaestradas. Decidimos pasar el día por la zona portuguesa, donde nos encontrábamos, seguimos el curso de la carretera pasando por Duas Igrejas, y paramos a tomar una cerveza en Sendim. Como aún era temprano para comer continuamos hasta Bemposta intentando buscar otro paso por el Duero que no nos obligara a pasar por Fermoselle, pero ese paso no existe. En Bemposta comimos una sopa, una ensalada con unos tomates riquísimos de la huerta del bar y un guiso de pescado variado. No había otra opción. Todo muy rico. Nos habían dicho que en las zonas fronterizas los portugueses hablan más español que los españoles portugués y tuvimos ocasión de comprobarlo en Bemposta pues la chica que nos atendió en el bar hablaba sin ningún acento. Claro, había vivido en Madrid algún tiempo. Desde allí nos encaminamos al único paso del Duero por la zona que roza el río Tormes y desde Fermoselle tomamos rumbo hacia Travanca por una carretera de muchas curvas y desniveles que atraviesa el Tormes pocos kilómetros antes de que se una al Duero justo en la frontera. Desde Travanca fuimos a Cabeza de Framontanos, Pereña de la Ribera, Corporario y finalmente Aldeadávila de la Ribera, donde fuimos a la oficina de Información, junto a la carretera. Allí nos indicaron algunos puntos para visitar. Nos hospedamos en el hotel rural La Jara y nos dedicamos a pasear y tomar unas cañas mientras vimos trozos de dos partidos de fútbol sucesivos del BarÇa y del Madrid y jugábamos unas partidas de billar.
Domingo, 16 de Septiembre.
Después del desayuno nos dirigimos hacia la playa del Rostro, a unos kilómetros de Corporario, donde está el embarcadero. Llegamos hacia las 10.30 y como el barco zarpaba a las 12 tuvimos tiempo de adentrarnos por un sendero que bordeaba la margen izquierda del río desde la que veíamos una piragua perderse por los rincones y tuvimos ocasión de ver bosques de lironeros o almeces, helechos, olivos, y otras muchas variedades mediterráneas. Afortunadamente habíamos comprado la entrada al llegar porque cuando regresamos del paseo había una larga cola esperando para embarcarse. En este caso la excursión era de 11 kilómetros río abajo hasta el salto de Aldeadávila donde hay una central eléctrica que proporciona la 5ª parte de la energía de Iberdrola con un salto de casi 200 metros que mueven las turbinas. Este viaje presenta más variedad de fauna y se ve mejor aunque las especies son las mismas.
Acabado el paseo pasamos por Vitigudino, donde saboreamos “secreto” de cerdo ibérico y cochinillo con vino de los Arribes. El siguiente paso era el Parque natural de las Batuecas. Subimos hasta el monasterio de la Peña de Francia a 1728 mts. de altitud y luego pasando de largo por el hermoso pueblo de La Alberca, porque ya lo conocíamos, nos encaminamos hacia Mogarraz, del que le habían dicho a Paco que era tan hermoso y menos abarrotado de turistas. Mogarraz está a 6 kilms. de La Alberca pero una confusión del copiloto nos hizo recorrer muchos más en otra dirección hasta llegar a Mesta. Finalmente, ya casi oscuro, llegamos a Mogarraz y valió la pena. Lo que primero nos llamó la atención fue ver en la fachada de las hermosas casas unas pinturas como de foto de carnet de gran tamaño de las personas que vivían allí hacia los años 70. Un pintor originario de allí, Maillo, había ido haciéndolas en un material metálico y de gran calidad. Recorrimos el pueblo, como casi todos, solitario y finalmente, ya casi a las 9 de la noche nos dirigimos a Salamanca. Yo esperaba encontrar al cuñado de un amigo en cuyo hotel dormimos hace 20 años en la plaza mayor. Un camarero del bar que en aquella época pertenecía al hotel, ya no, me indicó que podía encontrarlo en la cervecería Gambrinus en la Rúa vieja y allí nos encaminamos. Finalmente dimos con él en la feria de Salamanca, nos invitó a un jamón de Guijuelo y poco después nos dimos un paseo nocturno por la hermosa ciudad.
Lunes, 17 de Septiembre.
Hacia las 10 de la mañana regresamos. Un café a las afueras de Salamanca y plato de jamón y queso en los bares de Chinchilla, llegamos a Alicante hacia las 7 de la tarde.
José Luis Simón
San Juan, 27 de septiembre de 2012
Eso es vida, sí señor.
Hace un par de años estuve por allí y es una zona preciosa.
Josele, como siempre genial, la crónica y la descripción de paisajes es excelente.
¡hay que ver lo que cunden cinco días con un buen amigo, lejos de la rutina diaria!