A lo largo de mi vida política, desde antes de la democracia, a cuyo advenimiento contribuí humildemente en la medida de mis posibilidades, me he considerado un hombre de izquierdas, posicionamiento al que atribuía casi en exclusiva la defensa de los intereses de los más desfavorecidos de la fortuna frente a los opresores poderes económicos favorecidos por la dictadura y complacientes con ella.
El paso del tiempo, la observación de la realidad, la experiencia en suma, me ha ido enseñando que la racionalidad no es exclusiva de ninguna fuerza política. En cualquiera de ellas he observado y vivido posicionamientos que nada tenían que ver con esa racionalidad que todos reivindican. Más bien, justamente lo contrario: motivaciones y posicionamientos al servicio de intereses personales ajenos o contrarios a los que se decía defender al servicio del bien público.
Quiero decir con estos preámbulos que en esta época de mi vida y en absoluto desacuerdo con aquella frase atribuida a Churchil y Willy Brandt “Quien de joven no es comunista es que no tiene corazón. Quien de viejo es comunista es que no tiene cabeza”, me importa bien poco que se me asigne o sitúe en uno u otro bando y creo que lo más honesto, quizá lo único honesto, es seguir el rigor del raciocinio atendiendo a los criterios de siempre: el bien general y, dentro de él, el particular.
Y sé muy bien por la larga experiencia de la historia que todo aquel que introduce elementos críticos o se aparta de la línea marcada por los dirigentes del momento de cualquier partido político, es en cualquier bando tachado de disidente, revisionista o traidor.
Aunque disponemos de muchos ejemplos recientes de abandono, expulsión o transfuguismo quiero recordar como ejemplo destacado de esta realidad el agrio debate escenificado por Jean Paul Sartre y Albert Camus en la revista francesa “Los Tiempos Modernos”, dirigida por el primero, en los años 50.
Los partidos comunistas de la época, recién acabada la 2ª guerra mundial, defendían a ultranza a Stalin, uno de los bastiones en la guerra contra Hitler, en una época en que Stalin estaba emulando al alemán en la URSS. Camus denunció el genocidio de Stalin y la falta de libertad. Sartre decía que esa denuncia era aprovechada por las fuerzas capitalistas contra la clase obrera. Por otra parte, ya en la época de la guerra de independencia de Argelia, Sartre defendía el uso de la violencia en la consecución de los objetivos de clase (“Las manos sucias”). A Camus, nacido en Argelia, le reprochó su posicionamiento reflejado en aquella frase: “En estos momentos están poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, elijo a mi madre”.
Más allá de que sus discrepancias políticas enfriaran sus relaciones de amistad, ¿fue justo contemplado desde la historia el ostracismo al que la denominada izquierda condenó a Camus que tuvo el atrevimiento de enfrentarse a sus antiguos camaradas reivindicando el derecho a decir no ante hechos inaceptables desde todo punto de vista?
El hombre no puede ser esclavo de nada. Ni de un partido, ni de una ideología, ni de una religión.
Solo la razón, libre de condicionamientos (si es que esto es posible) debe guiarlo.
Pero la manada no suele obedecer los designios de la razón sino los de la pasión. Y es muy difícil e ingrato enfrentarse a la manada desbocada. Siempre debe ser la ley el único y último criterio de convivencia, pero especialmente en tiempos convulsos, en tiempos difíciles. Entonces hay que extremar el respeto a la ley como única forma de no caer en la ley de la selva, en la ley del más fuerte. Porque entonces es el imperio de los matones. Y esos se creen los reyes del mambo. Esos se creen los dueños de lo que creen su terreno, de lo que creen su cortijo. Y allí no puede arrimarse nadie. Eso es lo que durante muchos años ha pasado en el país vasco. Con sangre por las calles. Y ahora sin sangre pero sigue pasando.
Eso es lo que también está pasando desde hace un tiempo en Cataluña, sin mucha sangre hasta el momento, aunque ya hay algunas gotas.
Porque ni el país vasco ni Cataluña ni cualquier otro terreno es de nadie en concreto y menos en exclusiva.
