Resignación.
Como casi todos los días, alimento la rutina matinal de salir de casa, muchos de ellos después de la primera salida corriendo a la playa, a tomar café en el bar. Nunca saben igual el café de casa y el del bar. Hoy he cambiado de bar. Junto al gran olivo. En la barra, mientras ojeo el periódico y me tomo lentamente el café, tan lentamente que el último de los tres sorbos, se trata de un ristretto, ya está frío, escucho las conversaciones cruzadas de otros clientes, los saludos de llegada o despedida, las felicitaciones de año nuevo, aún estamos en sus primeros días.
A mi lado se sienta una chica de unos 40 años, delgada, risueña, deja entrever al sonreír unos dientes irregulares, con huecos y marcas de vida difícil en la cara.
¿A quién le resulta fácil en este mundo?
Que se lo digan si no al dueño del bar. Aún no lo he visto sonreír desde que lo conozco. Siempre el gesto serio, los ojos, no apagados pero sí cansados, tras los cristales de las gafas con montura negra. Barba de tres o cuatro días sin afeitar. Parecen a juego montura de gafas, barba y pantalones. Todo negro.
Poco después llega un chico de mediana edad. Se coloca de pie entre ella y yo. Bien abrigado y con barba. Parecen conocerse y comienzan a hablar.
— Hoy es el sorteo de Reyes. ¿Llevas algún número?, pregunta él.
— No, ni uno. Ya me costó bastante comprar un número para el de Navidad. Repelando de un sitio y de otro. ¿Y tú?
— Sí, yo llevo uno. Pero solo uno. No te vayas a pensar. Que ya me ha tocado la lotería con la compra de los Reyes en casa. No paramos de gastos.
— ¡A mí me lo vas a decir! ¿Te han pagado la extra de Navidad?
— ¡Qué dices! Bastante es que tengo una semana de vacaciones.
— ¿Ah sí? ¿Estás ahora de vacaciones?
— No, cogí una semana antes de Navidad y en Navidades he tenido otra.
— ¿Cuántas vacaciones tienes?
— Aparte de estas de ahora, luego tengo dos semanas en verano. Hay que repartirlas si no se hace muy duro el trabajo.
— ¡Chico!, yo creía que tenías paga extraordinaria.
— No, no. De eso nada. Y gracias. Es lo que hay. Y que dure.
— ¡Eso, eso, y que dure!
Pasaba las hojas del periódico sin enterarme apenas de los titulares, interesado como estaba, sin manifestarlo, en la conversación deshilvanada de mis vecinos, aunque no conseguía saber de qué trabajo hablaban ninguno de los dos. Alguna vaga alusión a reparto de algo en furgonetas creí captar. Hablaban de Amazon, de otras tiendas on line, de estos días especialmente intensos con las rebajas y los turnos que se distribuían entre compañeros.
La chica se marchó y allí siguió el chico mirando los anuncios de la televisión y buscándose el monedero para pagar el café con leche. Si no contento con su situación sí parecía resignado. Al menos no la maldecía, como otros. En ningún momento he captado la más mínima muestra de rechazo, de resistencia, de rebeldía. No es muy alentadora una juventud resignada. Cerré el periódico y salí del bar con cierto sabor amargo en la boca.
San Juan, 6 de Enero de 2019.
José Luis Simón Cámara.
normalmente el ristretto siempre es amargo….