De copas y metro por Madrid.
Después de tomarse unos vasos de vino, siempre exquisito, fino o dulce, en las viejas bodegas que aún se pueden encontrar por el Madrid antiguo, en una de ellas, me acaba de decir mi amigo, ha estado con alguien que dice haber hablado y tomado copas con Goya. Es bastante mayor desde luego ¡pero hasta ese punto!. Así que refiriéndose a mí él le ha dicho que un amigo suyo del Siscar asistió al entierro de Cervantes. Aquel ha seguido con la conversación como si los hechos ocurrieran fuera del tiempo porque no le ha dado la menor importancia a ese salto en la historia. O quizá es que no sabía con mucha exactitud la época a la que perteneció Cervantes. Después de todo, y tendría bastante razón si así lo pensara, Cervantes es mucho más contemporáneo nuestro que los romanos o los egipcios o que aquellas viejas luchas entre moros y cristianos que aún podemos ver incluso por las calles de Madrid hasta donde han venido unas embajadas turísticas del mediterráneo a promocionar sus fiestas.
Entre manzanilla, de Sanlúcar por supuesto, y wisky, si no es escocés él ni lo prueba, se ha pasado la mañana por la calle y finalmente, un poco lejos de su pensión, siempre la busca cerca de la puerta del Sol, le gusta estar bien centrado y saber por dónde pisa, ha bajado a los túneles del metro. Ya en el andén se le ha ido la vista tras una joven treintañera, alta como una jirafa y grácil como una gacela. También ella, en sus paseos de ida y vuelta por el no muy largo trayecto del andén lo miraba al pasar a su lado mientras esperaban el convoy. Ya dentro del vagón, bastante lleno, la chica, ágil y habituada sin duda a la caza del asiento, ha encontrado uno. Mi amigo Pinki, no podía ser otro al que le ocurran estas cosas, ha observado que la chica lo miraba hasta el punto de comenzar a hacerse ilusiones. “¿Por qué no le voy a gustar yo si ella me gusta a mí? Sesenta y nueve años recién cumplidos en el año del perro chino tampoco son tantos como para no poder tener otra aventura como la de hace años en París con aquella rubia libanesa. ¡Y creíamos que todas las árabes eran morenas! Porque la egipcia, sí, aquella sí que era morenaza y con el cabello ensortijado como imaginamos a los egipcios de ascendencia negra”.
Pues sí, la chica lo miraba con insistencia. Él, al principio, un poco ruborizado, le retiraba la mirada pero finalmente ha sucumbido a su insistencia y la ha mirado descaradamente. Entonces la chica se ha incorporado de su asiento y, dirigiéndose a él le ha dicho educadamente: “ Señor, siéntese usted, por favor”. El mundo se le ha venido abajo a mi amigo. ¡Fuera todas sus ilusiones! Esas pocas palabras tan correctas y delicadas lo han hundido en la miseria. Como el peso de muchos años le han caído encima y no ha sido capaz de rechazar la generosa y a la vez humillante oferta. La ha aceptado y se ha sentado dándole las gracias y sin atreverse ya casi a mirar la larguísima y atractiva línea que iba desde sus pies hasta su cabellera. Su mirada se perdía en el vacío.
Sólo el recuerdo de su conversación con el contertulio de Goya y la asistencia de su amigo al entierro de Cervantes volvieron a dibujarle una leve sonrisa en la cara.
Aquella chica se había confundido. Aún seguía siendo relativamente joven.
San Juan, 19 de febrero de 2018.
José Luis Simón Cámara.
Josele, me ha encantado tu relato y me ha hecho sonreir, aunque todavía no tengo la edad de tu amigo Pinki, alguna vez me ha pasado algo parecido. En fin hay que empezar a aceptarnos. Abrazos.
Un lujo leer tus artículos José Luis !
Un abrazo…