Archivo Anual: 2014
X Mitja Marató Serra d’Oltà (14-Diciembre-2014)
Un evento en Calpe ya conocido por casi todos, una bonita media maratón de montaña por la sierra d’Oltà. Esperábamos un tiempo peor pero, aunque amaneció nublado, la temperatura fue buena y la lluvia no hizo acto de presencia en toda la mañana.
Allí estábamos todos a las 8.15 am listos para recoger los dorsales que, por primera vez, nos los dieron impresos en una tela, muy buena idea y cómoda. Nos preparamos y fuimos a la pancarta para la foto de rigor, de allí pasamos uno por uno por el photocall de la organización donde, una vez habíamos pasado todos, se rindió homenaje a ganadores de la prueba y corredores insignes e históricos como nuestro Antoñito que decidió sorprender con nueva y original equipación con la que esta revolucionando el mundo de la moda running.
Se dio seguidamente la salida y la carrera fue fluyendo bastante bien, aunque con algunos tapones pero sin problemas. Pronto empezamos a ganar altura y a disfrutar de las fabulosas vistas que la Sierra D’Oltà nos brinda. Subimos el primer repecho para luego volver a bajar casi hasta Calpe y empezar la subida la pico mÁs alto de la prueba. Desde allí solo quedaba otra subida no muy exigente y 5 kms de bajada por senda y pista hasta la meta donde una magnÍfica parrillada nos esperaba para reponer fuerzas. Muy buena organización y gran acogida de una prueba que seguro repetiremos.
—
Enlaces sobre esta prueba
Nombre | Categoría | Tiempo | Puesto General | Puesto Categoría |
Antonio | MASTER-M | 2:41:41 | 267 | 16 |
Juanma | MASTER-M | 2:48:57 | 311 | 23 |
Juanmi | ABS-M | 2:55:18 | 347 | – |
Jesús | MASTER-M | 3:01:22 | 393 | 28 |
Edu | ABS-M | 3:07:32 | 436 | – |
Reme | VETERANA | 3:48:04 | 530 | 28 |
—
[Puedes descargar este track en formato GPX y KMZ]
Este es el recorrido y el perfil registrado con un Garmin Forerunner 210. Las marcas aparecen cada 4 kilómetros.
El perfil está dibujado con el programa Perfils. Haz clic sobre la imagen para ampliarlo.
—
Sueños. 4.
Era todo muy contradictorio. Salir huyendo de un trato indigno, humillante y verte abocado a ejercerlo sobre quienes lo habían sufrido por parecer la única forma de hacer valer el principio de autoridad. A veces, o se normaliza la situación o el caos se generaliza y corroe la convivencia que se hace imposible. Porque ¿qué hacer cuando no sirven las razones, las palabras suaves, ni siquiera las amenazantes? ¿Puedes permitir, es un ejemplo, que el niño, desobediente, presa del disgusto, se lance a la carretera llena de coches a toda velocidad en ambas direcciones? No puedes permitirlo porque se pone en juego su vida. ¿Es agredir sujetarlo fuertemente del brazo aunque le hagas daño? No tiene nada que ver con dar un golpe en, a saber dónde, porque no es lo mismo la cara que el culo. A veces se trata solamente del gesto, del amago del golpe, de la ruptura aparente o exterior del afecto, con la intención de que provoque catarsis, reacción, inflexión, ruptura de la línea de conducta, para salir del círculo infernal del enojo y pasar a otra dimensión en la que sea posible establecer contacto racional, anulado en la situación anterior por el empecinamiento, por la negativa a dar el brazo a torcer, por el empeño en hacer valer tu posicionamiento, tu punto de vista, tu ego, en última instancia. Lejos ya el siglo de las luces, tantos años de racionalidad, de aceptación de los derechos humanos, de respeto a la diversidad, a los distintos puntos de vista, tanta experiencia acumulada en los largos años de entrenamiento y aprendizaje en el trato con alumnos de todo tipo y extracción, desde los más educados y correctos a los más rebeldes e ingobernables, para encontrarse inseguro, desvalido, lleno de dudas, sin argumentos en el trato con unos niños de pocos años. Es entonces cuando nos planteamos lo poco que en la solución de conflictos se nos ha enseñado desde la infancia, en la escuela, en la universidad y en la vida familiar, entre otras razones porque casi siempre era el argumento de autoridad el que acababa predominando y siendo además aceptado como tal. ¿Quién