Picoteando el agua de lluvia o del rocío de la noche o de la niebla condensada sobre el plato marrón, no distingo desde la ventana si de plástico o de cerámica, lo veo saltar al suelo y escarbar entre la hierba hasta volver nuevamente a la mesa con un insecto en el pico. Apenas posado sobre la mesa situada en el centro del jardín rodeado de árboles, despliega las alas agitadamente y, despavorido, emprende el vuelo. Se aproxima un mirlo.
El gorrión ha dejado en el plato agua que sigue bebiendo el mirlo. Tras una excursión al suelo regresa con una babosa en el pico y después de devorarla y limpiarse el pico en la hierba, de un vuelo al reluciente acebo se disfraza de payaso con sus bayas. Vuelto a la mesa se recrea en los variados tonos del verde. El seto, la madreselva, la yedra, el rosal, un avellano, el acebo, los tilos y el laurel.
Amplia gama de verdes en el patio trasero de una casa en el centro de Edimburgo.
Melville Terrace, 17, junto al hermoso parque Meadows, donde se multiplican las especies de flora y de fauna, incluidos los humanos que acuden a tumbarse sobre el césped, caminar despreocupadamente bajo los árboles o jugar a casi todos los deportes imaginables, fútbol, beisbol, polo, todo excepto el deporte allí inventado, el golf, por el daño que puede hacer una pelota tan dura en un parque tan frecuentado y por los muchos espacios de que disponen para su práctica en las proximidades.
¿Iba a perpetuarse, dueño y señor, el escaso tiempo que un mirlo aguanta en el mismo lugar? Súbitamente, en vuelo rasante, atravesó el tupido seto y desapareció de mi vista. No podía creer lo que estaba viendo.
Un cuervo se posaba desplegando sus alas sobre la mesa. Serenamente iba picoteando las migajas dejadas por el gorrión y el mirlo. Saltó al suelo cubierto de hierba que cedía a su paso y volvía a incorporarse. Aquí un gusano, allí una sabandija. Después, de un vuelo preciso, las bayas del laurel y el acebo.
Lo suyo era ya un banquete. Intrigado por su conducta he averiguado algunas cosas que desconocía hasta ahora. No se limitan, como solemos creer, a comer, volar y graznar. Son capaces de imitar el aullido de los lobos. Pueden indicar una dirección con el pico. Tienen una sola pareja pero se juntan con otros amigos para pasar el rato y, cuando hacen cosas que nos parecen extrañas, es para divertirse.
Y no sólo se alimentan, como los otros pájaros, de insectos, gusanos, ratones, carroña de animales muertos, bayas y cereales. Los cuervos, observando el comportamiento de vacas y ovejas, muy abundantes por estas tierras, llegan incluso a conocer cuándo se aproxima su parto, y entonces, escondidos, comienzan a quedarse a una distancia muy discreta, sin que ellas se den cuenta, para comerse la placenta.
Un gato negro, agazapado, observa el paso de las aves.
Edimburgo, 27 de Mayo de 2018.
José Luis Simón Cámara.