Ayer salí ¡qué remedio! No me refiero a esas salidas ya casi olvidadas, salidas despreocupadas, en las que incluso podía elegir entre este bar donde me sirven el café corto, ristretto, con el vasito de agua sin pedirla, todo un lujo, o el otro donde una amable y simpática señorita con novio italiano me facilita decirle ¡buongiorno!, o aquel donde el café no es tan rico pero el dueño es un viejo y afectuoso conocido. No, esos tiempos con tantas posibilidades de elección, casi ilimitadas, han pasado a la historia, al menos de momento. O bien pasar por Licorea, esa pequeña y familiar bodega de vinos y licores, con una trastienda super abastecida. Porque la posibilidad de ir a Bardisa, tras el Mercado, en la confluencia de Manuel Antón con Capitán Segarra, con vinos, embutidos, jamones y salazones selectos, ya ni me la planteo. Hace tanto tiempo que no he podido salir de la pequeña demarcación de este pequeño pueblo. Como si de no ejercitar las alas se perdiera la costumbre del vuelo y al final quizá no solo las ganas de volar sino hasta el recuerdo de ese antiguo y lejano privilegio. Por no hablar de mis antiguos, añorados y casi olvidados viajes al pueblo en que nací, donde solía ir tan a menudo, sobre todo cuando vivían mis padres, como me lo permitía el trabajo o las obligaciones familiares. Al pueblo donde vive mi hermano y su familia, al pueblo donde tengo aún muchos primos, sobrinos y sobre todo amigos, aunque el paso de las semanas va haciendo cada vez más borrosos sus rostros, sus gestos, sus ademanes. No, claro que no se me han olvidado, pero es como si una densa cortina de arena del desierto los difuminara, un sueño en la madrugada, un oasis que sabes de antemano inexistente. Porque para qué hablar de los otros pueblos donde he tenido y sigo conservando amigos. Borrados del mapa, casi inexistentes. Por no hablar, claro, no ya de pueblos, provincias o regiones a las que las nuevas disposiciones nos impiden desplazarnos. De otros países. Mi hijo y su mujer y su recién nacida hija, allá en Bruselas. Sin posibilidades de abrazarlos y arrullarla. De que nos vea las caras de verdad, y no a través de pantallas. Pero no quería hablar de nada de esto que, no sé cómo, sin pretenderlo se ha interpuesto en mi relato. Salí, como decía, a comprar lo necesario para la supervivencia, pan, verduras, carne, pescado. Alimentos de andar por casa, aceite, sal, lentejas, arroz, vamos, nada extraordinario. Ya en el supermercado, el más grande de la zona, donde vienen hasta de la capital, caminando por sus amplios pasillos lo vi detrás de las lechugas, a él que nunca había mostrado especial entusiasmo por las verduras. Abstraído como estaba mirando la larga lista de compras, ya llevaba el carro grande hasta los topes, no se dio cuenta de mi proximidad hasta que le propiné un cariñoso puñetazo enguantado en la espalda. Chico, qué coincidencia. Cuánto tiempo. No has aguantado las ganas. Se refería a mi desaparecida cabellera. Recién pelado al cero en casa. Éramos casi como extraños. No sabíamos qué decirnos, cómo comportarnos. Habituados como estábamos a abrazarnos, a golpearnos, a tocarnos la cara, a empujarnos, a tener contacto en última instancia, y allí, alejados, guardando la distancia, no sé si las distancias, cuánta diferencia en unas pocas eses. Qué sabes del Pariente. Cuándo podremos volver a juntarnos en el Susarón para de allí salir cortando a la comida semanal. Yo creo que pronto, aunque comamos en mesas separadas. No sé cuándo vamos a poder volver a estar juntos. Ni si podremos algún día. Hombre, no seas tan pesimista. No hay mal que cien años dure. Sí, eso es el refrán, pero no se ven las cosas claras. Asun dice que esto va para largo y no se le ve el final.
Yo creo que este verano podremos volver al Camino de Santiago. Ni lo sueñes. ¿Cómo que no? Ten en cuenta que lo hacemos en Septiembre y estamos en Abril. Faltan todavía cinco meses. No creo que se prolongue hasta entonces esta situación. Dios te oiga, pero no lo tengo yo tan claro. Ten en cuenta además que el Camino es por zonas casi despobladas, lejos de los densos núcleos urbanos, por zonas de montaña. Sí, pero ¿habrá albergues abiertos?
Si no, dormimos en el suelo, como otras veces años atrás, cuando jóvenes, escuchando bajo un árbol los aullidos de los lobos y encendiendo el fuego sobre cuatro piedras para calentar la perola como en el viejo Oeste. Este Saimon siempre tan fantástico. Cuando presentí que un amago de lágrima asomaba por sus mejillas, Manolo es un sentimental, no quise prolongar más la congoja y aún entre las verduras, nos despedimos sin rozarnos siquiera. Luego volvimos a encontrarnos alguna vez más por aquel laberinto de pasillos repletos de todo tipo de existencias excepto de las más necesarias y escasas ahora, mascarillas, guantes, y geles desinfectantes o alcoholes. Vamos, una nueva versión de la ley seca.
Alcohol ni en los supermercados ni en las farmacias. Sólo en los bares cerrados y guardado bajo siete llaves.
San Juan, 29 de abril de 2020
José Luis Simón Cámara.