Hoy, sin chimenea donde reunirse junto al fuego, esos tiempos quedan ya muy lejanos, en torno a la mesa de la cocina, como se han contado siempre las historias, mi hijo, recién llegado del Nuevo Mundo, aún con el cansancio del viajero en el rostro, crecida la barba y con mi nieto pequeño sentado sobre sus rodillas, le mostraba algunos videos del movimiento de las ballenas en el río San Lorenzo, sus chorros de agua, los saltos de los leones marinos mientras nos iba contando, embobados los ojos de pequeños y mayores, algunas de las maravillas de Canadá, aldea, en la lengua de los indios algonquinos. Los horizontes inmensos de aquellas tierras, todavía habitadas por nómadas iroqueses y hurones al sur, por los pies negros o indios de las llanuras al oeste de los grandes lagos. Ríos por donde se desplazaban en piraguas hechas de los troncos vaciados de sus árboles: abedul, pino, sauce, fresno, arce, nogal; bosques donde se cobijan osos, renos, bisontes, zorros, lobos y otras especies. Ríos, lagos y bosques de cuya pesca y caza vivían. Fiordos y zonas rocosas batidas por el agua. Todo eso mezclado con las turbulencias del vuelo que, a pesar de previstas, hacían gritar a algunos pasajeros y agarrarse lívidos a los brazos de los asientos, incapaces de controlar el pánico ante los bruscos descensos y movimientos de la aeronave.
Su mujer, Caterina, ha firmado un contrato de trabajo con la universidad de Quebec y, como si de una tundidora de pieles de principios del siglo XIX se tratara, se ha desplazado hasta allí con más de 300 kilos de peso, pero no de materiales y herramientas para el trampeo, tipo de caza de animales, sino de libros y material para sus clases e investigación. Él para acompañarla y conocer el terreno en que ella va a pasar parte del año. A lo largo de dos semanas han explorado la zona, sobre todo en la inmensa provincia de Quebec, desde Tadoussac a Montreal hasta llegar a Otawa, ya en Ontario. Todas estas ciudades junto al río fueron puntos estratégicos para el comercio de pieles que, como otra fiebre del oro, atrajo a muchos exploradores a los bosques vírgenes de Canadá y fue uno de los orígenes de los conflictos entre franceses, ingleses y norteamericanos, mientras los nativos miraban sorprendidos cómo les iban arrebatando aquellos advenedizos las tierras de sus antepasados. Durante mucho tiempo las pieles de castor sirvieron de moneda de cambio entre las poblaciones de Norteamérica y Europa, como la sal en Europa durante la Edad Media. Un fusil equivalía a 12 pieles de castor, un hacha a 2
Aquellas luchas se reflejan aún en los usos lingüísticos, en la gastronomía y en los caprichosos trazados fronterizos. Quebec se diría un enclave francés por la lengua y la abundancia de quesos y carnes, como en la antigua metrópoli.
Su relato me recordaba ¡cómo no! otra historia de 700 años atrás cuando Marco Polo, ya preso en una cárcel de Génova, capturado tras una batalla naval entre genoveses y venecianos, comienza a recordar sus andanzas por Armenia, Persia y la India hasta llegar a las lejanas tierras del Gran Khan. Mientras las va contando a sus compañeros de prisión, que escuchan incrédulos tantas maravillas que las creen fruto de su imaginación, le manda a Rusticello, ciudadano de Pisa, preso con él, escribir todas estas cosas que él cuenta en buen orden.
Y si me remontaba más en el tiempo a las historias que ante de dormir contaba Ulises a sus amigos después de sus largos y azarosos viajes.
Han cambiado los tiempos, han cambiado los lugares, pero la fascinación por lo desconocido, por lo nuevo, sigue trasportándonos a terrenos más sorprendentes que los de nuestra imaginación.
San Juan, 22 de agosto de 2017.
José Luis Simón Cámara.