Conocerlo puede contribuir a no repetir los mismos errores. Pero utilizarlo permanentemente como arma arrojadiza no hace más que resucitar los viejos fantasmas y reproducir ese mismo pasado del que pretendemos alejarnos.
O es que queremos convertir los mecanismos de funcionamiento en la vida civil de los ciudadanos en una reproducción de los dogmas y prácticas religiosas de cualquiera de las religiones. Digo de cualquiera porque casi todas tienen en común el rigor de sus preceptos y la estigmatización del diferente que solo por esa razón pasa a ser el adversario. Por poner un ejemplo: ¿Qué culpa tienen los hijos de lo que hicieron sus padres para que en el mundo del cristianismo los niños hayan de bautizarse para limpiar el supuesto pecado de antepasados tan lejanos como Adán y Eva?
¿Quién no tiene pasado?
Por remontarnos a los tiempos más recientes, a los movimientos del siglo XX, ¿quién no reconoce entre sus orígenes o influencias a los movimientos socialistas, capitalistas, comunistas, nazis o fascistas y poco después franquistas, etarras o chavistas?
¿Vamos a estar tirándonos siempre los trastos a la cabeza?
¿No se trataba en uno y otro campo de “domesticar” a esas fuerzas salvajes para, ya civilizadas, poder convivir pacíficamente?
Si tan asesinos fueron unos como otros ¿por qué seguir acusándose aún de esos crímenes cada vez más lejanos para enturbiar y dificultar la convivencia?
Aceptemos la realidad porque no hay otra y procuremos, sin cejar en los intentos de cambiarla, adaptarnos y sacarle el máximo provecho sin agitar permanentemente el hacha de guerra.
¿Por qué no dedicar nuestras energías a depurar los mecanismos del sistema que nos permite convivir ampliando el bienestar social y los espacios de libertad individual y colectiva?
Ahí, en esa dirección deberían ir los esfuerzos de todos: Gobierno y Oposición.
Y no en el intento de unos de perpetuarse en el poder a costa de todo ni en el de alcanzarlo de los otros a costa de lo que sea.
Tan digno es el trabajo de quien ejerce el gobierno en esa sociedad mejor a la que tendemos, como el de quien con sus enmiendas y sugerencias ejerce la oposición.
Pero esa actitud supone abandonar la guerra de trincheras para herir y aniquilar al enemigo.
Esa actitud supone considerar al otro no como enemigo, ni siquiera como adversario, sino como colaborador, para entre todos conseguir o acercarnos al menos a esa sociedad nunca alcanzada, esa sociedad soñada por todos los utópicos que en el mundo han sido.
San Juan, 7 de enero de 2020.
José Luis Simón Cámara.
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[1] Pensado y escrito en los tumultuosos días del debate de investidura.