Hoy, 1 de Mayo, como tantos años ya, he ido a la manifestación obrera, como una abeja más, en Alicante. Siempre el mismo recorrido hace bastante tiempo, desde la escalinata del Instituto Jorge Juan hasta la confluencia de Rambla y Explanada. Yo suelo esperar desde lo alto de Alfonso el Sabio, viendo el despliegue de banderas que se van acercando entre eslóganes y músicas. Van pasando racimos de gente precedidos cada uno por sus siglas y pancartas, desde los sindicatos clásicos a los nuevos movimientos surgidos con la crisis económica, unos más organizados, otros en desorden, repartiendo panfletos que reivindican de forma distinta y con métodos diferentes la liberación de la clase obrera de la explotación capitalista, todos ellos unidos, solo por el paraguas del 1 de Mayo en recuerdo de aquellos trabajadores muertos a finales del siglo XIX en Chicago reivindicando la jornada laboral de 8 horas. Otros años he acudido con amigos o los encontraba allí a lo largo de su desarrollo. Cada vez encuentro a menos, a algunos ya no los volveré a ver. Otros estaban sentados en un banco descansando para recuperarse o de un enfisema pulmonar o de lesiones en la rodilla. Antes tenía que seleccionar con quiénes caminaba un rato y ahora me cuesta localizar a algún viejo conocido entre los cada vez menos asistentes. Los cánticos, las consignas, los eslóganes, cada vez más vacíos, suenen como en la lejanía, como un eco del pasado. Cuando la manifestación llega a su fin y mientras suenan en los altavoces los monótonos discursos de los representantes sindicales, conversaba con un amigo. De allí se iban al barrio de Santa Cruz donde colocan cada año las tradicionales cruces de Mayo. Pensé en la posibilidad de hacer lo mismo después. El barrio, tantas veces visitado por mí solo y, sobre todo, con mis amigos, donde había pasado noches y madrugadas bebiendo, fumando, escuchando música, paseando, pillando costo, tocando algún culo y queriendo tocar muchos más, mezclando alcoholes y manoseos con ilusiones revolucionarias de cambio de esta anquilosada sociedad en ese barrio cuyas paredes y esquinas conocen bien el calor de mi espalda y la huella de mis zapatos, por primera vez voy a ver qué son exactamente las cruces de mayo, que nunca había visitado, por si me acerco después con mi familia.
Desde la plaza del Carmen subo por la calle del Mermelada, ya con dificultad por la aglomeración de mesas en la calle y gente de pie moviéndose de un lado para otro con el vaso en la mano, de gente bailando en medio de la calle al ritmo de una banda callejera que toca poco más arriba mientras les suministran no botellines sino litronas para refrescar. Clavada en la pared una gran cruz hecha de claveles blancos y poco más arriba, en aquella calle que sube hasta la ermita del barrio, otra de claveles rojos. Delante de ella, sentada, una señora con moño y un rojo clavel prendido. Parece, como la mayoría de los que allí viven, gitana. Siguen las flechas en la pared indicando otras cruces más arriba, una de ellas en la estrechísima y empinada calle Muchamiel. Cansado de cruces y escaleras voy descendiendo con cuidado por los resbaladizos escalones humedecidos por la cerveza que chorrea de los restos de botellas y vasos arrinconados junto a la pared, observando entre el humo de puros y canutos las voces arrastradas de gentes que llevan ya muchas horas comiendo y bebiendo sentados en la calle o bailando y cantando en medio de ella. Entre tanta gente, mucha con las bocas desdentadas y las uñas negras, incluidas las chicas, pero eso sí, el vaso en la mano, el puro en la boca y el clavel en el moño.
San Juan, 2 de Mayo de 2016.
José Luis Simón Cámara.
Eran anarquistas aquellos obreros q fueron asesinados en Chicago a finales del XIX por reivindicar algo justo y humano, la jornada laboral de 8 horas diarias o 40 semanales. En el fondo soy algo anarquista, quiza por eso soy autónomo, pq ¿ quien es el Estado para decirme lo q puedo y no puedo hacer ?, ¿ acaso obligo yo al Estado o a alguien a hacer algo ?. Mi conciencia es mi criterio de actuación.