Me acercaba esta mañana al bar donde suelo tomar café y he visto desde lejos a una señora moviéndose con el teléfono en la mejilla. Era la primera vez que la veía. Ya en el bar me sitúo al fondo de la barra. A mi izquierda hay un caballero calvo con traje, zapatos de cuero brillante, tomándose una tostada con tomate y una gran botella de coca-cola. Mientras ojeo el periódico y me tomo el café observo el movimiento del personal. Entra la señora de la calle y la veo más de cerca. Zapatos de tacón alto, desmesuradamente puntiagudos que dejan ver casi enteros los huesudos y sensuales dedos de la finura de su talón de Aquiles, provocadoramente desnudo. Sigue con el teléfono en su estilizada mano y pide un café. En el lugar que parecía haber ocupado estaban los restos de otro.
— Esta mujer no tiene fin con los cafés.
Dice el caballero calvo al que ella se ha aproximado. Los vasos de sus consumiciones están juntos en la barra. Ella se acerca y aleja de la barra y su acompañante con ese vaivén impreciso del que se desplaza sin rumbo mientras habla por el móvil. El barman interviene:
— Yo también me tomo 6 ó 7 al día.
El señor calvo comienza ahora a hablar por el móvil mientras se aleja de su posición en la barra empezando el mismo juego de la dama pero en distinta dirección a la de ella.
— Hola, sí, quería hablar contigo para preguntarte dónde os envío las dos cajas de nísperos. Sí, una para ti y otra para él. Ya, ya sé que no es necesario, lo hago por gusto. Además, ya están preparadas.
Mientras camina le hace señal al camarero para que le deje una hoja y un lápiz.
— Sí, no te preocupes, tengo el gusto de que probéis los productos de mi tierra, pero tienes que decirme la dirección a la que los envío porque no creo que deba enviarlos al Congreso.
El camarero le tiende una hoja en blanco y un bolígrafo.
— Dime, por favor, la dirección. Bueno, o ¿me la envías mejor por wasap? ¿Si? Vale. Muchas gracias, Carmen. Hasta la vista.
Se aproxima nuevamente a la barra y pide la cuenta.
— 5.80 Euros.
— ¿Ha incluido el último café de la señora?
— Sí, está todo pagado.
Ambos, señora y caballero, se alejan, ella caminando como con desgana, despidiéndose y dejando a su paso un halo de elegancia por la estancia más bien acostumbrada a ropajes y pasos desaliñados, a rostros cuyo aliento huele a wisky, a coñac, a anís del mono.
Picado por la curiosidad asomo la cabeza por las cristaleras junto a las que voy a dejar el periódico y veo, ya camino de Muchamiel, a un chófer con uniforme sacando brillo a un coche. Al llegar la pareja a su altura abre las puertas traseras del vehículo y, haciendo una leve inclinación al paso de la señora, las cierra, primero la de la señora y con bastante agilidad la del caballero, sube él al asiento delantero y, sin apenas ruido, desaparece en el primer cruce a la derecha de la carretera y ya no puedo suponer siquiera cuál es la dirección que toman.
San Juan, 4 de mayo de 2017
José Luis Simón Cámara.