7 de Octubre.
Ya en el Aeropuerto, vemos a Manolo con un bebé en brazos y pensamos que viene su familia a despedirlo con el niño, pero ¡quiá! Nieto e hijos se embarcan con el abuelo que va a correr la maratón. La expedición de Atotrapo sale a las 8.30 y llega a Munich a las 11.45 después de sobrevolar los Alpes aún con restos de nieve. Salimos de Alicante en mangas de camisa y nos fuimos poniendo pieles al bajar al asfalto del aeropuerto, con pequeños charcos de la reciente lluvia. Un pañuelo amarillo, distintivo de Jesús para todos, nos ayuda a mantenernos agrupados entre el ir y venir de gentes en todas direcciones a través de pasillos y escaleras. Una hora en el tren y llegamos a la ciudad. Desde la estación central a pie al “art hotel munich”, adornado de cuadros, esculturas, sillones y sillas individualizadas, diferentes, todo haciendo honor a su nombre.
Ya instalados nos dispersamos por la ciudad en pequeños grupos intentando saciar el apetito con alguna salchicha, bocadillo o pizza, que hay para todos los gustos, eso si, regados con alguna de las muchas variedades de cerveza que hay por estas tierras donde abunda tanto la cebada y el trigo que no son capaces de consumirlo en sólido y deben tomarlo también en liquido. Fuimos regresando al hotel a descansar un rato para vernos en el hall a las 7 rumbo a un restaurant cervecería de la calle principal frente a la estación central. Unos, salchichas con puré de patatas y choucroute, otros ensalada, quiénes sopa y siempre presente la cerveza, clara, turbia de trigo o sin alcohol, coloreando las largas mesas de madera de un habitáculo amplio y abierto, reservado para el grupo de casi 30 expedicionarios. Faltaban algunos por llegar.
Satisfechas con moderación, algunas, no todas, las necesidades alimenticias y, quizá, pendientes otras, espirituales y fisiológicas, dimos rienda suelta a las piernas y en distintas direcciones nos dispersamos nuevamente por la ciudad llevados por el movimiento de la gente, escuchando a músicos callejeros bajo los soportales o a grupos de jóvenes a carcajada limpia, mientras íbamos observando las anchas calles y, a veces, hermosos edificios de esta vieja y renovada ciudad, sus iglesias, muchas en rehabilitación, como Saint Paul o la catedral, ésta junto al hercúleo edificio del Ayuntamiento.
8 de octubre.
Escuchando los dulces e insoportables ronquidos, por otra parte mutuos, de mi camarada e inalterable compañero de habitación, el inefable Pinki, la mañana me ha sorprendido dormido y con precipitación me he levantado, aseo rápido y desayuno y a las 8, demasiado pronto como hemos comprobado después, hemos salido para el complejo olímpico. Tiques del metro para 30. Sobre las espaldas de la pobre Martina descansa cualquier movimiento de la expedición. Nos hemos paseado por la impresionante villa olímpica, sucesión de paraguas inmensos ya visibles desde las proximidades del sorprendente museo y torres de la BMW. Como hileras de hormigas íbamos llegando y dispersándonos por los distintos puntos del macrocomplejo, desde los stands de material deportivo hasta los de recoger dorsales para las distintas carreras. Hoy además era la carrera de disfraces. Una de las más destacadas ha sido sin duda la representación de Atotrapo que no paraba de arrancar aplausos y parabienes del variado público asistente. Mientras la mayoría del grupo ha participado en la prueba, otros hemos paseado hasta subir a la más alta de las colinas, creíamos que naturales, desde donde se divisa una completa panorámica de toda la ciudad. Al fondo, en el valle formado por los promontorios colindantes, un hermoso lago con patos. En torno a él distintos pabellones, exhibición arquitectónica que aún hoy resulta atrevida a pesar de que las instalaciones fueron construidas ya para los juegos olímpicos de 1972, aquellos que modificaron y modernizaron la ciudad y fueron tristemente testigos de los atentados de “Septiembre Negro” un grupo terrorista palestino que acabó con la vida de 11 atletas israelíes.