Como dice Benoit Pellistrandi, autor de “El laberinto catalán”, en su entrevista en El Periódico de Cataluña el lunes 22/04/2019:
“La deriva racista la veo como una consecuencia lógica de la genealogía del nacionalismo catalán. Empieza con un nacionalismo cultural (es catalán el que habla catalán, que es lo que dijo Herder con el alemán) y al final llegamos a una visión racista. Leer algunos textos de Quim Torra pone los pelos de punta porque menosprecia a los que no son catalanes. Hacer soñar con un discurso de liberación es populismo. Es simplificar los problemas, no enfrentarse a la realidad”.
Ya hemos visto, estamos viendo, los resultados de las transferencias de educación a las autonomías y más concretamente su administración por los partidos nacionalistas en el país vasco y Cataluña.
Ya hemos visto la orientación de los medios de comunicación públicos. Los han convertido en instrumentos de ideologización, de tergiversación o falseamiento de la historia, en elemento de rechazo al diferente, de distanciamiento de España a la que se ha presentado con la visión sesgada de la leyenda negra, elaborada falseando la realidad por los países históricamente envidiosos y rivales de España.
En la comunidad valenciana se ha dejado atrás afortunadamente el largo gobierno de un partido líder en corrupción. Ahora hemos sufrido otro gobierno, por el momento sin corruptelas conocidas, pero que, por la influencia de algunos de sus socios, va siguiendo los pasos de los nacionalistas catalanes que extienden hasta aquí su larga mano y que ya exigen la consejería de educación de forma innegociable.
Ya conocemos los resultados disolventes que sobre los ciudadanos, sobre todo en edad educativa, ha supuesto la política lingüística y educativa de los partido nacionalistas y cómo han dinamitado la convivencia en sus respectivos ámbitos de influencia.
Ese espectro tan halagüeño, ya instalado en país vasco y Cataluña, pretende extenderse a Galicia, comunidad valenciana y Baleares por el momento.
Si no se soluciona este problema España, que ha sobrevivido a mil conflictos, acabará siendo un país fallido que se deshará en reinos de Taifas y acabará empobreciendo y borrando del concierto internacional a sus ciudadanos, dueños entonces cada uno de su pequeño territorio, de su pequeña lengua, de sus pequeños o, eso sí, grandes privilegios dentro de su territorio.
Pero sus gobernantes estarán muy satisfechos por haberse convertido finalmente, ese era su proyecto, en cabeza de ratón y abandonar su humillante condición de cola de león.
Durante muchos años han abusado de la confianza del Estado de derecho y, como representantes de ese mismo Estado en su ámbito territorial, han traicionado su confianza diseñando y llevando a cabo un plan, aparentemente inocuo, cultural y lingüístico para ir distanciando de la historia común a los niños y jóvenes en las instituciones culturales, tanto desde la enseñanza primaria y secundaria como desde la universitaria, falseando o tergiversando la historia para conseguir, con una actitud victimista, alejar y aborrecer la historia común, poniendo como principal elemento de distanciamiento la lengua y la cultura, destacando los elementos diferenciadores frente a los comunes con el fin de romper lazos de unión y abrir simas que distancien cada vez más a una sociedad de otra introduciendo factores de disolución dentro de la propia sociedad catalana, civilmente dividida y enfrentada, una sociedad que hasta la irrupción primero del nacionalismo y después del independentismo había sido un modelo de convivencia, tolerancia, cosmopolitismo: valores todos ellos desaparecidos de la provinciana sociedad catalana actual, fracturada de forma irreversible por la polarización entre partidarios de la independencia y partidarios de la constitución votada por todos los españoles, incluidos los catalanes.
Polarización mucho más agresiva que la más relajada y tradicional lucha de clases clásica que ha pasado a un ultimísimo plano dada la virulencia y enconamiento entre independentistas y constitucionalistas. Han crispado más los enfrentamientos identitarios que los sociales. Si ya la clásica división de clases entre proletariado y burguesía se ha difuminado mucho en las sociedades actuales, el fenómeno identitario recorre transversalmente las clases sociales creando extraños compañeros de viaje entre antiguos enemigos de clase.
Es verdad que los posicionamientos ambiguos, pretendidamente buenistas, como los de Podemos con su propuesta de Referéndum, o los de algunos socialistas catalanes pidiendo ya el indulto para los políticos presos aún sin condenar, en lugar de ayudar complican todavía más el panorama porque lo que hace falta son propuestas claras, precisas y realistas.
