Después de 60 años la misma serenidad, el mismo silencio, el mismo gesto no alterado por el paso del tiempo. Apenas el amago de unas casi inapreciables arrugas en su fina piel apergaminada. Los ojos algo rojizos. Quizá el más delgado del grupo. Nació en Pinoso, se crió en Elche y vive en Elda, el tiempo que pasa por estos lugares. Tras los saludos iniciales al llegar, no lo he oído hablar en toda la comida. Los que estaban a su lado en la larga mesa, como si se tratara de árboles cimbreados por el viento, inclinaban el cuerpo y las palabras hacia los otros contertulios. Él quedaba aislado, en medio, entre unos y otros. Se lo he hecho notar a alguno de los que había a mi lado, a Juan y a Jesús, no, no se trataba de la última cena, también estaban Fulgencio y Pepito, porque “el padre eterno”, es decir, Berbegal, medio sordo, medio ausente, solo se ocupaba de ir comiendo y poner, de vez en cuando, cara de extrañeza, señalándose el oído con los dedos para recordarnos que apenas oye. No se trataba, como digo, de la última cena pero tampoco andaba muy lejos de serlo porque lo que estoy refiriendo es el encuentro anual que celebramos un grupo de compañeros, más que de amigos, que casi solo tenemos en común haber pasado algunos de nuestros años jóvenes, desde los 10 hasta los 13, 15 ó 18 y, en algunos casos hasta acabar los estudios, en el seminario diocesano de Orihuela allá por los años 50 y 60 del siglo pasado. Y sí, todos han coincidido en mi comentario sobre Antonio, sobre su silencio permanente a través de los años. También ha escuchado mi comentario Manolo y nos ha dicho que sí, que Antonio habla poco y hace mucho. Ha sido entonces cuando la curiosidad nos ha picado y, más que nuestras preguntas nuestras miradas y una sugerencia de su vecino de mesa, lo ha decidido a tomar la palabra.
–Sí, desde hace más de 10 años estoy yendo periódicamente a Colombia donde desarrollamos actividades para ayudar a los campesinos en las zonas más pobres de aquel país.
–Cuéntanos en qué consisten exactamente esas actividades.
–El último proyecto ha sido en dos veredas 1 del pueblo de Pijao. Y el próximo es de dos gallineros para los que necesitamos 4.400 euros. Está coordinado con el ingeniero agrónomo de la diócesis de Armenia, capital del departamento. Yo salgo a mediados de julio hacia dos veredas de Salento, departamento de Quindío.
–¿Eres misionero? ¿Tu motivación es religiosa, humanitaria, ética?
–Un poco de todo. No soy misionero. Solo me dedico a ayudar al colectivo campesino. Mira, un gallinero, al cambio actual sale por 2.200 euros. El nuevo proyecto es para dos. Cada uno tiene unos 40 metros cuadrados y caben 120 gallinas ponedoras. Edificarlo, gallinas, pienso, vacunas y transporte de materiales vale eso. La diócesis aporta el trabajo del ingeniero y su transporte y el mío en moto a las veredas. Los campesinos aportan la mano de obra, el agua y las hierbas silvestres, buenas para las gallinas. Cada gallinero es para 6 ó 7 familias. Unas 35 personas. Les enseñamos las técnicas correctas y los habituamos a trabajar en comunidad.
Ese silencio suyo del que hablábamos al principio se nos fue contagiando a medida que nos iba contando y, sorprendidos, fuimos quedándonos boquiabiertos por la generosidad de sus colaboraciones y su discreción en divulgarlas.
San Juan, 10 de junio de 2016.
José Luis Simón Cámara.
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[1] Sección administrativa de un municipio o parroquia.