No, no vienen de Marte, tan lejano, ni siquiera de África, vecina, ni se mueven de noche, como hasta hace no mucho, aprovechando la oscuridad para pasar desapercibidos. Ahora son gente de por aquí y bucean en los contenedores a plena luz del día. Su traje no es de neopreno y el arpón no busca veloz al pez entre las rocas, más bien lleva remiendos en la pelliza y una especie de tridente enrobinado con el que remover las basuras y sacar a flote aquello que puede ser rescatado con alguna utilidad. ¡Porque es todo tan relativo! Un sillón con una simple desgarradura que afea la sala con alfombras persas puede parecer y ser un lujo en el cobertizo que alberga a la familia del buscón. Una lata de mermelada, caducada hace unos días, ¿Qué representa para quien no está interesado en el mes o el año en los que vive? Incluso la carne ya pasada que no han querido dar a los perros de la casa, si no está maloliente, puede ser aprovechada. Su vehículo de transporte, la bicicleta, suele llevar una caja de plástico en el sillín, con alguna bolsa o saco presionados por el tridente y un artilugio de hierro acabado en dos uves abiertas que utilizan para sujetar levantada la tapadera del contenedor sin peligro de que se cierre mientras husmean en su interior. De vez en cuando tienen que retirar la cabeza para poder respirar aire limpio. El del contenedor es asfixiante. Y se ve en el gesto de desaliento o, a veces, de entusiasmo, la ausencia o presencia de alguna presa útil para su cesta. Puede ser un plato desportillado, puede ser una muñeca calva y sin el brazo izquierdo, puede ser un bote de cola-cao con restos adheridos a la pared, puede ser una silla con tres patas, puede ser,….Pero, ¡qué más les da a ellos que no tienen un solo juego de platos completo, qué más les da a ellos una muñeca calva y sin brazo si sus hijos andan cojeando y miopes de mal alimentados, qué más les da a ellos si pueden apoyar la silla sobre dos piedras y les sirve para sentarse! A veces los veo asomarse a un contenedor sin bajarse de la bicicleta y continuar su ruta porque allí no había banco de peces. Otras se bajan y comienzan a revolver entre las bolsas, las sopesan, las huelen, las agitan, y, es ya tanta la costumbre, que por el peso, por el ruido, por el olor, saben si vale la pena abrirlas y echar al suelo el contenido para seleccionar lo aprovechable. Algunos, sí, llevan guantes que han encontrado en su búsqueda aunque les falte un dedo, otros ni siquiera. No son muy remilgados, ellos saben además muy bien que el viejo refrán sigue en vigor y gato con guantes no caza ratones. Aunque no les importe mucho el qué dirán ni se cobijen en la oscuridad de la noche, yo no lo sé positivamente, ni se lo he preguntado a nadie, me da la impresión de que no les gusta que los miren y los identifiquen. Quizá por eso he observado que rehúyen la mirada y, o bien la esquivan cuando tienen la cabeza en el contenedor, o bien la agachan bajo el hombro si ven que pasa alguien por la acera. Tampoco a mí me ha parecido muy elegante mirar descaradamente cómo un pobre hombre se revuelve entre la basura para encontrar algo que le alivie su miseria y la de su familia. No, no hay que ir muy lejos para ver este espectáculo que cada día se repite con más frecuencia. Tampoco es necesario sacar entrada. Este espectáculo podemos encontrarlo en cualquier momento y a cualquier hora del día o de la noche por la calle. Eso sí, de gratuito nada. Tiene un precio muy alto. La vergüenza de convivir con estos seres como si no pasara nada.
San Juan, 14 de enero de 2015
José Luis Simón Cámara.