No estaba tan cerca como para que me vieran desnudo al pasar en coche por una de las rotondas que rodean los alrededores del pueblo. Además había una ducha allí instalada. Y ¿para qué es una ducha sino para ducharse? Normalmente se ducha uno desnudo, lo de Gary Grant en Charada no es más que una broma cinematográfica. Porque ¿quién, si no, se ducha vestido? Pues ni por esas. Ya los vi acercarse con malas intenciones. El caso es que no sé en qué se nota lo de las malas intenciones porque en principio eran cuatro hombres uniformados que se acercaban a una velocidad superior a la de paseo. Uniformados y mirando insistentemente. No era un uniforme que yo identificara ni como de la policía municipal ni de la nacional. El tono era más bien azul. Cuando llegaron hasta mí ya había cerrado yo el grifo de la ducha.
–Acompáñenos, por favor.
–No tengo por qué acompañarles. Estaba dándome una ducha tranquilamente sin molestar a nadie.
–Eso lo dirá usted. ¿No sabe que está desnudo en un lugar público?
–¿Acaso no es esto una ducha pública?
–Recibirá usted todo tipo de explicaciones de la autoridad competente. Pero ahora acompáñenos.
–¿Y si no quiero acompañarles?
Dos de los cuatro uniformados que habían hecho ademán de marcharse regresaron al escuchar mi última intervención.
–Pues entonces lo llevaremos a la fuerza.
–No, no les voy a ofrecer resistencia, descuiden. Me parece algo tan ridículo que les acompañaré, pero no entiendo en qué puede consistir la infracción.
Los dos uniformados que regresaron volvieron otra vez a alejarse y yo recordé entonces una situación parecida vivida bastante tiempo atrás cuando de madrugada me sorprendieron con una joven extranjera, ambos sin pantalones y cobijados junto a una barcaza en la arena de la playa, mientras nos enfocaban con la linterna.
–¡Vístanse inmediatamente!
–Haga usted el favor de retirar la linterna mientras nos vestimos.
–¿Saben ustedes que se les puede denunciar por escándalo público?
–¿En qué está el escándalo y dónde está el público? Ustedes son el único público y han tenido que buscarnos con la linterna. ¿Acaso se han escandalizado?
Era la guardia civil y tomó nota de nuestros nombres pero nunca recibimos ninguna multa. Pero esto era otra historia. Ahora iba caminando entre los dos uniformados. Me acordé de las películas y les dije que acudiría después de llamar a mi abogado. Jamás había pasado yo por la circunstancia de verme obligado a llamar a un abogado. Ni yo lo tenía propiamente. ¿A quién podría yo recurrir? Entonces me acordé de un antiguo alumno, Javier, ya varios años abogado, especialista en accidentes de tráfico, derecho penal, civil…Cuando me dijeron el punto al que me llevaban entendí más el nombre del tribunal que llamaban de la santa cruz y estaba instalado en la plaza de la cruz. Claro, se trataba de un tribunal de moral pública como los que funcionan en los países islámicos para condenar a las mujeres sin velo o sorprendidas en adulterio y castigarlas con una cantidad siempre arbitraria de latigazos o con la lapidación directamente. Justo cuando llamaba a mi antiguo alumno, y ahora abogado, sonó el despertador.
San Juan, 31 de mayo de 2016.
José Luis Simón Cámara.