osaba en su niñez o juventud poner en duda, discutir y menos aún enfrentarse a la autoridad de los profesores, de los padres o de los abuelos? Era algo tan insólito que podía considerarse excepcional. Como enfrentarse a las doctrinas de Aristóteles o de Santo Tomás, del aprendizaje de cuyas enseñanzas y de su memorización todos se sentían ufanos. Tanto estudiar la geografía, incluso tierras lejanas, el mundo de la física, de las matemáticas, el origen incierto de la vida, hasta el sexo de los ángeles cuando las disquisiciones eran un escenario para la esgrima, y no haber dedicado parte de ese tiempo a conocer el comportamiento humano, las pasiones, las vísceras, las razones de un ser que está aprendiendo a desenvolverse en la vida. Salí a la calle para oxigenarme también yo después de aquella algarada familiar, discusiones que, no por relativamente civilizadas, dejaban de afectar al sereno espíritu de convivencia. La calle, el aire, el anonimato, escuchar los coches y los perros a lo lejos, van acariciando la ropa, van penetrando en la piel y serenando a esa hormiga que camina bajo la luna menguante y acaba por relativizar sus sensaciones, sus impresiones y sus disquisiciones en el inmenso mundo que nos rodea.
San Juan, 23 de octubre – 23 de noviembre de 2014.
José Luis Simón Cámara.
Sueños. 7.
Ya está todo. Puedes despertarte. Como si no fuera conmigo. Yo veía en un gran reloj de pared exactamente las 4.52 minutos. Intenté comprobar la hora con mi reloj de muñeca pero no se me ocurrió levantar el brazo para averiguarlo. Entornaba los ojos aunque podía abrirlos perfectamente. Eso de perfectamente lo tenía muy interiorizado porque lo aplicaba a cualquier movimiento que hacía. Hasta ahora limitado a mirar el reloj o abrir y cerrar los ojos. También recuerdo que no sé por qué, tenía el impulso de hablar en francés cuando pasaban a mi lado y a continuación, como si me diera cuenta de lo inadecuado del uso del francés, lo traducía al castellano. Sólo había una razón que explicara el uso del francés y era la reciente estancia en mi casa durante unos días de una antigua amiga francesa a la que no veía desde París hacía más de 30 años. Ella ya se había marchado pero aquellos días fueron de total inmersión en la lengua de Moliére. Quizá fuera esa la explicación. Y además recuerdo que lo que decía era repetitivo. “Je vous remerçie votre travail, je vous remerçie votre travail”. Os agradezco el trabajo. Poco a poco me iba dando cuenta de que había repetido varias veces la misma frase. Ahora ya sí podía mantener abiertos los ojos todo el rato, no como hasta hacía unos minutos en que creyendo poder mantenerlos abiertos se me cerraban solos por el peso inapreciable de los párpados y también porque no ponía suficiente voluntad por mantenerlos abiertos. Habían pasado unos minutos, ya eran casi las 5, y entonces el tiempo comenzó a parecerme que pasaba más lentamente. Ahora sí intenté mirar la hora en mi reloj pero no lo llevaba puesto. No quería impacientarme y volví a cerrarlos creyendo que así todo discurriría con más fluidez. Cada minuto que pasaba escuchaba con más nitidez los pasos por la sala, palabras sueltas sin sentido, después el ir y venir de conversaciones breves, puntuales, siempre dirigidas a otra gente. Hasta que una joven con uniforme azul se acercó a mí que estaba tumbado sobre una camilla, sí yo estaba sobre una camilla, con un pijama también azul y me preguntó cómo me encontraba. Le dije que me encontraba bien. Incorporó un poco la cabecera de la camilla articulada y me dijo que si no estaba mareado podía bajarme y sentarme en la silla que había puesto al lado de la camilla. Allí me quitó la vía que tenía sujeta a la vena de la mano por donde habían introducido la aguja y me colocó una gasa ajustada con un esparadrapo. Si se encuentra bien podemos salir de la sala. Me ayudó a incorporarme y comencé a caminar, siempre cogido por la enfermera hasta el pasillo al fondo del cual estaba Inma esperando que saliera del quirófano donde me habían hecho una colonoscopia. Poco antes había entrado a una pequeña habitación donde me había desnudado y colgado mi ropa en una percha. Me coloqué un pijama de dos piezas y dejé el reloj sobre la mesa del doctor porque había olvidado dejarlo en el armario. Me dijeron que me tumbara sobre una camilla y me colocara recostado sobre el lado izquierdo en posición fetal. No, no era un sueño, se trataba de una prueba real y mi aturdimiento no era más que el resultado de la anestesia que media hora antes me habían aplicado y me había dormido tan profundamente que, al despertarme, no sabía dónde me encontraba ni qué hacía ni qué había pasado.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 15 de noviembre de 2014
