Unos pantalones de camuflaje militar, pelliza agujereada y con remiendos, el gesto altivo, desafiante, y un cartel de cartón irregular con una inscripción:”Pido ayuda. Estoy en paro”. Cuando entras al supermercado y cuando sales te saluda mirándote a los ojos. Hace falta mucha osadía para pedir así limosna. No hija de la vergüenza, no hija de la humillación, no hija de la cobardía sino de la desesperación, del reproche, casi del ajuste de cuentas con aquellos que pueden entrar cuantas veces quieran al supermercado donde hay de todo lo que se puede necesitar mientras ellos andan mendigando las migajas que, en forma de una lata de conserva o de una botella de leche, o de unas monedas, se les echa en un cuenco de plástico para suavizar el escandaloso ruido del dinero cuando cae. ¡Cómo me recuerda esta imagen aquella otra del Lazarillo con su habilidad para guardarse en la boca las “blancas” y engañar al ciego dándole las “medias blancas”! A últimas horas del día se le ve afanoso reuniendo los carros de compra desperdigados por el exterior e introduciéndolos en la entrada del supermercado para congraciarse con los empleados que no pueden evitar una esquiva sonrisa de agradecimiento cuando se cruzan sus miradas. Es una presencia molesta porque te recuerda, cuando tú vas a satisfacer tus necesidades, que otros necesitan de tu generosidad para satisfacer las suyas. La primera reacción es de incomodidad porque te muestra una realidad desagradable, pero pronto controlas esa sensación que da paso a otra más egoísta, ¡afortunadamente no te encuentras en esa situación! Y a una derivada como es la conmiseración que te lleva a ayudarle con unas monedas o, a veces, un saludo o un gesto de ánimo, como diciendo que algún día mejorará la situación, para él, claro está.
Otros, sentados en el portal o en la calle, no se atreven a levantar los ojos, hundidos en el suelo, únicamente las manos suplicantes o alguna palabra apenas balbuceada que ni siquiera se abre paso más allá de la boca o algún escrito con faltas de ortografía, los mal pensados creen que a propósito, pidiendo ayuda para algún hijo o su madre hospitalizada. Y no me refiero ya a los que acostumbran tirarse por el suelo exhibiendo sus pies o dedos contrahechos, o una herida supurante, o la falta de algún miembro, me estoy refiriendo a los que esperan a que tú te levantes de la mesa de una gran cafetería de, por ejemplo, el hospital clínico de San Juan, para sentarse en la silla aún caliente de la que tú te acabas de levantar y devorar el trozo de churro mordisqueado y la media taza sucia de chocolate que has dejado sobre la mesa, antes de que el servicio de limpieza pase a retirarlos.
Las más veces no vuelves a verlos, se pierden como si no existieran, desaparecen de tu vista, como si vivieran, me recuerda las películas, en túneles infectos llenos de humo y tuberías con el agua que chorrea por las alcantarillas de la ciudad.
Otras veces te los encuentras comprando una “litrona” o un tetrabrik del Tío de la Bota con las monedas que han ido recogiendo o sentados en un banco del parque, solos, porque nadie quiere sentarse a su lado y hasta los niños les huyen recordando las historias que sus padres les han contado del hombre del saco o del tío Saín que se los lleva no se sabe dónde.
José Luis Simón Cámara
San Juan, 2 de febrero de 2015.
Frente al egoismo ( capitalismo ) , solidaridad con los más débiles de nuestra sociedad.