Te has pasado, Francisco. Esta vez has debido de meterte la lengua en el culo porque te olía a mierda cuando hablabas. ¿Cómo se te ocurre, cuando aún está caliente la sangre de los asesinados por la barbarie, decir que “si insultan a tu madre pueden esperarse un puñetazo”? Eso se lo dices a tu amigo el doctor Gasbarri a solas y sin micrófonos, pero ¿cómo se te ocurre decirlo a los periodistas, colegas de los asesinados? ¿Cómo crees que van a usar tus palabras los yihadistas de cualquier especie y sus amigos? ¿Es que te ha vuelto la vena inquisitorial, la vena de Torquemada? Ninguna religión, ninguna iglesia, ningún dios, ni el tuyo ni el del profeta valen la vida de un ser humano. Ninguna ideología, ninguna filosofía, ningún Velázquez ni Picasso, ninguna creación humana vale la vida de un solo hombre. Por si no te has enterado o por si con tantos dioses tuyos y de tus amigos, se te ha olvidado que estamos en la tierra y aún no hemos llegado a ese cielo tan lejano de esos dioses tan lejanos.
“No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No puede uno burlarse de la fe. No se puede” ha dicho el Papa Francisco. Y yo pregunto “¿Por qué no se puede?” “¿Quién es él para decidir lo que se puede y no se puede?” ¿Qué les queda a los humanos si ni siquiera tienen el recurso, al humor, a la burla, a la risa? Ya Jorge de Burgos, el bibliotecario de “El nombre de la Rosa”, colocaba trampas mortales a quienes osaban leer el tratado de Aristóteles sobre la risa. Cuando uno aprende a reírse de todo se pierde el respeto a los dioses y eso, a juicio del bibliotecario, no puede permitirse. Los humanos pueden ser objeto de broma, de burla, de tortura, de asesinato, pero los dioses son intocables. ¿Quién lo decide? ¿Los humanos o los dioses? ¿Los dioses como Cronos que, temeroso de que uno de sus hijos lo destronara, los devoraba a medida que su esposa Rea los iba pariendo? ¿O Zeus, el hijo que por un ardid de su madre sobrevivió y destronó a su padre, y fue capaz, por satisfacer sus deseos, de transformarse en cisne para follar a Leda que, huyendo de él, se había metamorfoseado en oca? ¿O los dioses como Yavé, que transformado en paloma fertiliza a una humana para que de ella nazca el salvador de la humanidad a la vez que ordena a Abraham sacrificar como si fuera un cordero a su único hijo Isaac hasta que en el último momento un ángel detiene el brazo con el cuchillo que iba a degollarlo? ¿O el Islám que encierra en una cárcel de tela a la mujer, objeto de deseo del hombre y sujeta a él que puede disponer de varias a su servicio? Frente a todo esto ¿resulta obsceno y provocador presentar en una viñeta a Juan Pablo II de visita en París, leyendo en el wáter un número de Charlie Hebdo mientras se hace una paja? Frente a todo esto ¿resulta obsceno y provocador presentar a Mahoma invitando a sus seguidores a degollar infieles, como él mismo hizo en su época, para obtener como recompensa incontables y bellísimas huríes en el paraíso?
Caricaturizar todo esto después de la larguísima lucha de los humanos por librarse de filosofías y religiones opresoras a lo largo de la historia, ¿puede ser objeto de censura? ¿Cuánto ha costado a la humanidad sólo en alguna parte de la Tierra, poder gritar libremente lo que piensa sin que ningún pope o papa o imán venga a ponernos ahora cortapisas?
Este es un tema tan delicado que si comenzamos a matizar acabaremos autocensurándonos porque siempre puede haber alguna delicada sensibilidad que se sienta ofendida y se sienta con derecho a usar el kalasnikof.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 17 de enero de 2015