“Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época”.1
Conducida por el lúcido y preclaro neandertal Nigel Farage, la pragmática Inglaterra está dando los pasos para volver a la prehistoria, a la tribu, a la lucha con el vecino por la supervivencia. Con lo que ha costado a Europa cicatrizar las profundas heridas de millones de muertos en las dos guerras mundiales y en su epílogo de los Balcanes para poner un broche de oro a tan brillante siglo XX.
Me huele muy mal tanta confluencia en la búsqueda de la libertad y la independencia por parte del citado neandertal, de Marine Le Pen, del rubio holandés, de los rufianes que quieren echar al Estado de Cataluña a patadas, de los penes vascos, de líderes de la liga norte y hasta del loco que faltaba, Trump, que se pasea por Escocia felicitando a los ganadores del referéndum. Todos quieren quitarse el yugo que los oprime y levantar murallas, llámese España, que vive el más largo período de libertad de su historia, o llámese Europa, que desde que la impulsaron sus padres fundadores, hace más de medio siglo, han tratado, horrorizados por sus consecuencias, de mitigar los nacionalismos para que nunca más otra guerra la desgarre y para hacerla más fuerte y así defender y ampliar los derechos ya conquistados.
“He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo que envenena la flor de nuestra cultura europea” (pág. 13).
Como decía Jorge Semprún en una de sus últimas entrevistas, “¿quién podría imaginarse que en una de las naciones más cultas de Europa podría surgir la bestia que sumiría al mundo en una de las mayores catástrofes de la historia?”.
“¿Podría imponer nada por la fuerza a un Estado en que el derecho estaba firmemente arraigado, en que tenía en contra a la mayoría del Parlamento y en que todos los ciudadanos creían tener aseguradas la libertad y la igualdad de derechos, de acuerdo con la Constitución solemnemente jurada?” (pág. 458).
“Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de brutalidad colectiva….. tuvimos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura y en nuestra civilización tan solo una capa muy fina que en cualquier momento podía ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno; hemos tenido que acostumbrarnos poco a poco a vivir sin el suelo bajo nuestros pies, sin derechos, sin libertad, sin seguridad” (pág. 21).
Inglaterra no sólo ha abierto la caja de Pandora animando a otros partidos nada solidarios a seguir sus pasos para desmantelar Europa como futura unidad supranacional sino que ha dado razones en su propio país para la disgregación de las zonas donde las fuerzas centrífugas ya han intentado salir del Reino Unido. Posiblemente aquellos que han ondeado las banderas de la libertad y la independencia de su gran país no hayan hecho más que aislarlo de este mundo global, debilitarlo y dividirlo. Ésa es su victoria.
San Juan, 25 de junio de 2016.
José Luis Simón Cámara.
—
[1] El mundo de ayer. Memorias de un europeo, pág. 451. De Stefan Zweig. Todas las citas son de esta obra.