Zapatos brillantes, normalmente color burdeos, a juego con el traje, la camisa y el pañuelo de seda al cuello, siempre impecable, sin perder la compostura aunque esté sentado en un banco de cualquier plaza, eso sí, lejos de ruidos o bullicio. Deja la bolsa de periódicos a su lado, saca un puro, lo enciende pausadamente, se recrea en las primeras volutas de humo, extrae un periódico de la bolsa y comienza a hojearlo. En el bar no lo he visto con frecuencia, pero las pocas que lo he visto, me ha parecido muy exigente, si no ya altanero o incluso impertinente como aquel día que lo vi quejarse al camarero porque no había bastante tortilla de la que él quería. Me chocó el contraste entre su elegancia en el vestir y su rudeza en el tono, no en el lenguaje, tan cuidado como todo en él. Quizá la edad invite a ser más sincero y guardar menos las apariencias que en última instancia son una concesión a la galería, al qué dirán, y esto ya le importa bastante menos o simplemente nada. Sus gafas operan como filtro que lo separan del entorno y a la vez lo comunican con él sin afectarle, lo mira como por encima del hombro. Su mirada, bastante tamizada por los gruesos cristales ahumados de sus gafas, se diría desdeñosa, si es que acaso te mira porque no parece importarle mucho lo que hay a su alrededor, es como si solo existiera él que va paseando su presencia por la calle. Jamás lo he visto volver la vista atrás ni saludar a nadie, él a lo suyo. ¿Su edad? Ya no cumplirá posiblemente los 80. Debió ser bastante apuesto en su juventud y madurez porque aún le queda prestancia. Es delgado y no debe bajar del metro ochenta. Bien peinado, perfectamente afeitado, con un pañuelo sacando el cuello por el bolsillo pequeño de la chaqueta. No me he acercado a él lo suficiente como para afirmarlo pero aseguraría que lleva gemelos en las mangas de la camisa. Cuando pasa a tu lado deja un rastro de perfume que se mantiene en el aire un rato después de alejarse. Aunque lo vea sentarse en un banco del parque como si no tuviera nada que hacer, no es esa la sensación que transmite, al contrario, parece que llena y da consistencia a todo lo que hace, como si se tratara de una persona con el tiempo ajustado, como si acabado el tiempo de leer el periódico, o de tomarse algo en el bar, lo esperara otra faena a continuación que no le permite perder un solo minuto después de acabado lo que lleva entre manos. Posiblemente se ocupe en su casa o dondequiera que viva de analizar el rumbo de la sociedad o del mundo, las relaciones entre países o culturas, porque no es uno solo el periódico que lee, yo le he visto sacar al menos hasta cuatro o cinco periódicos de todas las orientaciones, desde la derecha y el centro hasta la izquierda, incluidas revistas satíricas. Y claro, un señor que tiene el gusto de leer toda esa gama de puntos de vista sobre la realidad próxima y lejana, muy posiblemente está también familiarizado con el mundo de Internet, porque no me lo imagino en su casa en pijama, viendo los bodrios televisivos al uso. Es incluso probable que, como ha ocurrido insospechadamente a veces, bajo la apariencia de este ciudadano elegante y circunspecto, se oculte el autor de alguno de los informes geopolíticos más perspicaces o de alguno de los relatos más exitosos del momento, firmados con seudónimo en otra parte del mundo. Esta posibilidad, que no descarto, explicaría su forma de comportarse y todo lo que rodea su figura, aparentemente bastante enigmática. O, sencillamente, es un señor al que hace tiempo no le preocupa nada, quiere estar perfectamente informado del mundo que lo rodea y le gusta vestir y vivir como si cada uno fuera el último día de su vida.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 22 de abril de 2015