Posguerra.
No acababa de entender aquel desajuste horario. ¿Cómo, si había comenzado la carrera a una hora determinada, tardaba mucho menos de lo exigido para una distancia equivalente? Y es que se estaba produciendo una ruptura generalizada del orden, hasta hacía poco establecido. Todo lo que recordara la deplorable situación por la que habían pasado se había convertido en terapéuticamente destruible. Por eso las banderas de uno u otro signo, los usos horarios, los himnos, las distancias…; nada absolutamente podía volver a repetirse porque todo eso recordaba el pasado del que unos y otros estaban avergonzados. ¿Qué decir de los libros de historia, de las lenguas, de los medios de comunicación? ¿Cómo podían justificarse y por qué sucia causa los crímenes cometidos en su nombre por unos y por otros?
Porque, vamos, ya está bien de cargarle siempre el mochuelo al florentino. Nunca dijo esa frase universalmente a él atribuida: “El fin justifica los medios”. Eso lo han dicho quienes han querido utilizarlo para sus oscuros intereses. Como si ahora el verdugo Bachar El Asad, educado en los más exquisitos colegios y universidades de Damasco y de la metrópoli inglesa, tratara de justificar en el italiano los innombrables e innumerables crímenes que está perpetrando con su pueblo. Si es que puede decirse que un bicho de tal calaña tiene pueblo alguno que lo cobije o al que pertenezca.
Si Dante levantara la corona de laurel de su cabeza, necesitaría todo un bosque de laurisilva para ser nuevamente coronado después de imaginar aún más círculos infernales en su comedia, capaces de albergar a ser tan inhumano.
Para aclarar mis afirmaciones me permito recordar que la idea que dio origen a la frase atribuida a Maquiavelo corresponde más bien al libro en latín “Medulla theologiae moralis” (1645) del teólogo alemán Hermmann Busenbaum que dice: “Cum finis est licitus, etiam media sunt licita” (Cuando el fin es lícito, también los medios son lícitos). Y la acuñación definitiva de la frase se la debemos a Napoleón Bonaparte, al escribirla en la última página de su ejemplar de cabecera del libro “El príncipe” de Nicolás Maquiavelo:“Il fine giustifica i mezzi” (El fin justifica los medios).
Todo había desaparecido. Porque incluso las señales de tráfico y los carteles anunciadores de las distancias kilométricas estaban contaminados por las ideologías de uno y otro signo que habían ideado, en su afán por extenderse hasta los submundos de la incultura en que tenían y querían mantener al pueblo para así poder manejarlo a su antojo. Como en la edad media, los pintores, dirigidos por la iglesia, amedrentaban a los fieles con aquellos cuadros en los que mostraban las llamas del infierno, también ellos habían elaborado un sistema de formas y colores para a través de ellos propagar su ideología.
Ni siquiera el metro tenía los cien centímetros de siempre. Con razón el armario no cabía en aquella pared de la que yo, con tanto esmero, había tomado la medida pocos días antes.
Ahora empezaba a entenderlo todo.
San Juan, 28 de febrero de 2018.
José Luis Simón Cámara.