En 2015 me retiré con una sensación agridulce. Hasta el km 64 en Isil, donde me retiré, la carrera fue tremendamente dura tanto por el terreno es sí mismo como por la climatología: mucho calor, mucha lluvia y mucho granizo. En Isil me esperaban mis padres, y una vez con ropa seca y estómago lleno me dije ¿por qué me estoy retirando? Tengo ganas y fuerzas para continuar. Cierto es que ahora sé que quedaba un infierno por delante, pero esas no son formas de retirarse. Hay que hacerlo solo por causas que impidan llegar a meta, no por haber pasado un mal rato.
Desde el día siguiente de la retirada, después de haberme lamido las heridas, sabía que volvería, así que solo había que ir tirando anzuelos poco a poco para conseguir compañeros de viaje.
El primero en picar fue Sergio, atraído por la tecnicidad de la prueba y después Ángel, compañero de aventura en 2015, que se hizo mucho de rogar. Y al final se unieron Cristian y Hortensia. Así que hicimos un grupete de lo más variopinto y nos fuimos los 5 para Esterri d’Àneu.
Pero todo empezó mucho antes…
El 9 de enero nació Jurek, mi segundo hijo, y sabía que preparar la temporada iba a ser complicado. Lo primero fue buscar un entrenador que me permitirá maximizar el rendimiento del poco entrenamiento que iba a poder realizar. No quería malgastar esfuerzos sin saber que esa era la mejor forma de mejorar mi forma física. Así que después de darle vueltas me puse en manos de Benjamin Maestre.
El entrenamiento implicó cambiar los horarios, la forma de entrenar, la alimentación… La única forma de conciliar la vida familiar fue entrenar de 6 a 8 de la mañana, mientras el resto de la familia dormía, o lo intentaba. Además hicimos una pretemporada de fuerza, muchas más salidas pero más cortas, para acumular kilómetros semanales, introducimos los mesociclos y finalmente alimentos como la remolacha 😉
Los días antes de una prueba como esta se prepara la mochila, con mucho cuidado y atención. Como teníamos dos bolsas de vida, era todavía más complicado. Requiere planificación y visualización de la carrera. Además la climatología puede cambiar de una hora para otra, así que hay que tener en cuenta muchas variables. En fin todo un arte que se refleja en esta foto.
Llegó el día y sabíamos que estábamos muy fuertes, mucho mejor entrenados y más confiados. La carrera era diferente al año anterior, la nieve casi nos obliga a llevar crampones e hizo modificar el recorrido haciendo la carrera sensiblemente más dura, más kilómetros, más desnivel y terreno más complicado.
Desde los primeros kilómetros los cinco que íbamos nos separamos. Nos íbamos cruzando en los primeros avituallamientos, pero prácticamente desde el km 20 no volvimos a vernos.
La carrera es sencilla hasta que empieza el km vertical. Hasta allí el terreno es cómodo y todavía están intactas las fuerzas a pesar de los 2000m de desnivel positivo que acumulas casi sin darte cuenta. Pero en el km 25 llega el primer muro, 1200 d+ en 4km. Una subida al cielo por una pared vertical a través de un prado sin senda definida. Miras hacía arriba muchas veces y ves a gente intentando encontrar la mejor senda para llegar al final de esta montaña. Después de 2h sin descanso, llegué arriba, me senté, respiré, comí y disfrute del tremendo paisaje que dibuja la cresta de la montaña. Guarde los bastones, uno de ellos ya roto desde el km 18, aunque puede seguir utilizándolo, y empecé el sube y baja por la cresta de la montaña. Comparé el tiempo con el año pasado, 15 min menos, pero sobre todo mejores sensaciones y hacía mucho menos calor.
En el avituallamiento del km 30 en Coma Negra me puse a hablar con un chico con el que me iba cruzando en los avituallamientos anteriores y después de cruzar varias varias conversaciones nos dimos cuenta de que al año pasado ya hicimos parte de la carrera juntos y nos retiramos juntos. Seguimos cada uno a nuestro ritmo, pero la montaña nos iba juntando hasta que finalmente decidimos unirnos hasta el final de la aventura. Sinceramente creo hicimos un equipo perfecto, cuando a mi me fallaban las fuerzas él tiraba de mi y viceversa.
Después de una larga bajada por preciosos parajes llegamos al Port de la Bonaigua, que a estas alturas ya se estaba escondiendo entre la niebla. Llegué casi 2h antes que el año anterior. Cogí la bolsa de vida, me cambié por completo, rellené los bolsillos de geles, me abrigué un poco y otra vez a la carrera.
Aquí empezaba el recorrido diferente al año anterior, y claro, no iba a ser más sencillo. Bien es cierto que ni llovió ni granizó, pero a cambio nos metieron un par de repechos de 200m de regalo. Justo antes de llegar al refugio de Arioto tuve una pequeña pájara. Me tumbé 2 minutos, bebí un par de vasos de cola cola, algo de sandía y parece que se pasó. Ya solo quedaba un repecho y 10km de bajada a Isil.