Sueños. 6. (Tenacidad)
Tiene más de 80 años y sigue subiéndose al tractor cada día durante varias horas. Él dice que se encuentra más cómodo en su cabina que en su propia casa por una razón bien sencilla. En el tractor tiene aire acondicionado que le hace más llevadero el caluroso verano y el desapacible invierno. La verdad es que pasa en él horas y horas trabajando aunque ese trabajo no tiene nada que ver con el que llevaba a cabo desde su infancia, antes incluso de que la mordedura de un perro y el posterior remojón un día de lluvia sobre la carreta le provocara la rabia que estuvo a punto de llevárselo al otro mundo. Mi madre lo cuidó durante días y cuando sus alucinaciones dieron paso a una brusca mejoría, una tarde, cuando ella se aproximaba a su cara para observar su respiración, Pepe se abalanzó sobre ella lanzando un ladrido como para morderle por su contagio. Todo era una broma. Ya estaba casi curado. Pepe me contaba durante un viaje a Barcelona al entierro de un pariente que en su relativamente corta vida, ya no tanto ahora, había conocido una evolución vertiginosa en las herramientas de labranza, desde el arado árabe con el que comenzó en su juventud y durante años a arar la tierra, pasando luego por la mula mecánica que ya con motor era guiada a pie por el agricultor, después vinieron los Masey Ferguson, una marca alemana y así hasta los últimos modelos de estos años en que no solo disfrutan de aire acondicionado sino también de rayo láser para emparejar la tierra y disponer un bancal o huerto al mismo nivel. Nos vemos de vez en cuando por el pueblo, cuando paso allí unos días, o en algún entierro de conocidos comunes, o porque he ido a visitarlo para ver cómo iba su recuperación de una operación de rodilla. Alguna vez he ido a verlo con mi nieto porque su casa es lo más parecido a la ilusión de muchos niños: camadas de perros recién paridos, gatos bajo las sillas, tractores de todos los tamaños y colores, herramientas apoyadas en la pared. Íbamos Inma y yo buscando mesa para comer en un bar del pueblo de al lado y él nos vio entrar y hablar con una camarera preguntándole dónde podíamos sentarnos. Su mesa estaba llena con su mujer, hijos casados y nietos. Sin dirigirse a nadie se acercó a una mesa supletoria de apoyo con cesta de pan y botellas y depositándolo todo en la mesa más cercana, la levantó para ponerla junto a la suya y hacernos un hueco con ellos. La señora que había sentada en la mesa a la que servía de apoyo la sujetó con sus manos y ambos forcejearon sin mediar palabra hasta que llegó la encargada del local.
– Este señor se quiere llevar nuestra mesa sin preguntarnos siquiera si la necesitamos.
– A vosotros no os hace falta y mis primos no tienen donde sentarse. Perdone mi brusquedad pero ¿le parece bien que me la lleve para ellos?
– Si lo dice usted de esa manera cambia mucho la cosa. Puede usted llevársela.
– Muchas gracias, señora.
La encargada del local solo abrió la boca para decirle a la señora que le traerían otra mesita supletoria. Nosotros asistíamos algo avergonzados y como ajenos a la escena. Mi primo acercó la mesa junto a la suya y nos hizo una señal con la mano para que fuéramos a sentarnos con ellos. Para evitar miradas incómodas dimos un pequeño rodeo hasta llegar junto a ellos. Besos, saludos y preguntas centradas sobre todo en el viaje y peripecias de su hijo mayor a Nigeria, uno de los focos del ébola que ha estremecido a medio mundo.
José Luis Simón Cámara
San Juan, 4 de noviembre de 2014