Amistades rotas.
El lunes del juicio ya ha pasado. Miguel y Germán han comparecido por separado ante el juez. Sus declaraciones no son coincidentes. Hay careo.
Miguel dice que Germán lo amenazó de muerte en la puerta de su casa, exactamente junto a la persiana metálica del almacén donde guarda cacharros y herramientas.
Germán lo niega y afirma que es Miguel quien lo ha amenazado.
– Sal a la calle, que tengo que hablar contigo.
Quizá quería evitar que su madre o su tío escucharan la amenaza. Miguel se negó a salir y le dijo que desembuchara lo que tenía que decirle.
– Esto no va a acabar así. Te vas a enterar. Te voy a matar.
Germán lo niega rotundamente y afirma que es Miguel quien lo ha amenazado. Entonces aparecen los testigos. Germán no sabía que detrás de la persiana, medio bajada, y sentados en cajas de plástico de las que se usan para transportar limones o naranjas, junto a la pared, había dos amigos de visita. Enterados de dónde habían llegado los hechos, se ofrecieron a declarar lo escuchado el día en que Germán lo había amenazado en su presencia. Requeridos por el juez, los hizo pasar el ujier y Germán, de natural altivo e insolente, se quedó abatido cuando escuchó su testimonio, porque además eran conocidos suyos y, como Miguel, habían sido amigos.
No deja de ser sorprendente la personalidad de Germán y de Miguel, mostrada en estos hechos que ahora analizamos y otros similares aunque no llegaron a estos extremos. Es cierto que entre gentes de toda edad podemos observar reacciones inesperadas, poco racionales, no sabemos sujetas a qué motivaciones, en cualquier caso fuera de lugar entre humanos que conviven respetando sus diferentes gustos, intereses y costumbres. Porque ¿cómo se explica que por el malhumor causado por el cansancio y la falta de sueño, Miguel hubiera pegado una patada a la papelera en el despacho del jefe que no dudó en despedirlo? ¿Qué movimientos neurológicos se interpusieron entre Germán y Miguel para que brotaran en aquel esas relaciones de amor-odio tan descontroladas? No es raro ver a cuatro amigos jugando al dominó en la mesa de un bar y a uno de ellos, por fútiles diferencias en el juego, levantarse maldiciendo de la mesa y largarse prometiendo no volver a jugar más con ellos, para repetir la misma historia al día siguiente.
El testimonio de los testigos fue suficiente para que las acusaciones de Germán fueran anuladas por el juez. El problema judicial ha zanjado la disputa. La vieja amistad se ha perdido para siempre.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 2 de junio de 2013