Las caricias del drago.
Esta mañana, poco antes de encaminarnos hacia la playa y, ya en el coche, he salido de él, mientras esperábamos a Inma que se había olvidado algo en la casa, para coger unas ramitas de romero y tomillo y ofrecérselas a Caterina, la mujer siciliana de mi hijo, llegados anoche desde Bruselas, donde viven, para pasar unos días. He restregado la mano por el romero, cuyo aroma impregna los dedos y se los he acercado a la nariz. Después me he agachado para coger una ramita de tomillo, plantada bajo el drago. No sé si celoso de sus dos liliputienses vecinos, el romero y el tomillo, minúsculos con respecto a él pero de incomparable perfume, me ha introducido una de sus puntiagudas hojas en el oído derecho y he sentido de inmediato un pinchazo y un aturdimiento que casi me hacen perder el equilibrio. Un dolor agudo y momentáneo me ha obligado a sentarme nuevamente en el coche del que había dejado la puerta abierta. No me lo he pensado dos veces y les he dicho a Inma, ya en el coche, y mis hijos:
— Me voy a Vistahermosa.
En Vistahermosa, barrio de Alicante, hay una clínica a la que suelo acudir cuando sufro algún percance físico. En otra ocasión, hace unos años, también acudí allí cuando me rozó una hoja del mismo drago en el iris del ojo que enrojeció rápidamente.
Como hoy es sábado no había apenas gente y me han atendido enseguida. Primero, como hacen desde un tiempo, el triaje. Allí un enfermero te deriva para un especialista u otro. Apenas cinco minutos después me ha atendido una joven médica. Le he contado lo ocurrido y tras su exploración ha emitido el siguiente informe: “Perforación de la membrana timpánica con restos de sangre (sin sangrado activo) en el oído”.
— ¿Oye usted bien?
— Sí, oigo perfectamente.
— ¿Tiene dolor o molestia?
— Una ligera molestia, pero dolor no.
— Bien. Como precaución no debe usted bañarse y si se ducha evite la entrada de agua al oído. Durante una semana antibióticos y antiinflamatorios. Y la semana que viene debe revisarlo el otorrino.
Ya cuando salía de la consulta he dado media vuelta para preguntarle si podía presionarme la nariz y cerrando la boca tratar de expeler el aire por los oídos para hacer descompresión, como cuando se quiere soltar aire por los oídos al perder altura en un vuelo. Porque tengo la sensación de que el aire se escapa como si se tratara de una pelota pinchada.
— No, no debe usted hacerlo.
He salido de allí pensando qué estúpidamente puede pasar uno de encontrarse bien físicamente a la incomodidad en fracción de segundos. Tanto alabar la vida natural entre flores, árboles y jardines, alejado del mundanal ruido y es ahí precisamente, en ese entorno natural en donde se altera imprevistamente el equilibrio, tu equilibrio, para ti lo más importante puesto que lo demás no son más que elementos al servicio de tu bienestar.
San Juan, 8 de julio de 2017.
José Luis Simón Cámara.