Una vez en Isil, donde estaba la segunda bolsa de vida, me vuelvo a cambiar por completo y me preparo para la noche, no hacía frío, pero volvíamos a subir hasta casi 2.700m y el tiempo podía cambiar repentinamente. Tanto Jose como yo íbamos ya tocados, pero como dije al principio, con ganas y fuerzas no podíamos retirarnos. Recuerdo llegar al avituallamiento y alegrarme de que hubieran macarrones con tomate frito, normalmente me cuesta mucho comer sólido, pero eso me entró de maravilla.
Salimos de Isil camino de Borda de Pina en paralelo al río durante unos cuantos kilómetros y después cogemos una carretera de asfalto durante otros tantos. Tenemos la suerte de ver que los lugareños están celebrando las fiestas de una forma peculiar, llevando a la espalda troncos de grandes dimensiones ardiendo… Pero no estamos para fiestas, sonreímos y continuamos.
Salimos de Borda de Pina y nos avisan que nos preparemos, nos queda el segundo km vertical de la carrera y las fuerzas ya no son las mismas. Al principio la subida es tendida y muy bonita, pero poco a poco se va complicando hasta llegar a “EL MURO”. No creo que sean más de 200-300m, pero tan verticales que no puedes echarte hacía atrás por miedo a caerte. Tenemos que parar unas cuentas veces en ese tramo porque no nos dan las fuerzas. En una de esas veces, Jose y yo apagamos los frontales, apoyamos la espalda contra la pared y miramos a nuestro alrededor: estamos en medio de un circo de montañas, totalmente a oscuras y con un cielo estrellado que nos recuerda lo pequeños que somos. Pero todas las montañas tienen un techo, un punto geodésico, el lugar más alto donde acaba el sufrimiento. Allí nos esperan unos voluntarios pasando la noche en una tienda de campaña y nos dicen que el próximo avituallamiento está a poco metros, y que tengamos cuidado y nos agarremos a las cuerdas.
Haceros a la idea: kilómetro 75, 20h de carrera, unos 6000m de desnivel positivo acumulado y para llegar al avituallamiento del Estany de la Tartera exhaustos después de El Muro, 30-40m de caída libre, agarrados a una cuerda para no bajar rodando por la montaña. Recuerdo acordarme de mis compañeros que llevaba por detrás, pensar en ellos y desearles que se hubieran retirado antes de llegar a esta punto. Llegamos al avituallamiento y hablamos uno minutos con los voluntarios, nos dan caldo caliente y les transmitimos nuestro enfado porque nos parece que “se han pasado” que el riesgo es demasiado alto para el cansancio que llevamos. Nos dicen que este tramo es diferente al año pasado y que han tenido que cambiarlo por el tema de la nieve, que el año pasado no era tan duro, pero que la gente que llega allí llega con mejora cara. En fin, estamos a 2400m de altitud, 75km por detrás y solo 20 por delante, no nos queda otra que seguir, ahora ya no hay otra opción, no tienes más que dar un paso en dirección a la meta, y después de ese otro. Me acuerdo de Joel, cuando me dice que está cansado y que le coja en brazos, yo siempre juego con él a este juego: “- Joel, ¿Puedes dar un paso más? él dice que sí, después le vuelvo a preguntar ¿Puedes dar solo un paso más?, se ríe y da otro más, y yo le digo ¿ves como sí que puedes? Siempre se puede dar un paso más.”
Por esta zona atravesamos varias lenguas de nieve, se ve una línea de pasos que los atraviesan, es parecido a los equilibristas que van de un rascacielos a otro, un paso en falso y te deslizas por ese tobogán hacía abajo sin forma de parar. Clavo bien los bastones, doy un paso, otro, otro y ya estoy al otro lado.
Ya solo nos queda la última ascensión, otra vez un pequeño muro demasiado vertical, estamos demasiado cansados, es demasiado de noche, todo es demasiado. Empieza la bajada.
15 kilómetros de bajada, sin senda, por el camino que cada uno inventa por entre los agujeros de una montaña erosionada por el agua. Fueron horas de mucha tensión, cada paso que daba pensaba que me iba a romper un tobillo, pero por suerte esto no pasó y llegamos a los últimos 10 kilómetros, que pensábamos iban a ser un paseo. Seguramente lo eran, si no lleváramos a las espaldas lo que llevábamos, pero como siempre en las ultras, los finales tienen regalos ocultos en los perfiles que te hacen acordarte del que ha diseñado el recorrido.
La meta es un lugar feliz, es el edén, el paraíso, un oasis donde solo hay sensaciones agradables.
Y para finalizar la crónica los agradecimientos. A Benjamín Maestre por guiarnos en el entrenamiento. A mis compañeros de viaje y en especial a Ángel y Carlos, con los que entreno a diario. A todos con los que comparto kilómetros por asfalto y montañas. Y por su puesto a Belén, Joel y Jurek, que me permiten y motivan para seguir haciendo esto que ahora me hace feliz.
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Enlaces sobre esta prueba
Nombre | Categoría | Tiempo | Puesto General | Puesto Categoría |
Sergio | VE H | 24:54:00 | 57 | 19 |
David | SE H | 27:25:54 | 77 | 40 |
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