Como si su brazo derecho acabara en una cajetilla roja de cigarrillos iba paseando de un lado a otro en torno a la plaza de los Hierros o del Olivo en la avenida de la Rambla. Rarísimo no verlo con el cigarrillo encendido en los labios o en la mano izquierda mientras tomaba aliento para respirar o saludar a alguno de sus muchos conocidos. Cuando se está mucho en la calle acabas conociendo a casi todo el mundo, al menos de vista. Y después de haberlos visto tantas veces, como me ocurre a mí con él, acabas por saludarlo. De todos modos tengo que decir que la primera vez que nos saludamos de manera espontánea y a la vez no fue en el pueblo. Es algo que he observado en otras ocasiones y con otras personas. Gente a la que jamás había dirigido la palabra en el pueblo o la ciudad me parecían casi familiares, vistos por pura casualidad, en la explanada del British Museum en Londres. Parece que encontrarse en lugares lejanos a los de procedencia, aproxima a las personas hasta límites insospechados. Algo así me ocurrió, nos ocurrió, porque fue común a los dos, el día que para mi sorpresa me lo crucé caminando por la arena junto al agua en la playa de San Juan. Esta vez fue la primera que la prolongación del brazo derecho no acababa en la cajetilla roja de cigarrillos. Esta primera vez ni siquiera abrimos la boca, fue solo el gesto de la mano y un leve movimiento de cabeza. A partir de ese momento siempre que nos encontramos por el pueblo hacemos algún movimiento de saludo. Ya no lo he vuelto a ver con el paquete de tabaco ni tampoco le he escuchado aquella tos persistente cuando pasaba a mi lado, echándose la mano a la boca como para apaciguarla o que no se le escapara. Desde aquel primer día en la playa han sido muchas las veces que me lo he vuelto a encontrar caminando junto al mar. Siempre solo. Veo a otros conocidos o desconocidos que pasean en pareja o se encuentran en la playa y siguen juntos el paseo. Él siempre va solo, como Paco el pescador, el que fuera hace años casero de Villa Antonia, esa hermosa casa, patrimonio municipal y cedida a actividades de restauración privada, mientras se gasta erario público en otras construcciones para servicios municipales.
Uno de estos días pasados no salía de mi asombro cuando alguien parecido a él, al menos de su aspecto, poco pelo en la cabeza, con sus andares y su envergadura, iba corriendo junto al agua, no caminando. Debía de ser otro que se le parecía. Cuando pasó junto a mí, sentado en la arena y mirando al horizonte, me hizo un gesto con la mano. Era él. No podía creerlo. Observado desde fuera, ni siquiera sé cómo se llama ni a qué se dedica ni dónde vive, había ido constatando que en el breve tiempo de unos meses había pasado de dejar el hábito del tabaco que siempre llevaba en la mano, a caminar por la playa y últimamente hasta corría. Es verdad que tramos cortos. Digamos que la caminata se aceleraba y trotaba algunos cientos de metros para continuar caminando y así sucesivamente. Me lo sigo encontrando por la calle, a veces con una señora sentado en una terraza frente a una botella de cerveza. Aun lo veo llevarse la mano al bolsillo o mesarse a falta de cabellos el cuero cabelludo como si echara de menos aquella cajetilla que durante tantos años la había mantenido ocupada.
San Juan, 8 de Febrero de 2016
José Luis Simón Cámara.