“Puñalá trapera”
Podría ser un sueño pero en la puerta de mi casa encontré dos cajas de botellas de cerveza cuando me desperté. Y las cajas estaban allí. Además me desperté tapado con la sábana y había sentido escalofríos a pesar de que estas noches pasadas hemos sufrido lo que llaman noches tropicales o ecuatorianas porque las altas temperaturas te dificultan o impiden el sueño.
¿Cómo era posible que ella, mi mejor compañera de trabajo de tantos años, mi mejor amiga, algunos incluso pensaban, aunque no era cierto, que amante, por nuestras continuas muestras de cariño, me apuñalara por la espalda?
No, no me estoy refiriendo a la expresión metafórica de recibir una puñalada por la espalda. Era un apuñalamiento real. Con un cuchillo o navaja, no sé exactamente.
Todos sabían que ella me había apuñalado, incluido yo, pero eso no fue obstáculo para que lo hiciera aunque sabíamos que iba a hacerlo.
Y ¿por qué podría haberlo hecho? ¿Por qué lo hizo?
Quizá por celos, por envidia, por….
No consigo explicármelo. Nadie se lo puede explicar.
¡Tan buenas relaciones durante tantos años para acabar con un puñal en la espalda!
¿Celos? ¿De quién y por qué?
Desde el principio de nuestra relación teníamos las cosas muy claras. Muy amigos, pero nada más. Bueno, algún sobo por qué no. Pero ella tenía su marido y yo mi mujer. Y problemas los necesarios, que ya son bastantes como para andar creándose otros estúpidamente.
¿Envidia? ¡Imposible!
Cada cual estaba satisfecho y contento con su vida, con su situación, con sus hijos,…
¿Qué motivo podía haber de envidia?
Tampoco despecho.
¿A qué podría obedecer si nuestro comportamiento mutuo, nuestras ideas políticas, nuestros gustos estéticos en general y literarios en particular eran similares?
Si nuestra generosidad y delicadeza en el trato eran motivo de envidia entre los compañeros…
Si nuestras muestras de cariño hacían sospechar a algunos….
No encuentro explicación posible a aquella puñalada trapera.
No podía creérmelo, pero así era. Un sueño pero real.
Y no quería que pasara desapercibido, no quería que pasara al olvido. Esa fue sin duda la razón de que me despertara de madrugada para, como hice, dejar constancia. Porque, ahora lo veo, era una puñalada anunciada. Yo mismo que, aquella tarde paseando juntos, la sentía a mi espalda, iba notando cómo se acercaba el momento; incluso el tercer amigo del estrecho grupo que formábamos y la seguía se lo susurraba al oído:
— ¿Cuándo si no lo haces ahora?
Pero yo, ciego y sordo a todos los indicios, no acabé de creérmelo hasta que noté la fría hoja de metal introducirse en mi espalda.
Entonces ya era demasiado tarde.
San Juan, 10 de julio de 2019.
José Luis Simón Cámara.a