En su ataque a España desde la época imperial se ha unido al mundo anglosajón y protestante el llamado eje bolivariano en los últimos años y ahora también el nuevo presidente mejicano. Hace ya muchísimos años, Fray Bartolomé de las Casas, contemporáneo de los desmanes, los denunció. Y más recientemente, también Pablo Neruda, a mediados del siglo XX, volvió sobre las sombras y las luces de aquella España y de ésta en su “Canto General”.
Recordemos algunos de sus versos.
“Era el crepúsculo de la iguana.
Desde la arcoirisada crestería
su lengua como un dardo
se hundía en la verdura”
…………………………
Vienen por las islas.
“Los hijos de la arcilla vieron rota
su sonrisa, golpeada
su frágil estatura de venados,
y aún en la muerte no entendían.
Fueron amarrados y heridos,
fueron quemados y abrasados,
fueron mordidos y enterrados.
Y cuando el tiempo dio su vuelta de vals
bailando en las palmeras,
el salón verde estaba vacío.
Sólo quedaban huesos
rígidamente colocados
en forma de cruz, para mayor
gloria de Dios y de los hombres.”
……………………
Los poetas celestes
“Qué hicisteis vosotros gidistas,
intelectualistas, rilkistas,
misterizantes, falsos brujos
existenciales, amapolas
surrealistas encendidas
en una tumba, europeizados
cadáveres de la moda,
pálidas lombrices del queso
capitalista, qué hicisteis
ante el reinado de la angustia..?
No hicisteis nada sino la fuga:
vendisteis hacinado detritus,
buscasteis cabellos celestes,
plantas cobardes, uñas rotas,
“Belleza pura”, “sortilegio”,
obra de pobres asustados
para evadir los ojos, para
enmarañar las delicadas
pupilas, para subsistir
con el plato de restos sucios
que os arrojaron los señores,
sin ver la piedra en agonía,
sin defender, sin conquistar,
más ciegos que las coronas
del cementerio, cuando cae
la lluvia sobre las inmóviles
flores podridas de las tumbas.”
……………………………
Pero también son del mismo Neruda y del mismo “Canto General” estas otras palabras:
“El amor
El firme amor, España, me diste con tus dones.
Vino a mí la ternura que esperaba
y me acompaña la que lleva el beso
más profundo a mi boca.
No pudieron
apartarla de mí las tempestades
ni las distancias agregaron tierra
al espacio de amor que conquistamos.”
Y dice en su testamento:
“Dejo mis viejos libros, recogidos
en rincones del mundo, venerados
en su tipografía majestuosa,
a los nuevos poetas de América….
Que amen como yo amé mi Manrique, mi Góngora,
mi Garcilaso, mi Quevedo:
Fueron
Titánicos guardianes, armaduras de platino y nevada transparencia,
que me enseñaron el rigor… “
Todo esto también lo escribió Neruda, todo esto también lo llevó esa España a la que exigen perdón a aquellos pueblos.
¿Habrá que pedir perdón también por eso?
Dejemos de ser ridículos.
Dejen López Obrador y todos los interesados propaladores de la leyenda negra de verter tanto estiércol sobre nuestro pasado, incomparable con cualquier otra forma de colonización a lo largo de la historia.
Habría que empezar en cualquier caso un poco más atrás.
¿Tendrá que pedir Grecia perdón por las conquistas de Alejandro?
¿ Italia por el dominio de Roma sobre todos los pueblos mediterráneos?
¿Francia por las invasiones napoleónicas?
¡Qué decir de la Bélgica de Leopoldo en África!
¿Y de la Holanda de los Boers?
¿Y de Alemania ante su pasado prusiano y nazi?
Pero aún podríamos remontarnos más con los persas, asirios, babilonios que se machacaron sucesivamente amputándose y exterminándose unos a otros.
¿Qué decir de aquellos incas y aztecas precolombinos con sus sacrificios humanos?
¿Hemos de pedir perdón eternamente, indefinidamente, como exige el inmisericorde dios de la Biblia que responsabiliza del pecado de los padres a sus hijos y a toda su descendencia? Ahí tenemos el llamado “pecado original” de Adán y Eva del que todos sus descendientes deban ser purificados por el bautismo.
Claro que sí. Todos somos culpables. Tenemos que arrodillarnos y pedir perdón por todos nuestros pecados y errores, por los de nuestros antepasados y por los de nuestros descendientes.
Todos estos complejos de culpa, perdón, arrepentimiento, me recuerdan aquella visión que tuvo Simone Weil, luchadora por la libertad y huida de la Francia invadida por los nazis, cuando llegó a Portugal y en un pueblo costero presenció el paso de una procesión en Semana Santa y escuchó los tristes cánticos de arrepentimiento pidiendo perdón al creador. Fue en aquel momento cuando tuvo la sensación y la certeza de que la religión católica era una religión de esclavos.
“Historia, magistra vitae” (La historia, maestra de la vida), decían los romanos.
Aprendamos de la historia, pero no la utilicemos como arma arrojadiza contra quienes no tienen ninguna responsabilidad sobre el pasado para seguir hiriéndonos inútilmente.
Haría mucho mejor López Obrador ocupándose de alimentar y proteger a esos millones de indígenas mejicanos que en mayor número que ningún pueblo indígena de ninguna otra metrópoli ha sobrevivido al exterminio.
Véase si no el escaso número de pieles rojas que ha sobrevivido a las “tolerantes” colonizaciones anglosajonas y protestantes en la América del Norte.
Y levantemos de una vez la cabeza, asumiendo errores, pero tenemos bastantes con los nuestros. No hace falta que nadie nos recuerde los de nuestros antepasados. Y no los saque nadie a relucir para tapar sus vergüenzas, como estamos bastante acostumbrados últimamente en latitudes próximas y lejanas.
España hace ya tiempo que se ha sacudido los yugos. No necesitamos que nadie ni en Europa ni en ninguna otra parte del mundo nos dé certificados de civilización al país que antes que ningún otro creó ciudades, hospitales y universidades en todas las tierras a las que llegó.
San Juan, 29 de marzo de 2019.
José Luis Simón Cámara.
[1] Poemario de Pablo Neruda escrito el año 1937.