De lo contrario no se va a solucionar nunca el problema. Como tampoco solucionará nada la reforma de la Constitución. ¿Para qué? Los independentistas no quieren la Constitución ni reformada. Ellos quieren “su” Constitución, de cuyas virtudes ya conocemos algunas perlas.
¿Diálogo? Claro que sí, pero de lo que se puede hablar. Y sin pistolas encima de la mesa.
Hay muchos que piensan que, revestidos de piel de cordero bajo el manto de ostentosas creencias religiosas, como ya hicieron muchos curas en el país vasco, acogiendo, ocultando y bendiciendo a los del tiro en la nuca, pueden ocultar sus intenciones lobunas. Es obligación de todo demócrata que antepone la libertad y la democracia desenmascararlos. Porque todos ellos son, aunque no quiera ponerme bíblico, “sepulcros blanqueados”.
Queda quizá la esperanza de que, desenmascarados estos descerebrados dirigentes que han llevado a muchos ciudadanos al callejón sin salida en el que nos encontramos, les vuelvan las espaldas ante su cada ve más clara actitud suicida y reaccionen favorablemente a las sensatas propuestas de diálogo y convivencia ofrecidas por fuerzas políticas integradoras que incorporan a ciudadanos de esa sociedad a las altas Instituciones del Estado, cada vez más descentralizado y presente a su vez de múltiples formas en todos sus territorios, incluidos aquellos más levantiscos guiados por imaginarias visiones de la historia, inventada por mentes calenturientas y corrosivas llenas de complejos de superioridad que, o bien rayan en el racismo o son llanamente racistas.
Puede ser que la solución a todos los desafíos presentes y futuros en los conflictos territoriales de una nación muy rica y variada en su composición venga, por un lado, de una mayor presencia de ciudadanos de esos territorios en las instituciones del Estado y, por otro, de una mayor presencia del Estado en esas comunidades.
Estado de la cuestión.
Veamos cuál es la posición actual de las distintas fuerzas políticas en el tablero nacional.
Algunos partidos políticos presentan como única solución la aplicación de la ley y la vuelta al artículo 155 de la Constitución.
Otros partidos presentan como posible solución una actitud más dialogante, siempre también dentro de la Constitución.
Estos últimos son acusados por los primeros de sucumbir a los planteamientos de los independentistas.
Por otra parte y para completar el tablero, los independentistas que no paran de invocar el diálogo para llegar a “su” solución, están rechazando de facto con sus posicionamientos, las ofertas de diálogo.
¿Hay alguna alternativa ante esta situación?
Quizá algunos movimientos ya iniciados presentan nuevas posibilidades.
1º Más presencia de representantes de esas comunidades en las instituciones del gobierno central.
2º Más presencia del gobierno central y de las instituciones del Estado en esas comunidades.
3º No se puede abdicar de la obligación de homogeneizar desde las instituciones educativas y culturales del Estado una información histórica contrastada y veraz, lo más objetiva posible y libre de prejuicios.
4º Hay además que hacer pedagogía de los superiores beneficios económicos, políticos, sociales y culturales de la pertenencia a una nación que por su historia, desarrollo, convivencia en libertad y peso específico tanto histórico como geográfico en el Nuevo Mundo está llamada a desempeñar un papel importante en el concierto europeo y mundial.
5º Cuanto más que las llamadas Comunidades históricas se han destacado a lo largo de la historia como una avanzadilla en la apertura de horizontes de España tanto hacia el Mediterráneo con la aportación de la Corona de Aragón no solo a la toma de Granada sino también en la aventura americana, como en el descubrimiento de nuevas vías de navegación con la inigualable hazaña de Juan Sebastián Elcano, o la masiva presencia de Galicia en Sudamérica hasta el punto de llamar a todos los españoles gallegos y finalmente ¡quién pondría en duda la contribución de Castilla, Extremadura y Andalucía en el descubrimiento y aventura de América!
Es, creo, precisamente esta proyección universalista la que conviene estimular y desarrollar ayudados por la inestimable herramienta de la lengua común que nos abre horizontes casi ilimitados.
San Juan, 22 de mayo de 2019.
José Luis Simón Cámara.