El ruedo ibérico. 8.

Tauromaquia

Si yo fuera un toro no tengo muy claro qué preferiría1, si vivir encerrado en una granja, alimentado de pienso y paja, moviéndome en unos metros cuadrados y pisando continuamente el estiércol de mis deposiciones o si vivir libre en una dehesa de amplios horizontes, sesteando bajo las encinas y bebiendo agua en los embalses.

Porque el final lo tengo claro.

Cuando mi peso y envergadura alcancen la medida adecuada para el mayor beneficio de mi amo, se acabará la historia.

O bien seré trasladado como la mayoría al matadero y allí acabará conmigo un pistoletazo en la nuca. A partir de ese momento seré fileteado y, entre brindis, unos dientes que muy bien podrían ser de tiburón, qué más da ya, darán cuenta de esa carne celebrada por expertos en el arte culinario.

O me sacarán de la dehesa, eso sí, en un cajón para mí solo, no vaya a malherirme, y me trasladarán a los patios de una plaza, donde comenzaré a oír no ya el canto de la urraca que aletea por el prado, sino el vocerío de la gente que echando humo y empinándose la bota, se prepara para verme en el ruedo donde ahí sí, hundiré la rodilla en el suelo, ya con el lomo ensangrentado, habiendo quizá levantado hacia las estrellas al multicolor arlequín que me burla con su esbelta figura y su trapo. Ya sé que es el fin, pero aún puedo oler las tripas de un caballo y en algún caso afilarme los cuernos en el fino terciopelo del torero.

Nadie podrá quitarme las noches de luna en el prado mirando las estrellas, abrevando en el riachuelo o saltando a los cuartos traseros de aquella vaca que días atrás me miró con insistencia bajo la carrasca de la loma más alta.

Yo sé muy bien cuál es mi final. Vaya con el cuerno limpio o ensangrentado.

Si yo fuera un hombre quizá me costara entender los razonamientos que llevan a los toreros –frágiles y ligeras estructuras- a ponerse delante de un animal que multiplica por diez su envergadura y que posee en su cornamenta la capacidad para agujerearlos por donde los alcance y para levantarlos por los aires y hacerlos girar como una marioneta. Pero tampoco entendería que sus colegas, incluso aquellos a los que despertamos pena, se alegraran de que murieran corneados los toreros cuando su suerte no iba en ningún caso a cambiar la nuestra, que era morir en la plaza o en el matadero y no sé por qué en un caso con más dignidad que en el otro.

¿Es acaso más noble una descarga eléctrica sujeto a un potro e inmovilizado que el estoque en medio de la plaza?

¿Es acaso más elegante el carnicero con su mandil que el torero con su traje de luces?

Nunca he asistido a una corrida de toros. Quizá nunca asista. Pero si los animales racionales que dicen defender a los irracionales se siguen comportando como en estos días de la muerte del joven torero Barrio, quizá consigan que pase al bando de los defensores de las corridas de toros porque si me parece comprensible el rechazo de estos espectáculos me parece abominable alegrarse de la muerte del torero y burlarse de su entorno.

Porque, vamos a poner las cosas en su sitio. Que la lucha entre torero y toro sea igual o desigual habría que preguntárselo no solo al toro que cada tarde muere en la corrida, también a la lista de toreros que han muertos corneados por el toro. Siempre es superior la posibilidad de defenderse en la plaza que en el matadero. No se sabe de ningún matarife corneado.

Cuando el torero burla el envite de los cuernos que acarician la capa y esa imagen se queda plasmada en la retina –quizá sea la estampa más hermosa de la fiesta—un sombrío silencio recorre la plaza, pero ver al toro que se sabe vecino de la muerte, buscar el cobijo de la orilla, regando de sangre y de baba, casi como un niño, la arena, bajo el acero que penetra por su lomo, a quién satisface..

No sé qué es más trágico en el supremo momento de la muerte, si el murmullo y el aplauso de la plaza precedidos del silencio de la incertidumbre o el metálico y pautado sonido de la máquina anónima en la sala vecina del despiece.

Todo esto, lo sé, son consideraciones mezcladas y confusas.

Pero de ahí a alegrarse de la muerte del torero, de ahí a bailar sobre su tumba, de ahí a desear que la cornada alcanzara hasta sus padres… tanto veneno deja de ser humano y rezuma odio a la especie en lugar de amor a los animales.

Y me cuesta creer en el amor a los animales de quienes odian a sus congéneres.

Y llego a pensar si ese pretendido amor a los animales no es más que una forma amable de mostrar su odio a los humanos.

San Juan, 19 de julio de 2016
José Luis Simón Cámara

1 Frase dicha por Concha Seco mientras paseábamos por el pueblo.

2 pensamientos en “El ruedo ibérico. 8.

  1. A mi no me gusta la tauromaquia. Me parece un espectáculo propio del cruel circo romano.
    Lamento la muerte del torero pero no entiendo q placer puede sentir un energúmeno como el periodista ese Herrera viendo a un animal inocente siendo torturado por una banda de humanos ( banderilleros, toreros, los q van a caballo ).
    Sugiero a los toreros q sean toreados por otros toreros o q se enfrenten a un león, un tigre de bengala, un cocodrilo.
    Espero y deseo q se prohíba en España esa ” fiesta ? ” sádica lo antes posible y el público disfrute con espectáculos más sanos como el fútbol, basket, etc.

  2. Lamento la muerte del torero.
    También lamentó la muerte de ese toro.
    ¿ Qué delito tan grave cometió ese toro para ser sentenciado a una lucha a muerte contra una cuadrilla de ” gladiadores ” ( banderillero, rejoneador? torero ) ?
    Ojalá que pronto se prohíba ese ” circo romano ” del toreo impropio de un pais civilizado del siglo XXI.

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