Galería de personajes. 12.

Diálogos en la barra

Como todos los días por la mañana, entro al bar en el pueblo a tomarme un café. Desde hace varios años suelo acudir a tomarlo preferentemente al mismo lugar porque desde que le dije al camarero que en un viaje a Roma, cuando pedía un café siempre lo servían con un vaso de agua, él hace lo mismo. Casi siempre voy a tomar el café con un periódico nacional que acabo de comprar en el kiosko de prensa próximo y en el bar suelo hojear, si no está ocupado, el provincial. Hoy un chico de unos 50 años lo leía muy lentamente al fondo de la barra mientras miraba el móvil y se tomaba un café con leche y copa de coñac. Gastaría un 45 de calzado, y el resto de su cuerpo correspondía , más o menos, a esas proporciones. Vamos, de gran envergadura desde la cabeza a los pies. Cara ancha y alargada, bien afeitado. Ropa limpia si bien ajada por el uso. Nada reseñable en su forma de vestir. A mi izquierda, otro chico de edad aproximada, aunque de mucho menor tamaño, pedía una cerveza. Por encima de una recia camisa de manga larga, llevaba un chaleco color azul, mono de trabajo. Tenía delante un vaso pequeño y estrecho de los que ahora se utilizan para el wisky o el revuelto. Mientras yo pasaba hojas del periódico nacional, el chico de la caña se dirigía al del café con leche:
—¿Dónde estás ahora? ¿Sigues en el mismo sitio?
—Sigo en Benidorm en uno de esos trabajos que te ofrecen, ¿y tú?
—Yo ya llevo una temporada en el polideportivo trabajando como un cabrón.
—Me han dicho que os pagan 1.200 euros.
—¡Ja, ja, ja! Eso quisiera yo. ¿Quién te lo ha dicho?
—Pues eso me han dicho.
—Cobramos 640 euros y sin derecho a paro. Pero ¡qué quieres que haga como están las cosas!
—No, no, si ya me extrañaba a mí. No te creas que yo estoy mucho mejor. Además de que una parte de la paga se me va en el trasporte. Tú, al menos, estás trabajando cerca de casa y eso que te ahorras.
—Si, ya lo sé. Por eso no me quejo a pesar de la miseria, pero mejor es eso que nada.

Yo podía haber estado como espectador de un partido de tenis, con la cabeza hacia un lado y otro, siguiendo la pelota, pero nada más lejos; sin levantar la vista del diario, rehusaba mirarlos porque me daba la sensación de que estaban desnudándose sin pudor alguno allí, delante de los pocos clientes del bar. Tenía la sensación de que mi abrigo azul, el pañuelo de cachemir al cuello y mis botines resplandecientes eran un insulto a la miseria que estaban dejando al descubierto. Si hubiera pedido un wisky o una cerveza con olivas quizá hubiera estado más cerca de su situación, pero encima estaba tomando un café solo con un vaso de agua. Podía ser interpretado como un reproche a sus miserias: pobres, con un trabajo mal remunerado y malgastando además su pobreza en copas, quizá para aturdirse y olvidarse de sus miserias. Yo, ajeno a toda esa situación, sin necesidad de embrutecerme ni en busca de paraísos artificiales para evadirme de la, para ellos, triste realidad..

San Juan, 30 de enero de 2016.
José Luis Simón Cámara.

Un pensamiento en “Galería de personajes. 12.

  1. Hay mucha pobreza desgraciadamente en España. No nos debemos sentir culpables de la miseria ajena pues nos hemos esforzado mucho para vivir con dignidad. Cosa diferente es ayudar en la medida de nuestras posibilidades al que lo está pasando mal y necesita que se le eche una mano.

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