Una niebla densa y baja se cierne sobre la playa, el mar y la montaña. Algo bastante excepcional en esta tierra donde el sol ciega inmisericorde ya en las primeras semanas de la primavera. Un aire fantasmal parece trasladarnos a esas tierras del norte donde los vikingos aprovechaban la bruma para rasgar sus cortinas ya junto al sorprendido viajero. Voy caminando con una bolsa a la espalda, descalzo sobre la arena, cálida y seca a pesar de la niebla. Los pies se hunden suavemente sintiendo acariciada toda la superficie de la planta, desde el talón hasta la punta de los dedos. Sin prisa, sin rumbo, únicamente siguiendo en paralelo la zigzagueante línea de las olas. En la arena algunas huellas humanas, de un perro, de gaviotas que reflejan las estrellas, los botones de algunas gotas de lluvia. Sólo el rumor del agua más o menos lejano según me alejo o me acerco a la orilla. Cuando se me ocurre doy media vuelta y regreso sobre mis pasos. A lo lejos veo dibujarse alguna figura humana que emerge poco a poco y se va perfilando. Una chica desnuda camina por donde el agua lame la arena. En dirección contraria un joven con sombrero camina ensimismado por la arena seca. Los observo sin mucha atención pasar a cada una en una dirección. Quizá la niebla amortigua la impresión de la chica desnuda o el chico con sombrero. O quizá es que no tiene tanta importancia ni una cosa ni otra. Vagando mi mente por estas latitudes vislumbro a lo lejos otra figura cuyos movimientos me resultan familiares. Su contorneo, su silueta, su paso, decidido aún, en la arena. Nada haría pensar que era él después de tanto tiempo, pero lo había visto caminar tantas horas siguiendo su estela o precediéndolo. Y no sólo por veredas, sendas, valles y montañas, también en posadas, bares y refugios. Lo había visto sentado a una mesa, apoyado a muchas barras. Después de tantos años y de tantos viajes, después de haber besado y abrazado las mismas caras y los mismos cuerpos. Después de haber hablado a todas horas y de todos los temas e historias. ¿Qué quedaba que decirnos? ¿Servirían ya de algo las palabras? Yo sabía que también él me había reconocido desde lejos. Tenía los mismos motivos para hacerlo. Pensé que quizá pensara lo mismo que me pasaba por la cabeza. ¡Qué más da que siga soltero o se haya casado y tenga hijos y nietos! ¿En qué cambia eso la vida? Es él quien importa. Y lo veo, según se aproxima, con menos prestancia caminando y con más surcos en la cara, pero con el mismo gesto altivo, con la misma decisión en la mirada. Quizá también él haya elaborado alguna hipótesis sobre mi vida viéndome caminar hacia su encuentro. La arena se esparce bajo el peso de nuestro cuerpo y vamos avanzando entre la niebla, con el susurro de las olas, sin quitarnos la vista de encima. Y sin reducir el paso nos cruzamos dándonos la mano y manteniéndonos la mirada. Ni una sola palabra. ¡Tanto tiempo echándolo de menos¡ Amortiguado por la bruma se oye lejano el silbido del tren.
José Luis Simón Cámara
San Juan, 16 de abril de 2013
hoy nos hemos encontrado y hacia el mar bajado (caminando) en animada tertulia, con la paraeta de costumbre en los aseos de en medio,… retomando las buenas costumbres.
Precioso relato Josele….
Me ha encantado.
Un abrazo
Que bonito relato…
Josele eres un artista!!!
De repente me he visto entre la niebla.
Como me ha gustado.
Tienes que prodigarte más.