Desencuentro
La pareja de enamorados se había desplazado a la capital porque él se examinaba de la oposición que llevaba preparando varios meses. Allí, mientras él, enclaustrado en la habitación del hotel, repasaba el temario, lo resumía, lo memorizaba, ella, que había estudiado allí la carrera, había aprovechado para tomar contacto con sus viejos compañeros de estudios que, tras varios años alejada en provincias, volvía a ver. No le resultó fácil localizarlos, pero encontrado el primero, los demás fueron apareciendo como eslabones de una cadena. Aunque todos estudiaron en las facultades de letras siguieron destinos distintos: unos, la mayoría, la enseñanza, otros en un despacho de abogados, quiénes asesores en una empresa de marketing, hubo quien vivió del alquiler de pisos heredados de sus padres, en fin, bastante variedad. A pesar de trabajos tan distintos seguían manteniendo algunos lazos y si no con mucha frecuencia, se veían de vez en cuando porque la mayoría seguían viviendo en Madrid y si frecuentas los mismos circuitos coincides más con la gente que si vivieras en un pueblo pequeño. Al principio de la estancia en Madrid volvía a la hora de comer e iban a algún restaurante próximo pero él le sugirió que si no le importaba comiera con sus amistades y de esta manera él pedía el menú del hotel y, sin necesidad de salir ni de comer en demasía, podía continuar con la preparación del examen. Días después, cuando regresaba a la hora de la cena, se lo encontraba ya acostado durmiendo entre libros. Así, pues, acabó saliendo por la mañana y llegando ya después de cenar con sus amistades, a sabiendas de que él dormiría ya rodeado, como cada noche, de libros. Por la mañana, al levantarse, aprovechaban el breve rato del desayuno para contarse sus andanzas, ella sobre todo, porque lo que era él, bien poco había andado y su compañía era bien conocida de ambos. Ella sí, le contaba pormenores, anécdotas, paseos, conversaciones, recuerdos, con las distintas amistades, aunque no estaba muy segura de que él, abstraído en sus asuntos, se enterara de lo que le contaba. Pero lo parecía e incluso le preguntaba algunos detalles, no sabía ella si por aparentar que se interesaba o porque realmente la estaba escuchando con atención. Así pasaron varias semanas que dieron lugar a encuentros con distintas amistades, visitas a museos, paseos por la montaña, sesiones de cine, hasta alguna obra de teatro. Para ella supuso una brisa de aire renovado, una recuperación saludable del pasado, un reencuentro refrescante con gentes de otra época.
Cuando el marido supo el resultado del examen, un notable alto, su primer impulso fue llamar a sus padres, eterna fuente de preocupación, porque durante años sus resultados académicos no habían sido muy satisfactorios y aunque eso para él no era motivo de inquietud, sí lo había sido y muy preocupante para sus padres que veían pasar el tiempo sin que su hijo se tomara en serio los estudios. Pero no fue así. Lo primero que hizo fue ir en busca de su pareja para darle la noticia. Ella, hasta tal punto se había acomodado a esa nueva vida de relaciones con sus antiguos compañeros que cuando su marido le dijo que ya sabía las notas, ella desorientada con tanta novedad que había entrado en su vida le dijo —¿Qué notas? Su respuesta fue un jarro de agua fría. Quedó tan desolado que se dio media vuelta y se marchó al hotel. Fue entonces cuando ella, vuelta a la realidad, se dio cuenta de la crueldad de su respuesta y lo siguió llamándolo suplicante. Hicieron las maletas y, en silencio, regresaron a la provincia. Ella lamentando su reencuentro con los viejos amigos. Él, perdida la alegría por haber ganado la oposición que le había costado tanto esfuerzo. El paso del tiempo fue dejando en el olvido aquella estancia en la ciudad que, por otra parte les había proporcionado importantes elementos de felicidad, a ella con la recuperación de amigos, jirones de su vida de estudiante, y a él la seguridad de un trabajo estable, nada desdeñable en los tiempos que corrían. Aunque por una u otra razón aquellos días fueron vividos por ambos con tanta intensidad, un estúpido velo de tristeza envolvía su recuerdo.
San Juan, 9 de diciembre de 2015
José Luis Simón Cámara.