Hoy, mañana desapacible, me lo he vuelto a encontrar, como siempre, husmeando en las papeleras, sin dejarse una sola, siempre por la misma acera, eso sí, no zigzagueando de una acera a otra, algo de ahorro de energía al menos. Lo he visto, inconfundible, desde lejos y me he ido aproximando lentamente hasta llegar a su altura. Como suponía, aunque no se aprecia a distancia, porque el pantalón le cae ligeramente sobre los zapatos, iba sin calcetines. En pleno invierno y sin calcetines. No es el primer caso que me encuentro, como ese otro señor que va con abrigo y las zapatillas de casa también sin calcetines. Al pasar junto al kiosco de la ONCE se me ha ocurrido regalarle un cupón, pero he pasado de largo. Me he vuelto en dos ocasiones para ver su ritmo y hacia dónde si dirigía. He seguido pensando que quizá no hubiera muchas más oportunidades de regalárselo y quién sabe si por una vez la suerte se le presentara de manera tan inesperada. Regresé hacia el kiosco, la verdad, he de reconocerlo, abrigando la dulce sensación de que por ser generoso quizá el azar me premiara también a mí, y compré dos cupones. No los separé para hacerlo en su presencia, para que viera que era en serio y no se trataba de una broma. Cuando lo alcancé al cruzar por un paso de cebra me dirigí a él y le dije: “Tome usted este cupón por si hay suer…” Apenas me dejó terminar la frase. Con un movimiento de rechazo del brazo y balbuciendo entre dientes algo como “no, no quiero” me dejó boquiabierto. Quizá no me ha entendido, pensé, y ha creído que le pedía algo. Pasaba por la acera un conocido que observaba en silencio la escena. Creo que por discreción se alejó sin decir nada. Aprovechando que “el hombre a una bolsa en la mano de plástico pegado” se asomaba a la papelera que hay en la acera justo al cruzar el paso de cebra, insistí otra vez en mostrarle el número de lotería, en ponérselo a la vista, pero volvió a rechazarlo, esta vez con un tono de disgusto. Yo seguía sin comprender su actitud. Es verdad que su situación no es como para que se muestre simpático y educado. Quizá ni sepa lo que esas palabras significan ni haya tenido ocasión en su vida de ejercerlas o practicarlas. Alguien que siempre recibe miradas de repulsa, rechazo social, menosprecio, insultos de esos niños tan monos y tan crueles, que solo ven en él a un pordiosero, a un pobre hombre que va hurgando en la basura ¿cómo va a entender o asimilar que alguien bien vestido se le acerque para ofrecerle un número de lotería?. Si aún se hubiera tratado de unas monedas o de un billete, pero lotería, ¿pensaría que quería engañarlo con una variante del “toco mocho” que hace tan desconfiada a la gente por los casos tan frecuentes de engaño a pobres ancianas? Siempre se le puede arrebatar a alguien lo que tiene aunque sea poco. Supongo que para él debo aparecer como uno de los responsables del funcionamiento de esta sociedad, puesto que me va bien, y por tanto culpable aunque sea indirecto de su situación. ¿Cómo le va a pasar por la cabeza que yo, miembro de esa sociedad que lo ha condenado a él a vivir de los desperdicios, de las sobras, de las migajas de las que nos desprendemos arrojándolas a la basura, intente ayudarle a cambio de nada? Un abismo de desconfianza, quiero entenderlo aunque me cueste, nos separa y se me hace difícil aceptar que lo mejor de todo quizá sea que yo me limite a pasar a su lado y ver su progresivo deterioro y dar cuenta de ello con unas pinceladas para reflejar esta realidad que desde el principio de la historia ha permanecido casi inalterable.
San Juan, 9 de febrero de 2016.
José Luis Simón Cámara.
Es duro porque dice el refrán que : ” a caballo regalado no le mires el diente “.
Quizá le haga más papel a ese hombre un euro/euros para comer.
¿ Quién sabe ?
A lo mejor tiene alguno transtorno psiquiátrico sin tratar.
Pobrecillo de todas maneras.