Tras la prueba y los paseos fuimos regresando por grupos hacia el centro, al hotel, a comer, a pasear… Unos a comer en el Augustiner de la Bayerstrasse. El recinto, inmenso y lleno, era una antigua fábrica de cerveza reconvertida en restaurante. Con las cervezas nos han traído un plato de patatas con al ajo. Nos ha sorprendido que nos pusieran tapa que íbamos compartiendo. Hasta que ha llegado el camarero y ha dicho que se estaban comiendo parte de mi menú. Con razón nos sorprendía ese detalle de la tapa.
A las 3 de la tarde teníamos otra cita en el hotel. Comenzaba un paseo con guía por la ciudad. Una chica gaditana, Carmen, residente aquí ya 10 años con su marido, trabajador de la BMW y sus dos hijas, nos ha conducido y explicado historia, costumbres y monumentos. Como llovía nos ha bajado por los intestinos de la urbe, pasadizos subterráneos, y hemos salido ya a flote por Karlsplatz, con las puertas restauradas de la ciudad antigua a la vista. Entramos a la iglesia de San Miguel, de estilo neoclásico, mastodóntica, casi enteramente destruida en la 2ª guerra mundial. Allí nos explicó Carmen que eran tantos los escombros que hubieron de sacar, sobre todo las mujeres, de toda la ciudad que fueron amontonándolos en un mismo lugar de las afueras. Justamente donde ahora se ubica el complejo olímpico. Y era tal la cantidad que decidieron amontonarlos y cubrirlos de tierra hasta formar valles y colinas de hasta 500 metros de altura.
Fuimos a continuación a visitar la catedral gótica, levantada con ladrillo caravista en el corto período de 20 años y cuyas torres gemelas de 100 metros de altura, que marcan la altura máxima de los edificios en el perímetro de la ciudad, fueron las únicas que se salvaron de la destrucción por los bombardeos, unos dicen que por la protección del maligno cuya huella está marcada en el suelo de la catedral y otros porque los aliados las tomaron como punto de referencia para sus ataques aéreos. Las torres están coronadas por cúpulas en forma de cebolla o bizantinas. Tras esta visita le llegó el turno a la antiquísima iglesia de San Pedro. No acaba ahí la relación de iglesias y conventos y es que, como decía la guía, Baviera es tan católica, frente a la Alemania protestante, que Munich es llamada la Roma alemana.
Marienplatz, otro centro neurálgico de la ciudad, alberga al Ayuntamiento nuevo con sus guerreros y toneleros que danzan al compás de la música a unas horas determinadas: las 11, las 12 y las 5 de la tarde. Al fondo el ayuntamiento viejo donde Joseph Göbbels pronunció un discurso incendiario contra los judíos que enardeció a las jóvenes escuadras nazis y comenzaron a destrozar los establecimientos judíos en la tristemente célebre Kristallnach o “noche de los cristales rotos”. Como veremos más adelante, fue no lejos de aquí, a tan solo 17 kilómetros, en Dachau, donde se estableció el primer campo de concentración por el régimen nazi.
A un paso de San Pedro nos encontramos con el viejo mercado lleno de puestos de lo más variado, incluido uno de productos españoles como chorizo y jamón. Pasamos por delante de algunas cervecerías como la Augustiner, próxima a la catedral, cuyo nombre recuerda la permanente presencia de órdenes religiosas en el origen de esta ciudad que se llama así Munich, derivado de Monje, hasta llegar a la famosa Hofbräuhaus. La antigua fábrica de cerveza de finales del siglo XVI que abastecía a la familia Wittelsbach fue trasladada y abrió como cervecería al público en 1828. Se convirtió en el centro de la vida pública y política de Munich y cuenta entre sus clientes asiduos a Lenin durante su exilio alemán y a Hitler que proclamó allí el programa de los 25 puntos del partido nazi.
Saturados de información hemos seguido el paseo hasta encontrarnos nuevamente en el hotel a las 7.30 de la tarde para salir a cenar a un restaurante italiano, la Bella Italia, rápido, lleno y a buen precio.
9 de Octubre.
