Ni siquiera el afecto es capaz de suavizar la acritud cuando la conversación, después de tantas semanas sin vernos, deriva en la política. No sé por qué los mediterráneos ponemos tanta pasión cuando tocamos ese tema, cuando es tan propio del animal social que somos hablar o discutir de todo cuanto afecta al modo de vida. Siempre se ha puesto como ejemplo de apasionamiento a los países del sur de Europa, especialmente a los italianos. ¿Quién no tiene en su retina la imagen de grupos de gente discutiendo y gesticulando en las plazas del Duomo o de San Marcos? También los españoles encabezamos ese ranking y me pregunto por qué los nórdicos y centroeuropeos abordan esos temas con menos apasionamiento. Sin recurrir a la descalificación del adversario, sólo a los argumentos racionales, a datos objetivos, a comprobaciones, reduciendo el conflicto a un asunto si no técnico, casi. Ya sé que todo tiene su vertiente social. Pero incluso en ese caso se pueden tratar los temas barajando datos, recurriendo a estadísticas sin por ello descuidar el problema humano de las personas más vulnerables. Se trate del agua, de la luz, de la comida, de la educación, de la salud, de la seguridad de la familia, de la pandemia. ¿Por qué aplicar la pasión y no la razón a la hora de buscar soluciones a los problemas de los ciudadanos que siempre son, en última instancia, de carácter técnico? Siempre hay una solución ideal. Se trata de encontrarla. ¿Cuál es el problema aquí y ahora? ¿Estamos de acuerdo en el diagnóstico? ¿Coinciden las distintas visiones o puntos de vista en que el problema más grave ahora es que ya hay casi 30.000 muertos al menos provocados por ese virus? Partiendo de ese dato objetivo indiscutible, creo, se trata de que un equipo de técnicos, de especialistas, proponga las medidas a tomar. ¿Seguimos de acuerdo? Bien. Siguiente paso. ¿Quiénes deben decidir la composición técnica de ese equipo? Lógicamente los distintos y legítimos representantes de los ciudadanos. Cuanta mayor participación haya en esa elección, mejor. Si por distintas razones es muy difícil o imposible llegar a un acuerdo de todas o casi todas las fuerzas políticas representativas de los ciudadanos, entonces entrarán en juego las mayorías. No es lo deseable. De acuerdo. Pero si no hay otra posibilidad, es la única que queda. El Gobierno de la Nación no puede permanecer expectante ante una situación de crisis tan aguda. Está obligado a dar respuesta de forma inmediata a la situación. Puede equivocarse en la respuesta pero es preferible equivocarse a permanecer inactivo. Durante estos días he escuchado muchas veces en bocas distintas la expresión “No se puede cambiar de caballo mientras se cruza el río”. Es una frase bastante poética o épica, si queréis, pero si el caballo se niega a avanzar habrá que buscarse aunque sea un mulo, porque el objetivo no es la raza del caballo sino alcanzar la otra orilla. Y cuando uno se está ahogando no mira si está limpia o sucia la mano que se le tiende. En la otra orilla saldará las cuentas. Por si alguno no sabe a quién me refiero, no tengo dificultad en explicitarlo. Me refiero a esos señores de las diásporas centrífugas o centrípetas que, porque alguna o muchas veces en la historia han contribuido a la gobernabilidad de la “nación de naciones”, son incurablemente miopes cuando incansablemente anteponen su pequeño, si no ridículo en estas circunstancias virreinato, o sus ambiciones políticas, a los grandes intereses generales. Crítica siempre. Colaboración casi siempre. Obstrucción jamás. En estos asuntos, claro.
San Juan, 24 de mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.