Existen sitios que sin esforzarse evocan un tiempo remoto, casi fantástico, lugares donde el pasado está presente en cada recodo del camino, bajo cada piedra, en las brisas perfumadas que vienen del fondo aquél barranco.
Fue hace ya más de 2000 años que el Cónsul Cayo Valerio Flaco fundara la ciudad de Valeria, que en honor a su estatus le correspondía. Era entonces cuando Hispania era Roma y Roma la cuna de gentes que escribieron largos capítulos de la historia, de los que se leen de tirón.
En Valeria perduran las ruinas de aquella época, conservadas en parte y por descubrir en su mayoría según los expertos. Es Valeria en la actualidad un enclave precioso en la serranía baja de Cuenca, abrazada por el río Gritos que se ha convertido sin buscarlo en un referente mundial de la escalada –de la de pie de gato- gracias a su orografía y a la belleza de su entorno. En sus cárcavas anidan rapaces y decenas de especies de aves menores que se sacrifican a favor las primeras. Los buitres leonados y los alimoches planean majestuosos como guardianes mudos de un enclave único.
Hace ya unos años que los hijos del pueblo, los hijos de Valeria se fueron. La despoblación rural esquilmó el centro peninsular y un pueblecito sin apenas recursos no podía ser menos. Allí siguieron los padres que envejecieron lentamente como la áspera roca caliza del valle. Allí quedaron aún así gentes que evocaban un pasado glorioso aunque sólo sus nombres lo dijeran: Justiniana, Aniana, Pompilio, Feliciana, Tasio, Donelia, Emerita, Orfelina, Prudencio, todos estos, nombres reales de la actual ciudad romana de Valeria. Nombres que susurran un antaño pasado glorioso.
Emiliana es nombre que evoca a Roma. Emiliana era la madre de mi esposa (Carmen, que suena a otras cosas) que hubo de marcharse también aunque siempre volvía en cuanto tenía ocasión, aunque fuera en un vuelo inventado, mezclando su imaginación de la niña que fue con la brisa que la guiaba cada mañana a llevar el almuerzo a su padre, pastor.
Emiliano es nombre que también suena a Roma. Pastor del “noguerón” almorzaba gustoso una pequeña parte de las viandas que su hija le acercaba cada mañana a la cual invitaba con el resto. Él conocía aquellos parajes como nadie, cada repecho, cada bosquejo de encinas y cada arroyuelo. Sabía dónde anidaba la calandria o por dónde se movía la raposa, dónde habría níscalos el próximo otoño –porque una nube de agosto se dejó caer- o qué zarzas daban las moras más dulces.
Emiliano podría haber sido el señor de aquellas tierras, no como poseedor, sino como fiel amante y por ello contribuyó notablemente al revivir del pueblo al impulsar el descubrimiento y conservación de las ruinas romanas de Valeria, hoy “parque arqueológico”, ¡si levantara la cabeza!
Hace ahora ya unos años que los hijos volvieron, aunque sólo sea en época estival y sea por remordimiento, por deuda, por nostalgia o por cariño, que todo vale si la causa lo merece, decidieron promover unas jornadas romanas que empezaron renqueantes y ahora son un referente nacional. Se trata de revivir y compartir costumbres y formas de vida de hace ya dos milenios, actos que se prolongan varios días y actividades con mayor o menor acierto pero que, como digo, si el objetivo es bueno, pues bien sea. En este entramado de actividades se celebra la milla romana de Valeria.
La Milla. La milla romana consta de 1700 m, según dicen los historiadores, y parte del “miliario”, junto al puente romano, lindando el cauce del río, allí donde décadas atrás se cultivaba el azafrán. Prudencio, que ya lo he nombrado, es el organizador. Viejo fondista de los que lo dan todo y no esperan nada a cambio, hijo del pueblo y familia de mi mujer. Pues bien, allí que me encuentro casi por casualidad y alguien me inscribe como “local” sin yo saberlo. No es éste hecho del todo falso y sí que fue algo que me caló profundo. Se dio la salida a un grupo de corredores aproximado a XL (no un grupo grande, es que 40 se escribe así, en idioma romano, claro) y allí me siento como un camello en una carrera de galgos, pero como camello viejo que soy decidí disponerme a dosificar la grasa de mi joroba y esperar a que la cosa se complicara ya que transcurrida más o menos la mitad de la carrera se inicia un ascenso durísimo entre piedras y cardo, de los que quitan el hipo, así que fue cuestión de meter la reductora y tirar de la cuadriga para arriba, en la cuesta logré así acabar con algún legionario que se me resistía. La meta en lo más alto, en las ruinas de la basílica y el corazón por contra durante un rato largo se me quedó abajo. Arriba tras pasar por meta me sentí feliz, seguí mi trote hasta el despeñadero a la búsqueda del silencio y de la soledad por nada, sólo por respirar, disfrutando de un momento íntimo e irrepetible. Allí, frente a un enorme sol anaranjado que empezaba a ocultarse fue cuando sentí que mi aliento se mezclaba con el aire, el oxígeno que me nutría era aquél que respiró gente que ahora estaría orgullosa de que no se les olvide.
P.D. El gentilicio de Valeria es Valeriense o Valeroso, me quedo con el II (segundo).
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Nombre | Categoría | Tiempo | Puesto General | Puesto Categoría |
Julián | Local | – | 2 | 1 |
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