Hoy, domingo, ha habido desbandada porque cada banda comienza la carrera a una hora distinta. Los más madrugadores los maratonianos. Su prueba comenzaba a las 10 de la mañana y salían en distintos grupos cada 5 minutos. 40 minutos después la prueba de 10 klm. en la que solo participábamos dos miembros del equipo por lesión de un tercero. Ya a las 13.30 horas la media maratón en la que participaban también varios miembros del equipo con excepción de otro lesionado. Que yo sepa, aunque no soy el cronista de la carrera, un éxito en todos los niveles. Al menos todos sanos y salvos. El día, desde luego e inesperadamente, el mejor imaginable. La primera vez y casi única en este viaje que hemos visto al sol desgarrar la tupida red de nubes y abrirse un ancho hueco por el que nos ha acompañado a lo largo de toda la mañana, de modo que los 2 ó 3 grados iniciales de temperatura se han ido suavizando al paso de las horas.
Reponiendo líquidos hemos ido llenando cervecerías y, o bien, descansando algunos y otros caminando en busca del río Isar que atraviesa la ciudad y forma islotes con pequeñas playas de cantos rodados donde pasean niños, familias, perros y patos rodeados de tal vegetación que no se diría que estamos en una ciudad.
10 de Octubre.
Excursión a los Alpes.
Desde el comedor del hotel vimos llegar el autobús que a las 8 nos llevaría a los Alpes alemanes. Carmen la gaditana, que presenció a los 14 años el multitudinario entierro de Camarón en San Fernando, seguía con nosotros de guía. Según nos íbamos alejando de la capital de Baviera aumentaban los campos cultivados de cereales, maíz, patatas …. Se veía también perfectamente tapadas alpacas de forraje para los animales en el seguro que crudo invierno cuando ahora, recién comenzado el otoño, los termómetros apenas suben de los 5 grados. Prados, manchas de árboles si no bosques, riachuelos, vacas pastando y granjas de madera, abundantísima por estas tierras.
El paisaje más verde, si es que aún es posible, se diluía y difuminaba entre la niebla cada vez más abundante mientras escuchábamos de fondo el relajante discurso de nuestra guía. Ha comenzado contándonos algunas características de la vida en Alemania. Sobre la Universidad que es gratuita y la sanidad pública, sobre los salarios, menos altos de lo que podría parecer, ahí están los minijobs. También hemos hablado de la sensibilidad de los alemanes sobre su pasado. Las generaciones más jóvenes no se sienten vinculados en ningún sentido con el pasado, pero a las generaciones de 40 ó 50 hacia arriba no les gusta el tema. Nos contaba historias de la Baviera del siglo XIX con su saga de Maximilianos y Ludovicos. Maximiliano I que evitó la invasión napoleónica aportando 30.000 soldados a sus ejércitos y fue nombrado rey de Baviera por el emperador, corona que heredó su hijo Ludovico o Luis I. Después del gobierno de Maximiliano II, ya en 1864, a la edad de 18 años, comienza el controvertido reinado de Luis II. Ya muy joven ha escuchado Lohengrín, ópera de Wagner, y queda entusiasmado con su obra. Comienza una relación de amistad y admiración y es muy influenciado por el autor del que algunos afirman que se enamora. Desde luego lo protege a lo largo de su vida. Luis II, que ha sido educado entre privilegios y envuelto en las leyendas desde la infancia quiere hacerlas realidad y como confiesa a Wagner en una carta “pretende reconstruir antiguas ruinas al estilo de los viejos castillos feudales alemanes en las cercanías del riachuelo Pöllat, que es uno de los sitios más preciosos que se puedan encontrar”.
