Hoy, 12 de julio, nos hemos desplazado toda la familia a Benidorm, para celebrar la boda de Paula y Edu. Otro día, con más perspectiva, contaré el ambiente floral, refrescante, de ensueño, de recuerdos nostálgicos que rodeó toda la ceremonia y su variada fauna humana. Hoy quería referirme a unas pequeñas observaciones casi limitadas a la mesa número 10 en la que estábamos un grupo de parientes y amigos. La primera sorpresa fue ver entre el personal que nos servía las bandejas de aperitivos por el jardín a una antigua alumna que se paró ante mí para asegurarse de que era su antiguo profesor de literatura. Efectivamente, lo era. Hacía ya 20 años, recordó ella. Nos vimos varias veces a lo largo de la velada pero además ella y otro chico se ocuparon en exclusiva de nuestra mesa, la nº 10. Fue pura casualidad. A la que mis compañeros de mesa, especialmente José Miguel que estaba inusualmente locuaz, atribuía que me sirviera los platos antes que a él. Esta feliz coincidencia, la alumna se llamaba Elena Eford, me brindó la oportunidad de contar a los comensales algo que me había ocurrido hoy mismo. Salí a correr por la mañana, hacia las 7.30, como suelo hacer otros días, pero en esta ocasión, solo. Cuando llegué al mar vi a una pareja en el lugar habitual de baño y, por pudor, me desplacé unos 100 metros hacia la izquierda. Me desnudé, como habitualmente, y me sumergí en el mar. Entonces vi cómo aquella pareja se me acercaba hasta distinguir la rubia cabellera de mi colega el de Puente Genil, Jesús, compañero habitual de carreras, y una chica para mí desconocida. Era su sobrina guitarrista que pasaba unos días en su casa y daba un concierto en el festival de música de Petrel. Los comensales se echaban la mano a la boca para disimular la sorna por mi embarazosa situación sin considerar que los dominios de la nereida Tetis ayudan a ocultar todo tipo de desnudeces. Pero, les dije, no era esto lo que iba a contaros, si José Miguel deja de interrumpirme por quinta vez. Subimos corriendo tras el baño y al llegar a San Juan, al punto de encuentro, Jesús, muy aficionado a perpetuar en fotos nuestros encuentros, se acercó al coche por su cámara de fotos al tiempo que pasaba por la acera del otro lado una chica conocida de vista. La llamó para decirle que nos hiciera la foto y ella intentaba eludir el compromiso con el pretexto de que llegaba tarde a su trabajo en Carrefour. Mientras Jesús insinuaba si la conocía le dije que por supuesto, había sido alumna mía. Ante su insistencia cruzó la calle y se dispuso a hacernos la foto. ¿Cuánto tiempo hace que fuiste alumna mía? –No sé exactamente, pero aún me acuerdo del principio de aquel poema de Rimbaud que nos enseñaste: “C´est un trou de verdure…”. Yo no salía de mi asombro. ¿Cómo era posible que se acordara de aquel poeta y de aquel poema casi 40 años después? Así se lo manifesté. Ella me dijo que no podía olvidársele una poesía tan hermosa. Había creído inicialmente que habría sido alumna mía en el Instituto de San Juan, pero allí yo ya no daba clases de francés, de modo que había sido en el instituto Femenino de Alicante, después llamado Miguel Hernández, es decir hacia el año 1975, cuando yo aún daba clase de francés antes de sacar la oposición en lengua y literatura españolas. Me chocó más aún además porque la chica no había continuado estudios superiores como evidenciaban sus largos años de trabajo en el Carrefour de San Juan, al que la tengo asociada desde hace mucho tiempo. La verdad es que solo la he visto casi siempre o en el trabajo o dirigiéndose a pie al trabajo. Es decir que no se trataba de una chica cultivada profesionalmente a la que fuera más fácilmente atribuible una cultura y una sensibilidad capaces de disfrutar un poema de uno de los poetas más difíciles y complejos de la 2ª mitad del siglo XIX en Francia, Arthur Rimbaud. Siempre puede uno sorprenderse.
Transcribo abajo, por su especial belleza y delicadeza, el poema de Rimbaud, en francés y traducido por mi.
Le dormeur du val
C´est un trou de verdure où chante une rivière
Accrochant follement aux herbes des haillons
D´argent; où le soleil, de la montagne fière,
Luit: cést un petit val qui mousse de rayons.
Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu,
Dort; il est étendu dans l´herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.
Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant comme
Sourirait un enfant malade, il fait un Somme:
Nature, berce-le chaudement: il a froid.
Les parfums ne font pas frissonner sa narine;
Il dort dans le soleil, la main sur sa poitrine
Tranquille. Il a deux trous rouges au côté droit.
Octobre 1870
El durmiente del valle
Un rincón del bosque donde canta un riachuelo
Colgando desordenadamente de la hierba girones
De plata; donde el sol, desde la altiva montaña
Brilla; es un pequeño valle, espumeante de rayos.
Un soldado joven, la boca abierta, la cabeza desnuda,
Y la nuca bañada en el fresco berro azul,
Duerme; está tendido en la hierba, bajo el cielo,
Pálido en su lecho verde donde llueve la luz.
Los pies en los gladiolos, duerme. Sonriendo
Como sonreiría un niño enfermo, sueña.
Naturaleza, acúnalo cálidamente: tiene frío.
Los perfumes no hacen moverse las aletas de su nariz
(o, su nariz es insensible a los perfumes);
Duerme al sol, la mano sobre su pecho.
Tranquilo. Tiene dos agujeros rojos en el costado derecho.
Octubre de 1870.
Arthur Rimbaud nació en Charleville, al norte de Francia, en 1854. Tenía 16 años cuando escribió este hermoso poema, parece que influido por una batalla de la guerra franco-prusiana de 1870 que se desarrolló a unos 20 kilómetros de su pueblo. Se fugó a esa edad varias veces a París, por los años de la Comuna, en busca de relaciones literarias y allí conoció a Verlaine, recién casado, con el que inició una tormentosa relación sentimental que acabó con su matrimonio y, después de viajes huidos por el escándalo a Londres y Bruselas, rompieron violentamente sus relaciones. Verlaine disparó a Rimbaud y fue condenado a dos años de prisión en Bruselas. Hacia los 19 años Rimbaud dejó de escribir, abominó de la literatura y se dedicó a los negocios con empresas de ultramar, trabajando en Java, Yemen, donde vivió con una mujer abisinia y Etiopía, donde fue traficante de armas. Allí contrajo una artritis de rodilla que derivó en gangrena y se refugió en un hospital de Marsella donde le amputaron la pierna y murió poco después a los 37 años.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 14 de julio de 2014