Una nueva sección de la policía científica, especializada en narcotráfico, ha sido destinada a la costa del sol, alertada por la proliferación de sustancias narcóticas aún no identificadas pero de las que tienen pruebas suficientes como para derivar allí a un grupo que hasta ahora había hecho sus investigaciones en los laboratorios centrales de la policía, trabajando con todo tipo de drogas, desde las llamadas blandas, como la mariguana, que, como sabéis, ya ha sido legalizada en un país sudamericano, dirigido por aquel campesino sencillo y visionario, que siendo presidente de su país seguía viviendo en su choza en medio de la huerta que él mismo cultivaba, desde la marijuana, como digo, hasta la cocaína, o la heroína, extraída del grupo de los opiáceos. No conocemos el mecanismo de sus detectores, parece que unos nuevos móviles muy sofisticados que, adiestrados en la teoría de los estímulos de Pavlov, a base de una amplia selección de todo tipo de estupefacientes, emiten unas señales visuales o acústicas, según la situación, para pasar desapercibidos y no alertar al posible infractor. Estos equipos se han desplazado por la zona costera, especialmente a la sombra de la cadena montañosa formada por La Carrasqueta, El Cabesó, La Aitana y El Puig Campana. ¿Cuál es la razón de esta ubicación? El ángulo esdrújulo formado por la pared montañosa y la lámina marina condensa una concentración tal de pólenes estupefacientes equivalente al eco que potencia y multiplica la voz en la montaña. Y estos modernos aparatos captan una permanente actividad narcótica por esta zona. Tales son las sospechas que algunos miembros de estos equipos, camuflados de agricultores, barrenderos, incluso apostados, como jardineros, en lo alto de algunos árboles, han podido ser vistos con anteojos observando el vuelo de las garzas, gaviotas y otros pájaros, en los que ellos están más interesados. A algunos miembros de un conocido grupo informal de corredores de la zona, conocedores de los perros del camino, del ganado que a veces pace tranquilamente en los campos abandonados, de algún cerdo de pata negra escapado de su cerca, de las ardillas que bajan y suben por árboles y tendido eléctrico no les ha pasado desapercibida la presencia de estos hasta ahora inexistentes madrugadores. No sólo la presencia, sino el interés con que observan nuestro paso. Hemos observado de reojo, cómo desviaban los anteojos de las aves hacia nosotros cuando los rebasábamos. ¿Qué podíamos pensar y menos sospechar? Es verdad que veíamos algunos destellos que salían de sus móviles, que, manipulados nerviosamente, emitían un insistente sonido. Hasta que un día, inopinadamente, nos encontramos el camino cortado por unas vallas con espinos y nos ordenaron detenernos a la vez que nos enseñaban sus credenciales policiales. Nuestra sorpresa fue mayúscula. ¿Dónde se ha visto que paren a un grupo de personas haciendo ejercicio físico? En lugar de parar a los que vienen de madrugada de los botellones de la ciudad, ¿ahora se dedican a los deportistas? ¿No es el deporte lo que estimulan las autoridades para tener una sociedad sana y respetuosa con las leyes? –Suponemos que están ustedes en un error, les dijimos. – Eso lo sabremos enseguida. Acérquense al coche patrulla y hagan el favor de soplar en las cápsulas que les vamos a ofrecer. No podíamos creer situación tan ridícula. –¿Pertenecen ustedes a algún club deportivo o a algún cartel de la droga?—Pero ¿cómo pueden ustedes decir ni siquiera pensar lo que dicen? ¿No ven acaso que salimos a hacer ejercicio, a ver salir el sol, a sumergirnos en el mar?—Déjense de cuentos y acompáñennos a la comisaría. Los resultados de sus análisis dan un alto componente de opiáceos. No salíamos de nuestro asombro. Ya de camino hacia la comisaría de la ciudad, enjaulados en el coche celular, el inspector recibió una llamada y ordenó al conductor que parara. Se deshizo en disculpas con nosotros y mientras nos llevaban al punto de partida nos explicó que todo había sido un error. Efectivamente, los móviles detectores de última generación no se habían equivocado, pero su excesiva sensibilidad los había llevado a confundir los opiáceos derivados de la amapola persa de los opiáceos segregados por el cerebro, las llamadas endorfinas, cuando se hace ejercicio, cuando se hace el amor, o cuando, ¡oh tiempos dichosos y todavía presentes!, alguien se enamora.
José Luis Simón Cámara
San Juan, 24 de abril de 2015
Vaya tela marinera !
canutas las pasamos 🙂
Qué gentes tan peligrosas. Detectarían restos de los polvorones y el cava de la baña de año nuevo, claro 😉