La duda metódica se me replantea, lógicamente, una y otra vez.
Hace no muchas fechas ironizaba sobre el referéndum que Podemos planteaba a sus afiliados y simpatizantes, considerándolos poco menos que subnormales, por la simpleza y disyuntiva de sus preguntas. Pocos días después un referéndum similar era planteado por Izquierda Unida para ver si las bases estaban de acuerdo en la confluencia con Podemos de cara a las elecciones.
Los resultados fueron mayoritariamente favorables a la dirección de ambas organizaciones políticas que los tomaron como un plebiscito a su favor a pesar de que eran conscientes del bajo nivel de participación que, en este tipo de organizaciones, no suele deberse a descuido o desgana sino más bien a una actitud de rechazo activo a los planteamientos tan poco respetuosos políticamente.
Ahora, ultimado ya el pre-acuerdo, y por presiones de sus bases, nos consultan en un nuevo referéndum si concurrimos a las elecciones con Podemos y otras fuerzas. Y eso significa congelar asuntos como la reivindicación de la República, o la salida de la OTAN, pero ahí siguen el derecho a decidir o los apoyos a Otegui en el Parlamento Europeo y otros asuntos.
En el terreno de los principios ¿cómo no voy a estar de acuerdo con la República cuando la Monarquía es una vieja y anacrónica institución medieval anterior a la existencia de los ciudadanos con derecho a elegir al jefe del Estado? Ahora bien, ¿es este el momento más adecuado para replanteárselo?¿Vale la pena gastar en este tema las energías que requieren otros mucho más importantes relacionados con el bienestar de los ciudadanos? ¿Y la salida de la OTAN? ¿vamos a desconectarnos del mundo occidental?¿vamos a entrar en el pacto de Varsovia para volver a la experiencia del gulag? En cuanto al cacareado derecho a decidir, del que tenemos recientes experiencias de intolerancia y de sangre en el territorio europeo, introducido en la jerga política por los líderes independentistas catalanes que buscan exclusivamente, como ya ha demostrado sobradamente la ex honorable familia Puyol, su enriquecimiento personal o su predominio y control económico, social y político sobre la masa de votantes ilusionados con promesas del paraíso en la tierra aunque sea a costa de levantar muros de incomprensión, de segregación, de exclusión de todos aquellos que son partidarios de seguir manteniendo las relaciones existentes desde hace cientos de años en un espacio, libre ahora, de convivencia donde caben diversidad de posicionamientos de todo tipo. ¿Qué se oculta realmente tras ese teórico, inocuo y abstracto referéndum consultivo sobre la independencia de Cataluña? No hace falta tener mucha imaginación para suponer lo que ocurriría, por ejemplo, a nivel lingüístico cuando ahora, con la cooficialidad de las dos lenguas, muchos castellanohablantes se sienten discriminados. O qué serían capaces de hacer esos hipotéticos tribunales de justicia emanados de la ruptura con la legalidad constitucional, con Jordi Puyol, padre de la patria catalana, y toda su camada biológica y política.
Y la duda reaparece.
Si estoy en desacuerdo con la urgencia en debatir sobre la forma de Estado.
Si estoy en desacuerdo con la salida de la OTAN.
Si estoy en desacuerdo con el derecho a decidir.
Si estoy en desacuerdo con la cobertura a Otegui, hombre de paz, en el Parlamento Europeo.
Si estoy en desacuerdo con el silencio o la ambigüedad, sobre la falta de respeto a los derechos humanos en Cuba, Venezuela o dondequiera que sea.
¿Qué me sigue uniendo a Izquierda Unida, y coyunturalmente sus confluencias, aparte de la nostalgia del tiempo pasado?
Quizá el mayor vínculo de unión sea la lejanía aún mayor del resto de partidos del espectro político español.
Porque si nos pusiéramos estrictos, realmente cada ciudadano español querría tener su propio partido para estar absolutamente de acuerdo con él, con lo cual el patio parlamentario habría que ampliarlo a toda la geografía nacional, algo así como aquel libro de geografía del que hablaba Borges en el Aleph, que sería una copia en la medida de lo posible de las dimensiones del país en cuestión, libro por el que podríamos caminar para seguir el curso de los ríos, de los valles, de las montañas.
Hasta que no consigamos un ágora como los griegos, pero que incluya incluso a los esclavos, quizá algún día posible a través de la tecnología, que nos permitirá un parlamento sin representación porque todos estaremos presentes, tendremos que conformarnos con la representación de que disfrutamos aunque diste de satisfacernos plenamente.
Y, ya en este terreno, no me parece nada respetuoso que al representante, aunque joven, de una coalición en cuyo seno uno de los ahora denostados y viejos partidos ha luchado como ninguno por la recuperación de las libertades democráticas y sigue teniendo un apoyo popular que no se corresponde con el parlamentario, se le posponga en la elaboración de las listas electorales a posiciones que, con el pretexto de las ridículas cremalleras sexuales, lo abocan a quedarse sin escaño.
A pesar de todas estas contradicciones y dudas y de haber votado no al acuerdo de concurrir conjuntamente en estas condiciones con Podemos a las elecciones, apoyaré con mi voto la decisión mayoritaria de los militantes de Izquierda Unida esperando que, aun con tantas discrepancias, la senda general del movimiento vaya en la buena dirección.
Pero ahí sigue la duda.
San Juan, 15 de mayo de 2016.
José Luis Simón Cámara.