Con frecuencia lo encuentro por la misma acera de la Rambla. Entre 70 y 80 años, de unos 80 kilos y 1.75 de estatura. Pelo negro hasta casi las cejas muy pobladas, serio de semblante, nunca lo he visto sonreír, y hoy al pasar a su lado, me ha saludado y he observado que le faltan varios dientes entre los colmillos superiores. Siempre me ha llamado la atención por su gran parecido en el aspecto y presencia con mi amigo Manolo, muerto hace unos meses. Esa es la razón por la que nunca me pasa desapercibido. Su visión me evoca al desaparecido. Y no puedo evitar observarlo. Siempre solo, con el ceño fruncido por tres o cuatro largas arrugas horizontales sobre las cejas y moviéndose en un espacio reducido de la acera o simplemente quieto. Sin saber si va o viene. Ya no está en edad de trabajar y no parece que le entusiasme la lectura, jamás lo he visto con un periódico, por ejemplo, como sí hay otras personas que se sientan al sol en un banco de cualquier plaza y comienzan a sacar periódicos de la bolsa que llevan a su lado. Es el caso de un señor del que me ocuparé en otra ocasión, siempre impecable, perfectamente conjuntado, zapatos brillantes sin una sola rozadura, pero no pretendía hacerlo ahora. Vuelvo al anterior. Hoy me ha saludado, como he dicho, y he continuado por la acera resistiéndome a volver la vista atrás por no parecer curioso. Ya algo alejado he mirado como de reojo y ya no lo he visto. He cogido el coche y he vuelto a pasar por donde lo había encontrado pero se había esfumado. No estaba sentado al volante de ningún coche aparcado ni se le veía caminar por ninguna de las aceras colindantes, todas a la vista. Había desaparecido. ¿Qué puede hacer una persona de sus características a cualquier hora por la calle? ¿Tendrá o no familia donde cobijarse? ¿Vivirá solo y aburrido sin ilusión alguna? ¿Estará mejor quizá en la calle, solo, que en casa de sus hijos con sensación de estorbo? ¿Qué hacer si no tiene ocupación, aficiones, amigos? Si todo esto le ocurre a la luz del día, cuando la gente camina de un lado a otro por la calle, cuando los niños van a la escuela y se escucha su alegría en los patios de recreo, cuando algún conocido puede saludarlo y recordarle su presencia, ¿qué ocurrirá al anochecer, cuando solo, en su casa, o acompañado de gentes que no pueden evitar su presencia, se enfrente a su vida sin sentido, con la única esperanza de ver pasar los días hasta que llegue uno en que no vuelva a amanecer para él? No sé si es eso lo que refleja su cara, surcada por arrugas inamovibles, como cinceladas en mármol oscuro incapaz de ser alterado por músculos ya inertes. Quizá todo esto no sea más que una proyección de mi posible imagen futura, cuando todos los lazos que me siguen atando a esta agridulce vida se vayan deshilachando, desapareciendo, perdiendo en el tiempo o en el olvido. Quizá responda a una realidad que nos resistimos a aceptar por ser tan triste si no cruel, el arrastrar sin sentido esta vida vacía de ilusiones, de afectos, de amistad, de amor, de algo en suma que nos anime a seguir levantándonos cada día porque algo nuevo o viejo nos estimula. Cada vez que lo observo parece como si sus ojos estuvieran buscando algo que hace mucho tiempo ya que ha perdido y es incapaz de recuperar. Aun así, no ha perdido del todo la esperanza porque su búsqueda continúa día tras día, no con la fuerza de las olas agitadas contra los arrecifes, como quizá años atrás, pero sí con la monótona insistencia inacabable del mar en calma filtrándose en la arena de la orilla.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 13 de abril de 2015
gente de andar por casa,… en la que apenas reparamos.