Finalmente llegamos a Hohenschwangau, pequeño pueblo entre lagos y montañas en cuyas proximidades se alza sobre un risco, previamente allanado y rodeado de picos alpinos y valles con lagos y más montañas a lo lejos, el castillo de Neuschwanstein o Nuevo cisne de piedra, uno de los 4 castillos proyectados por Luis II con los mejores arquitectos y pintores de la época, intentando imitar modelos europeos, sobre todo franceses. Construido con ladrillo caravista aunque revestido de piedra presenta un aspecto formidable. Con varias torres de distintas alturas, parece inexpugnable para los medios militares de la época. Pero en contraste con su pétreo exterior está lleno de lujo y ostentación en su interior para poder contemplar un paisaje duro, hostil y hermoso, cobijado y protegido entre sus muros. Salones de ensueño decorados con motivos mitológicos o leyendas medievales como la de Lohengrín, el caballero del cisne, que abunda en pinturas, grabados y esculturas. Dormitorios, salas de aseo, pasillos, todo con vistas a las montañas y el lago. Desde distintos puntos del castillo se divisa el Marienbrücke, o puente de María, en honor de su madre, a casi 100 metros de altura sobre el río Pöllat, que visitamos alucinados con la visión. Lugar de ensueño para un soñador bastante loco. Celoso de su nobleza, rechazaba el contacto con el pueblo hasta el punto de hacerse servir la comida sobre una mesa que por un sistema de poleas subía desde la cocina con todos los platos preparados y a una velocidad perfectamente controlada, ni muy rápida para que no se desparramara la comida ni muy lenta para que no se enfriara. Tenía prohibido que sus palacios fueran visitados por plebeyos. Habituado a la soledad y a las montañas desde la infancia no se encontraba bien en Munich, donde residía el gobierno, por lo que rehuía la vida social y se recluía en sus castillos de la montaña. Su despilfarro y falta de contacto con la realidad hizo al gobierno enviar a sus dependencias de Neuschwanstein una comisión de médicos que lo consideró incapaz para gobernar y tres días después apareció ahogado con su médico particular en el lago de Starnberg, aunque sin una gota de agua en los pulmones. Rey, por unos llamado loco, por otros soñador, llevó a cabo parte de sus sueños de infancia y es posible que, dado su rango y el acendrado catolicismo de Baviera, no fuera capaz de exteriorizar sus tendencias sexuales porque no se le conocen amores femeninos y, aunque no documentados, se piensa en algunos contactos masculinos.
El castillo, apenas visible cuando hemos llegado por la mañana, ya lucía a lo lejos cuando nos dirigíamos a Oberammergau, donde hemos comido en el restaurante “Der Wolf”, el lobo, el famoso codillo, para muchos abundante y algo salado. Después un paseo por el pueblo de casitas separadas y con jardín, decoradas con historietas infantiles como “Caperucita y el lobo”, “Hansel y Gretel” o “Los tres cerditos”. Tiendas artesanales con objetos de madera y sobre todo religiosos. Alguna cruz en el jardín y Jesús con la palma sobre el asno en una fuente pública.
Ya en el viaje de regreso, a la hora de la siesta y con la barriga llena, Carmen se ha limitado a informarnos de posibilidades de excursiones y llegados al hotel nos hemos despedido de ella con una foto.
Después del largo día otra vez dispersión, unos a descansar, otros a pasear, a cenar… Pinki y yo hemos dado un paseo por la Bayerstrasse pero después de Markplatz nos hemos desviado por callejuelas hacia la derecha siguiendo el sonido de una trompeta que tocaba la canción de los partisanos italianos “Bella Ciao”. Enseguida hemos encontrado un coche de la policía que cortaba una calle, otro un poco más allá y poco después ya oíamos los gritos y consignas de una manifestación rodeada por la policía y enarbolando banderas alemanas y de Baviera. Poco más allá otro grupo menos numeroso de manifestantes, también rodeado por la policía, que se movía a su ritmo, y ahí sí, hemos podido distinguir dos pancartas. En una había escrito “Nazis Raus”, “Nazis fuera” y en otra también escrito en alemán “Ningún humano es ilegal”. Hechas las averiguaciones hemos concluido que se trataba de una manifestación antiinmigrantes, xenófoba, convocada por Pegida, y otra a favor de los inmigrantes. Sin salir de nuestro asombro hemos seguido por distintas calles los movimientos de las manifestaciones y nos hemos retirado con un amargo sabor en la boca, incrementado por la presencia en las aceras de disminuidos sin piernas o brazos con muñones pidiendo limosna y un grupo durmiendo sobre cartones bajo los soportales.
Era quizás el presagio de la visita que tres de la expedición íbamos a realizar al campo de concentración de Dachau.
11 de octubre.
Era ya el último día de nuestro viaje y se presentaron varias opciones. Una visita a Salzburgo, a poco más de 100 km de Munich, ya en Austria. Una visita a Dachau, el primer campo de concentración de la Alemania nazi, a 17 km de Munich. O permanecer por la ciudad donde aún quedaba mucho que visitar.
Como separatas adjuntas podréis ver la crónica de la visita a Salzburgo y la visita al campo de concentración de Dachau.
Saludos y hasta siempre.
José Luis Simón Cámara.
San Juan, 19 de octubre de 2016
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