Algunos días de este confinamiento, ahora con cierta flexibilidad, salgo a correr por la mañana, desde el 1 de Junio con baño incluido en el mar. Por las tardes, también a las 7, hora reservada para el paseo a los mayores de 70, suelo, más que pasear tranquilamente como me gusta, caminar a marchas forzadas como le gusta a mi, a pesar de eso y otras cosas, amigo Ramón. ¿Qué ruta consagramos, amigo? Le digo emulando a Valle Inclán. Y vamos charlando mientras caminamos en una u otra dirección. Siempre buscando los espacios más amplios donde no nos rocemos con otra gente aunque hagamos la misma ruta. Hoy, no sé si en sueños o por efecto del calor hemos pasado junto a una pequeña acequia y él se ha abuzado no sólo para refrescarse sino que de tan fresca y limpia bebió de aquella agua con el cuenco de la mano. Cómo tú, tan cuidadoso con los asuntos de la salud, bebes de esa agua. No sabemos si es o no potable. Podría arrastrar insecticidas, abonos o ¡vete tú a saber! Sin hacerme mucho caso no sólo no dejó de beber y chapotear sino que sin descalzarse siquiera se metió dentro del arroyo y comenzó a caminar por él riéndose de mis advertencias e invitándome a imitarlo. Pudo más en mí aquel gesto infantil, tan impropio de mi sesudo amigo, que todas mis reconvenciones y me metí también en la fresca corriente cogiendo agua con las manos y echándomela por brazos y cara. La pequeña corriente bajo los árboles a orillas del riachuelo nos condujo hasta un canal de bastante anchura donde aquél desembocaba. Allí, la altura del agua llegaba justo a la rodilla pero era tal la fuerza con que corría que apenas y con mucha dificultad conseguíamos avanzar contra la corriente si no era agarrándonos fuertemente a la orilla del canal, justo en el borde del cauce acabado en bloques de cemento. Los bloques eran tan gruesos que no podíamos agarrarlos con la suficiente fuerza con la mano. Algo resbaladizos además por el agua. Vi que en la otra orilla a unos 3 ó 4 metros el borde era más fino y tomando impulso di un gran salto y con dos brazadas alcancé la otra orilla aunque la fuerza de la corriente me llevó varios metros canal abajo. Cuando me encontraba ya más seguro en la otra orilla, vi que el insensato de mi amigo saltaba al centro del canal y comenzaba a nadar alegremente en la dirección de la corriente. No se había dado cuenta de que unos 50 metros más abajo había un salto de agua de no sabíamos cuánta altura. Le grité inútilmente mientras él, ajeno al peligro, disfrutaba nadando veloz en la dirección de la cascada sin escuchar mis gritos de peligro. Ya era demasiado tarde. Me incorporé como pude sobre el borde del cauce y ya no conseguí verlo. Después del salto el cauce seguía a lo lejos, ya más tranquilo porque el cauce era más llano. No conseguía adivinar y menos aún ver a mi pobre amigo. Era buen nadador, pero si cayó sobre el duro cemento con poca profundidad de agua…. Desolado alcancé la orilla y comencé a desprenderme del barro y hierbajos en brazos y bolsillos. Saqué el móvil del bolsillo, lo limpié del musgo pegajoso. Caminé desconcertado en la dirección del agua y perdido, sin saber qué hacer, mirando desconsolado en los recovecos del canal. La altura de la cascada era de unos 5 metros. El agua se estrellaba contra el suelo y formando remolinos se iba remansando poco a poco. Pensando en las pocas posibilidades que tendría mi amigo de haber sobrevivido a la caída sonó el móvil. Ya lo creía inservible. Era su mujer. Están interviniéndolo. Ha sufrido lesiones delicadas en la caída pero el agua fría lo ha espabilado y ha conseguido salir del canal por una escalerilla de socorro dos kilómetros más abajo. Está fuera de peligro. El sobresalto me ha despertado y liberado de esta pesadilla.
San Juan, 5 de junio de 2020.
José Luis Simón Cámara.