Al otro lado del dique y golpeándose contra él había unos cuerpos flotando, todos ellos, descubrí horrorizado, pertenecientes a alumnos del Instituto cuyas cabezas iban una y otra vez contra el muro empujados por el vaivén de las olas.
Nosotros estábamos en la ensenada del puerto resguardados por el dique que nos protegía del mar abierto. Aunque sabíamos que el mar estaba picado no creíamos que hasta el punto de acabar con la vida de los tres que, confiados en su experiencia y habilidad, se habían aventurado al baño al otro lado del muro.
Triste final para un día que había comenzado celebrando el fin de curso. Después de los actos académicos, del reparto de premios, de la lectura de discursos tanto de los alumnos que se despedían del centro tras muchos años allí pasados, quizá de los más importantes de su educación, como de algunos profesores recordando su paso por el centro y el futuro que les esperaba, hubo un almuerzo con todo tipo de tapas y bebidas.
Muchos de los alumnos y algunos profesores, aprovechando el buen tiempo, el calor del incipiente verano, decidieron darse un baño, pero no en la playa, donde iban habitualmente. En esta ocasión bastante excepcional quisieron hacerlo en el puerto para evitarse el engorro de la arena.
La mayoría nos lanzamos al agua cerca de la bocana pero por la parte interior y hubo unos pocos que, a pesar de advertirles del peligro, lo hicieron desde las rocas de protección del muro orientado al mar abierto.
No había pasado mucho rato cuando desde el agua vimos a uno de los que se habían lanzado al exterior, gesticulando sobre el dique y dando alaridos de espanto entre los que apenas conseguimos distinguir sus lamentos. Salimos a toda prisa del agua y ya arriba del muro escuchamos la explicación entre sollozos del compañero y vimos los tres cuerpos golpeándose como peleles contra las rocas.
Inmediatamente llamamos a los servicios de socorro. Toda la prisa por venir fue inútil. Únicamente sirvió para recoger con mucha dificultad los cuerpos inertes, ya bastante destrozados por el golpeteo de las rocas y certificar su muerte, algo innecesario dado el lamentable estado en que se encontraban.
Otras veces, con motivo de algunas celebraciones, había habido problemas con algunos alumnos que tuvieron que ser atendidos o por ligeras borracheras o incluso llevados al hospital en coma etílico. Pero jamás había habido un fin de curso tan aciago como aquel año.
Nunca el mar había sido tan poco hospitalario con aquellos jóvenes que quisieron acabar en él, definitivamente en este caso, la fiesta comenzada con hurras y discursos.
En este caso no fue el vino el causante de la tragedia. Fue el agua. ¡Quién lo diría! La fuente y origen de la vida.
San Juan, 5 de Abril de 2017.
José Luis Simón Cámara.