Llego a la playa, como muchos otros días, en esta época de primavera. Saco la toalla de la bolsa y la extiendo sobre la arena. Hoy ciega el sol. Dejo la bolsa junto a la toalla y, como de costumbre, comienzo a caminar por la arena. Luego un ligero trote hasta aquel edificio azul que muchas veces me sirve de referencia. Ya algo acalorado me voy adentrando en el mar poco a poco. Primero me mojo los brazos, la cara con las manos, un poco de agua por el cuello y por el pecho y finalmente ¡zas! Inmersión. Una ligera impresión sacude el cuerpo pero tras unas pocas brazadas se restablece la sensación de bienestar. Aún no invita de todos modos a permanecer placenteramente quieto el cuerpo en el agua. No está fría. Fresca. Nuevo paseo por la arena, ya caliente, a veces caminando por el agua hasta la pantorrilla. El pequeño oleaje y las zancadas van levantando gotas que salpican rodillas y torso. Apenas alguien paseando por la arena. A bastantes metros de distancia alguna toalla tendida. Me doy un último baño y salgo. El sol deslumbra. Me dirijo hacia la toalla, la sacudo para que se desprenda la arena que la brisa ha posado sobre ella y comienzo a secarme el pecho y la cara. Cuando me quito la toalla de la cara veo a un bañista que me mira insistentemente saliendo del agua en dirección hacia mí. Miro la bolsa y la toalla y compruebo que las mías están unos metros más allá. Dejo la toalla sobre la arena, le dirijo un gesto de disculpa al bañista y me encamino hacia mi toalla. El chico regresa al agua y yo me alejo sonriendo para mí y pensando con qué facilidad nos confundimos.
José Luis Simón Cámara
San Juan 21 de abril de 2013
y quien no se ha confundido alguna vez ?? , yo suelo comerme el pan del vecino de mesa con mucha facilidad 🙂 y a veces mas que confundido, perdido.