Anoche, oh Luna, mientras te miraba llena o casi llena, debía de ser casi llena porque ha sido esta noche cuando estabas llena, pensaba en las gentes que desde otras partes de la tierra te miraran.
Tú allá, lejos, inalterable que sepamos, y aquí abajo los humanos.
Unos mirándote plácidamente, tumbados en hamacas en la playa junto al arrullo del mar o en el patio de la casa, clareándote entre el ramaje de los árboles, o en lo alto de la montaña, aún más luminosa y rodeada de estrellas.
Otros mirándote a través de los estrechos barrotes de una celda, entre los que para algunos será la última noche que te vieran porque decisiones inexplicables los habían condenado a cerrar los ojos para siempre.
Muchos, quizá demasiados, allá perdidos en el horizonte de esas culturas que encierran los ojos y los cuerpos y las mentes en velos que apenas dejan ver el reflejo de la realidad como en el mito de la caverna.
¿Cuántos vaivenes y culturas y hecatombes, como océanos, habrán contemplado ya tus ojos?
A veces pienso que tú, que has visto tantas cosas desde mucho antes del principio de la historia, estás vacunada contra tanto cataclismo, aunque otras, viendo la melancolía de tu rostro, me inclino a pensar que esas montañas y ríos de tu orografía son las arrugas que te ha dejado marcadas el tiempo ante la visión de tanta desgracia.
Esa luna enamorada de quien le proporciona su luz y su belleza y al que nunca, por mucho que se esfuerce, consigue dar alcance.
Esa luna cantada por amantes y poetas, siempre cobijados bajo su sombra protectora.
Y tú, allá, lejos para nosotros, no para ti que quizá ni te ves de tan cerca, mirando, si los ves, a todas esas gentes, sin entender quizá el motivo de su alegría o de su llanto, de su tristeza o de su temor, como vemos nosotros a las hormigas caminar en distintas direcciones sin plantearnos si la velocidad de su ritmo obedece al hambre o a la desgana, a su alegría o a su tristeza.
El brillo, oh Luna, de tu luz en plenilunio es tan intenso que eclipsa a todas las estrellas. Y solo porque yo sé que están ahí, a tu lado y a lo lejos, te oculto con la mano extendida y abierta para ver el centellear de tus vecinas y sabe dios si quizá lejanísimas o incluso ya desaparecidas y a tantos años luz que aún no se ha apagado el último fogonazo.
En cualquier caso, desde cualquier situación, seguro que para casi todos has supuesto y conseguido una mirada relajante, una mirada compasiva, una mirada sonriente, sea frente al ancho mar, a la reseca montaña o incluso tras los barrotes de una celda o tras las sombras de la caverna, porque tu sola visión tiene el poder de abstraer a los humanos y hacerles olvidar todo aquello capaz de enturbiar el gozo de tu presencia.
San Juan, 18 de agosto de 2016.
José Luis Simón Cámara.